domingo, 8 de octubre de 2017

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XXVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO -A- Reflexión

Otra vez la viña, ¡y van tres! Pero todas tienen un sentido catequético. La primera vez era una invitación del Señor: “id también vosotros a trabajar a mi viña”; la segunda, el modo de hacerlo, con disponibilidad y siendo coherentes con lo que decimos y hacemos; y hoy, los frutos de ese trabajo. ¿Qué frutos espera Dios de nosotros? ¿Los estamos dando? 

El punto de partida de todo esto no es otra cosa que el amor apasionado de Dios por su pueblo, por su viña. (Bellísima la primera parte de la lectura de Isaías: “Voy a cantar en nombre de mi amigo un canto de amor a su viña. Mi amigo tenía una viña en fértil collado. La entrecavó, la descantó, y plantó buenas cepas; construyó en medio una atalaya y cavó un lagar. Y esperó que diese uvas, pero dio agrazones”.

 El mensaje sigue siendo una Buena Noticia que hay que acoger con confianza y con mucha esperanza en las capacidades que tenemos las personas para dar el fruto que Dios espera.

La viña es una clara imagen del pueblo de Israel, y puede serlo también de la Iglesia, de nosotros. El propietario es Dios mismo, aunque muchas veces pensemos que los dueños somos nosotros y que podemos hacer lo que nos venga en gana. De ahí que sea muy importante que siempre estemos a la escucha de lo que Dios quiere de su viña, que somos nosotros.

Y Dios es un buen “empresario”, como veíamos también hace un par de semanas, cuando salía a contratar jornaleros a distintas horas del día, y hasta cinco veces, porque no quiere que ninguno de sus hijos e hijas pase necesidad. Él se ha desvivido por la viña, para que estuviera lozana y diera buenos frutos. 

Pero los distintos “arrendatarios” se han sublevado contra los profetas, los enviados de Dios, e incluso contra el propio heredero, Jesucristo, a quien han dado muerte. Han usado la violencia en contra de su Señor y han querido ser más amos que jornaleros.

Esta es la denuncia que el profeta Isaías hace en la primera lectura, pero es también la que Mateo hace a su comunidad cristiana con la parábola del evangelio. 

Dice el profeta: “¿Qué más cabía hacer por mi viña que yo no lo haya hecho? … Esperó de ellos derecho, y ahí tenéis: asesinatos; esperó justicia, y ahí tenéis: lamentos”. Y dice también el evangelista: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular”, haciendo referencia a Jesucristo y a su muerte y resurrección. 

¿No será esto una denuncia y una reflexión hacia una Iglesia, y a nosotros, porque que no damos los frutos que quiere Dios? Son palabras tan duras las de Jesús que a lo mejor dudamos que tengan algo que ver con nosotros: “Por eso os digo que se os quitará a vosotros el Reino de los Cielos y se dará a un pueblo que produzca sus frutos”. Tendremos que revisarnos.

¿Qué frutos son los que tenemos que dar? La semana pasada nos decía el Señor que menos palabras y más hechos. ¿Qué clase de cristianismo estamos viviendo? ¿Es un cristianismo estéril, o por el contrario, fructífero? Después veremos la cantidad de nuestro fruto, que no es tan importante, ya sabéis, unos 10, otros 30, otros 70… según la capacidad de cada uno, pero lo importante es dar fruto.
El Señor nos quiere en su viña. Y quiere también el fruto de una vida entregada a los demás, especialmente a los más pobres y necesitados. 

Queremos ser transparencia de Dios en el mundo, en nuestros ambientes, entre los que nos rodean, que nos conozcan por nuestros frutos, que no son otros que los frutos del Reino de Dios: solidaridad con los más necesitados, fraternidad, servicio mutuo, justicia para los más desfavorecidos, perdón, gratuidad, generosidad… nuestra sociedad los necesita, es también la viña del Señor a la que Él nos envía a trabajar. 

Frutos de una fe más crecida, de un amor más entregado, de una esperanza más firme.
Vayamos gozosos sabiendo que Dios nos acompaña, que es un buen “empresario” que no nos abandona y que lucha para que tengamos lo mejor, lo necesario para una vida digna y feliz.

P. Teodoro Baztán Basterra, OAR.

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