domingo, 17 de septiembre de 2017

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XXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO A. Reflexión

No es fácil perdonar a quien nos ha ofendido gravemente de palabra o de obra. Lo sabemos quizás por experiencia personal. Y hay personas, que además se proclaman creyentes, que no logran arrancar de su corazón el resquemor, el resentimiento y la amargura. Y hay también quienes no se hablan de por vida porque la ofensa fue muy grave.

El capítulo 18 de san Mateo contiene unas normas o directrices la comunidad cristiana. Habla, por ejemplo, de la corrección fraterna, de la oveja perdida, de acoger con amor a los más débiles, etc. Y termina con el mandamiento del perdón fraterno. 

Y es Pedro, como casi siempre, quien se adelanta y le dice: “Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?” Pedro también quería fijar un techo al perdón, poner un límite, reglamentarlo. La contestación de “setenta veces siete” es decirnos que en el perdón NUNCA hay una última vez, porque el perdón de Dios tampoco lo tiene, porque no lo tiene su amor..

Si, según san Agustín, “el límite del amor es el amor sin límite”, podría decirse lo mismo del perdón: “El límite del perdón es el perdón si límite”. Porque la respuesta de Jesús es “absolutamente siempre”, en todo y a todos. No importa la gravedad de la ofensa, no importa quién te ha ofendido.
(Conozco una señora en Pamplona, a quien ETA mató a su marido, general del ejército, quien desde el primer momento perdonó a los asesinos, dejando a la justicia que cumpliera con su deber. Por eso ha vivido siempre con paz interior).

Perdonar no es olvidar sin más, ni comportarse con las personas que te han hecho mucho daño como si no hubiera pasado nada. Hay ofensas que afectivamente no podremos olvidar nunca, por mucho que lo intentemos. Perdonar cristianamente a una persona que nos ha ofendido es no desear nada malo para ella y pedirle a Dios que le ayude a convertirse y a ser feliz haciendo el bien. 

“Amad a vuestros enemigos”, dice el Señor, “haced bien a los que os odian”, “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso”. No podemos olvidar lo que nos han hecho, pero no vamos a intentar devolverles mal por mal, sino que les deseamos paz y bien. El perdón cristiano es hijo del amor cristiano. No puedo amarle, ni perdonarle afectivamente, pero le amo y le perdono cristianamente. Es en este sentido en el que Cristo nos manda que perdonemos hasta setenta veces siete, es decir, siempre, a los que nos han ofendido. En este sentido, la misericordia es superior al juicio, como nos dice en su carta el apóstol Santiago.

“El Señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda”. El perdón cristiano siempre tiene algo de excesivo, de regalo de amor. Muchas veces las personas que nos ofenden no merecen nuestro perdón; se lo regalamos por amor. El rey de la parábola no perdonó a su empleado por justicia, sino por amor, porque “tuvo lástima de él”. En el rey de la parábola la misericordia fue superior al juicio. 

El mensaje de esta parábola es que debemos perdonar siempre. Es como decir: “No tengo obligación legal de perdonarte, pero te perdono por amor”. Sólo en este sentido podemos y debemos perdonar siempre.

Perdona la ofensa al prójimo y se te perdonarán tus pecados. En caso contrario no esperemos que Dios te perdone. Sería como pedir el perdón al padre y negárselo al hijo. Eso es absurdo e indigno. Por eso Dios cierra las puertas de su perdón al que se niega a perdonar a los demás. Todos los hombres son dignos de nuestro perdón. Si Cristo los perdonó, quiénes somos nosotros para condenarlos. 

A los que Jesús redimió con el precio de su sangre, no podemos, en modo alguno, despreciar. A los que Cristo amó hasta entregar su vida por ellos, a esos no los podemos mirar con indiferencia y mucho menos con odio... Mirar con simpatía a todo el mundo, abiertos a la amistad y la comprensión.
Jesús muere en la Cruz con un “perdónales porque no saben lo que hacen”. Practica lo que predica y predica lo que vive. “Amaos como yo os he amado”, nos dice. Y su amor incluye total y absolutamente el perdón.
P. Teodoro Baztán Basterra. OAR.

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