viernes, 27 de octubre de 2017

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LAS BUENAS OBRAS

Cuando se muestran a los hombres las buenas obras, incluso las que se hacen por Dios, puesto que se trata de obras de hombres piadosos y buenos, no se reclaman alabanzas humanas, sino que se proponen para que sean imitadas. La obra buena contiene una doble acción misericordiosa: una espiritual y otra corporal. Con la misericordia corporal se socorre a los hambrientos, a los sedientos, a los desnudos y peregrinos; pero, cuando se muestran estas mismas obras, a la vez que provocan a la imitación, alimentan también los espíritus y las mentes. Uno se alimenta con la obra buena y el otro con el buen ejemplo, pues ambos tienen hambre. Uno quiere recibir para alimentarse y el otro quiere ver algo que imitar. La lectura del evangelio que acaba de leerse nos habla de esta verdad. A los cristianos que creen en Dios, que obran el bien y que mantienen la esperanza de la vida eterna como recompensa a sus buenas obras se les dice: Vosotros sois la luz del mundo. Y a la Iglesia entera difundida por doquier se le dice: No puede esconderse una ciudad construida sobre un monte (Mt 5,14). En los últimos tiempos, dice, será manifiesto el monte del Señor, dispuesto en la cima de los montes (Is 2,2) . Es el monte que creció a partir de una pequeña piedra, y al crecer llenó todo el mundo (Cf Dn 2,34-35). Sobre él se edifica la Iglesia, que no puede ocultarse.

 Ni se enciende una lámpara y se la pone bajo el celemín, sino en el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa (Mt 5,15). Muy oportuna ha caído esta lectura en el día en que se consagran los candeleros, para que quien obra sea lámpara puesta en el candelero. En efecto, el hombre que obra el bien es una lámpara. Pero ¿qué es el candelero? Lejos de mí el gloriarme, a no ser en la cruz de nuestro Señor Jesucristo (Ga 6,14). Por tanto, quien obra según Cristo y por Cristo, para no ser alabado más que en Cristo, es un candelero. Alumbre a todos, vean algo que imitar; no sean perezosos ni áridos; les es útil el ver; no sean videntes con los ojos y ciegos en el corazón.
S 338, 1.

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