miércoles, 6 de septiembre de 2017

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LECTIO DIVINA -DOMINGO XXII. TIEMPO ORDINARIO

    Casi al final ya del verano es posible analizar cómo pasa el tiempo, en qué situación nos encontramos y qué soñamos y queremos para nuestro futuro. El  caso es que nosotros jugamos con el tiempo pero no con su fondo y si esto se plantea desde la fe puede ocasionar a las buenas un abrir los ojos hacia el futuro a no ser que solo nos lamentemos o no queramos salir de la mediocridad.

    Una visión de la vida y, más si se ve desde la fe, puede hacernos pensar cómo Dios nos bendice siempre y así podemos enfocar la existencia con una convicción y con un talante de esperanza, diciendo: toda mi vida te bendeciré y alzaré las manos invocándote. Cuesta mucho entender el anuncio de Jesús en el evangelio: tendrá que sufrir y morir; son palabras claras y que, sin embargo, echan por tierra los planes de los discípulos. Estos no quieren entender el programa de Jesús que va en contra de sus aspiraciones: han soñado con un Mesías poderoso y lleno de gloria. Por eso, el mensaje de Jesús, morir en la cruz, los deja paralizados. Tendrá que llegar luego la resurrección de Jesús que les recordará que era necesario que Cristo padeciera la muerte.

    El evangelio de hoy tiene dos aspectos fundamentales: el primer anuncio de la Pasión y las condiciones para seguir a Jesús. En la primera parte, Jesús que <va> a Jerusalén y anuncia en primer plano su camino hacia el escenario de su pasión y muerte. Pedro considera que el Mesías no puede sufrir sino que debe reinar  sobre Israel y sobre las naciones paganas. Jesús interpreta esta reacción de Pedro como una tentación diabólica. De ahí la doble recriminación de Jesús: primero, le advierte que sus criterios, lejos de coincidir con los de Dios, son demasiados humanos; luego, le invita a ponerse <detrás de él>.

    La segunda parte del evangelio de hoy tiene cuatro dichos de Jesús; invitación de cargar la cruz; este seguimiento implica la necesidad de negarse a sí mismo, es decir, liberarse del propio egoísmo y conformar la propia existencia al modo de vida instituído por Jesús. El segundo dicho contrapone los verbos perder y salvar: el que se atreve a arriesgar su propia vida para seguir a Jesús encontrará la verdadera vida. El tercer dicho contrapone la ganancia del mundo entero a la pérdida de uno mismo; de nada vale ganar todas las riquezas de este mundo si uno se pierde a sí mismo, en la vida presente y en la eternidad. El cuarto dicho contempla la pérdida de la propia vida en la venida final del Hijo del hombre.

    El seguimiento de Jesús implica la decisión de cumplir la ley tal como él la interpreta. Pero también trae consigo tribulacions y persecuciones y requiere humildad, actitud de servicio, obras de misericordia y, en general, solidaridad con el destino de Jesús. Todos estos aspectos están incluídos en el hecho de cargar la cruz y de ir en pos de Él.

    El Señor nos exige una donación-entrega total de nosotros mismos si queremos convertirnos en testigos suyos; el verdadero discípulo no se pertenece a sí mismo, tiene que entregar su vida al Autor de su vida y solo así se adquiere la dimensión de lo eterno.

RESPUESTAS desde NUESTRA REALIDAD

    Muchas veces pensamos hacia dónde nos dirigimos pero en la mayoría de los casos son lugares, cosas, visitas…que se repiten y se tornan; “siempre lo mismo”. Y aquí surge una cuestión importante: el camino de nuestras personas ¿está definido desde lo esencial, de lo eterno, desde y hacia Dios? El caso es que queremos ser felices pero no somos capaces de interrogarnos sobre el sentido eterno de nuestras personas y, sin embargo, es la realidad más fundamental que debemos pensar, cuidar, orientar y cuidar. No seamos cristianos de carnet (de viaje) sino de caminantes de corazón que saben y creen de dónde vienen y a dónde van.

                                                     ORACION
    Oh Dios, que en la humillación de tu Hijo Jesucristo levantaste a la humanidad caída, concede a tus fieles una santa alegría, para que disfruten del gozo eterno los que libraste de la esclavitud del pecado. Por J, N. S. Amén

PENSAMIENTO AGUSTINIANO 
    Hemos oído cómo suena la trompeta evangélica que exhorta a los mártires al combate en que han de vencer al mundo: <Quien quiera salvar su alma, la perderá; quien la pierde por mí la hallará>. Salvándola la pierde, perdiéndole la halla. ¿Qué significa esto, sino que hay una salud del alma según este mundo y otra según Dios? En el momento de la tentación con que fueron probados los mártires, presentándoles la alternativa entre negar a Cristo y probar la muerte, quienes quisieron salvar sus almas según el mundo, negaron a Cristo, y las perdieron; en cambio, quienes las perdieron, según el mundo, confesaron a Cristo y las hallaron (san Agustín en Sermón 306 C, 1).
P. Imanol Larrínaga, OAR.

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