miércoles, 11 de octubre de 2017

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LA FE CRISTIANA REINA y VENCE POR DOQUIER


Así pues, varones y mujeres, y toda edad y dignidad de este mundo, se nos exhorta a la esperanza de la vida eterna. Unos, abandonando los bienes temporales, vuelan a los divinos. Otros se humillan ante las virtudes de los que eso hacen, y alaban lo que no se atreven a imitar. Unos pocos aún murmuran y se retuercen de vana envidia, son los que buscan sus cosas en la Iglesia aunque parezcan católicos, son los herejes que pretenden gloriarse con el nombre de Cristo, o los judíos que desean defender el pecado de su impiedad o los paganos que temen perder la curiosidad de su vana licencia. Pero la Iglesia católica, difundida a lo largo y lo ancho de todo el orbe, que quebrantó el ímpetu de todos ellos en tiempos pasados, se robustece más y más, no con la resistencia, sino con la tolerancia. Apoyada en su fe, se ríe de los problemas insidiosos que ellos presentan, con diligencia los discute, con inteligencia los resuelve. No se cuida de la paja de sus acusadores, ya que distingue con cautela y diligencia el tiempo de la cosecha, el de la era y el del granero. Corrige a los que denuncian su grano y a los que yerran, o cuenta entre las espinas y la cizaña a los envidiosos.

LA FE RECTA y LA ACCIÓN BUENA 


 Así pues, sometamos nuestra alma a Dios si queremos reducir a servidumbre nuestro cuerpo y triunfar del diablo. La fe es la primera que somete el alma a Dios. Después, los preceptos para vivir bien, cuya observancia afirma la esperanza, nutre la caridad y comienza a iluminar lo que antes, solo, se creía. Dado que el conocimiento y la acción hacen al hombre feliz, así como hemos de evitar el error en el conocimiento, hemos de evitar la maldad en la conducta. Pues yerra quien piensa que puede conocer la verdad cuando vive inicuamente. Porque iniquidad es amar este mundo y estimar en mucho lo que nace y pasa, así como desearlo y trabajar para conseguirlo, regocijarse cuando abunda, temer que perezca y entristecerse cuando perece. Una vida tal no puede contemplar aquella verdad pura, auténtica e inalterable, ni adherirse a ella ni permanecer con ella para siempre. Por tanto, antes de que se purifique nuestra mente, hemos de creer lo que aún no podemos entender, pues con razón dijo el profeta: si no creyereis, no entenderéis (Is 7,9).

 La Iglesia nos transmite, en pocas palabras, la fe con la que se nos confían las cosas eternas, que los carnales no pueden todavía entender, y también las cosas temporales, pasadas y futuras, que la eternidad de la divina Providencia realizó o realizará por la salvación de los hombres. Creamos, pues, en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, personas eternas e inmutables, esto es, un solo Dios, Trinidad eterna en una única sustancia, Dios del que todo, por quien todo y en quien todo existe (Rm 9, 36)..
(Agon. XII-XIII, 13-15)

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