lunes, 4 de septiembre de 2017

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NUESTRA SEÑORA, MADRE DE LA CONSOLACIÓN,

EN EL AÑO DE LA SANTIDAD

    Enfrentarnos a la realidad exige para nosotros fe y hasta audacia ya que estamos llamados a enfrentarnos a un momento para definir un futuro que quiere amanecer en la provincia. Estamos en una solemnidad, 4 de setiembre, que para nosotros es un plural de la Virgen de la Consolación ya que conlleva gracia, amor y modelo.

    Celebrar con fe y con alegría esta solemnidad es como necesidad de paz y de esperanza, como un querer levantar el ritmo de lo ordinario y encontrar una puerta abierta que nos haga ver la realidad como debe ser, de algo que nos llene y nos oriente hacia un futuro limpio y feliz.

    En un AÑO de SANTIDAD es bueno tener en cuenta lo del himno de Vísperas: “Concede, Madre, a los que a ti llamamos que, unidos siempre a Cristo Redentor, no nos falte la luz de tu mirada”. Ella nos ofrece su propio ejemplo sin pretensión personal, en obediencia total a Dios y, a la vez, con una elegancia procedente de la humildad y desde la certeza en Dios que la llamó para ser su Madre y Madre nuestra.

    Tal vez, en un Año de la Santidad, puede sorprendernos esta llamada de la Virgen y, sin embargo, es una necesidad encontrarnos ante una experiencia total en la fe, en la humildad y en la obediencia a Dios, que, ojala, se convierta en una Luz que estamos necesitando. Cuando contemplamos el misterio de María de Nazaret es algo así como tener delante la realidad de cómo Ella puede iluminar una existencia de total obediencia a la voluntad de Dios en razón de la conciencia plena del “hágase en mí según tu palabra”.

    Vivir en el camino hacia la santidad, siempre gracia, lleva consigo un contraste: quienes quieren entender la precariedad de hoy como el final de un proceso de agotamiento, decadencia o falta de recursos que, incluso, se prolongan a lo largo de un túnel sin salida para muchas personas consagradas ¿qué pensar de la Virgen Madre en situaciones tan difíciles de entender y, sin embargo, aceptar siempre la voluntad de Dios? El Año de la Santidad debemos verlo y vivirlo como una llamada de atención para salir de una situación apática a una experiencia inmediata de vivencia en la alegría de la fe y en la abundancia de una llamada amorosa para vivir y gozar la vocación. La referencia maravillosa del “dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” es el gran aliento que la Virgen traspasa desde su experiencia personal a la realidad de quienes quieren dar a su vida un auténtico sentido de felicidad.

    La situación actual de la vida, más bien, la situación personal con la que debemos nosotros identificar a la Virgen, tiene que salir necesariamente del dato “terminal” por su definición de conformidad, de poco brío y hasta de un cansancio mayor que el físico. María, sin hablar, debe ser una esperanza cotidiana para los demás... casi casi, una voz de alarma para muchos. Y, es aquí, desde hoy, en este momento de la historia de la Orden, que necesitamos hacer frente a una desorientación y hasta un cierto sentimiento de frustración. La Virgen Madre de la Consolación nos dice que recreemos cómo recibimos y escuchamos hoy mismo la Palabra, la llamada de la vocación y lo que es hoy un reto para una necesaria conversión.

    El gran ejemplo de la Virgen está en la constante acción del Espíritu, necesidad que hoy debemos plantearnos hasta una atención a la gracia de Dios que nos ha llamado y elegido. En el fondo, se trata de encontrar en la Virgen el sentido auténtico de la vocación como respuesta de un sí nada repetido y un sí totalmente vivido. La Virgen María hace realidad lo del “Espíritu está sobre mí”. Podíamos decir así que no hemos de sentirnos culpables ni desamparados pero, por otro lado, debemos repasar la ruta del “viento” y dejarnos guiar por el Espíritu de Dios.

    La acción del Espíritu -misterio real en la Virgen María-, nos lleva a un examen de conciencia en el proceso de la vida en la santidad ya que en la formación personal (vida, espiritualidad, conciencia...) como en la comunidad, es necesario compartir la experiencia espiritual y hacer así que las estructuras no consuman energías, sino más bien descubran la verdad de una vocación. Hay que tener en cuenta que la Virgen María entraba en el ámbito de vida de los discípulos y, ciertamente, no eran las suyas un contenido de palabras sino la definición propia desde la gracia recibida. A nivel de Orden. como también en nuestra presencia en la Iglesia, tenemos que vislumbrar desde el Espíritu no una experiencia liberal sino más bien un cambio vital de Jesús y formas auténticas de la expresión de la oración, de la comunión de vida, y de un testimonio de vida desde un corazón ilusionado y deseoso siempre de la llamada del Espíritu de María.

    Ciertamente, hay necesidades en nuestra vida consagrada que tienen sellos de santidad y que, antes de nada, nos pueden hacer salir de nuestra tranquilidad. Aunque nos parezca un tanto extraño, el “ángel” viene a nosotros a despertarnos ... La Virgen es una expresión total de Cristo, de su presencia, de su silencio y de su vida; Ella nos invita con cariño de madre, a entrar en nuestro interior, a un dejarnos guiar para salir de una cómoda repetición de días y años sin sentir ni gozar...

    La Virgen expresa en su totalidad en un hermoso testimonio agustiniano: “Camina, pues, en Cristo y canta gozos, canta como consolado, porque te precedió el que te mandó que le siguieses” (Comentario al salmo 125, 4). ¡Expresión hermosa y total de la Santidad!
Fr. Imanol Larrínaga oar.



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