martes, 21 de noviembre de 2017

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LA DISCIPLINA CRISTIANA (3)

El amor a sí mismo 

 Cómo debe amarse a sí mismo aquel a quien se le ordena amar al prójimo como a sí mismo. —Fijaos bien cuántos prójimos tiene cada hombre. Todos los hombres a quienes haya encontrado o a quienes haya podido unirse son prójimos tuyos. ¿Cómo, pues, poner en tela de juicio si se ama a sí mismo aquel a quien le han sido confiados tantos prójimos para que los ame así como se ama a sí mismo? Que ninguno se ofenda si le discuto cómo se ama a sí mismo. Ciertamente que yo lo discuto, pero que él mismo se reconozca. ¿Para qué discutirlo si lo voy a reconocer? Precisamente lo discuto para que él mismo se interpele, él mismo se descubra a sí mismo, él mismo no se oculte, él mismo no se esconda, él mismo se ponga ante sus propios ojos y no a sus espaldas. Cuando yo estoy hablando, que él haga eso; cuando yo lo ignore, que haga lo propio. ¿Cómo te amas? Tú, quienquiera que me oigas, más aún, quienquiera que oye a Dios por mí en esta casa de la disciplina, fíjate en ti, cómo te amas tú. Porque de cierto que si te pregunto si tú te amas, responderás que te amas. Porque, ¿quién se odia a sí mismo? Luego tú, si te amas, no amas la iniquidad. Porque si amas la iniquidad, no te lo digo yo, escucha el salmo: El que ama la iniquidad, odia a su alma (Sal 10,6). Luego si amas la iniquidad, escucha la verdad: la verdad que no te halaga, sino que te dice abiertamente: tú te odias. Cuanto más dices tú que te amas, te estás odiando, porque: el que ama la iniquidad, odia a su alma. ¿Qué voy a decir de la carne, que es la parte más inferior del hombre? Si odia al alma, ¿cómo ama a la carne? Finalmente, los que aman la iniquidad y odian a su propia alma, ejercitan toda torpeza con su carne. Así, pues, tú, que amas la iniquidad, ¿cómo querías que se te encomendase el prójimo para que lo amases como a ti mismo? Hombre, ¿cómo es que te pierdes? Porque si tú mismo te amas de modo que te pierdes, ciertamente que vas a perder también a aquel a quien amas como a ti mismo. No quiero, pues, saber a quién amas, ¡perece tú solo! O más bien, ¡corrige el amor; de lo contrario, renuncia a toda compañía!

Amor pernicioso al prójimo

 El hombre bestial. —Me vas a decir: yo amo al prójimo como a mí mismo. Lo sé, lo sé; tú quieres emborracharte con aquel a quien amas como a ti mismo. ¡Vamos a pasarlo hoy bien y a beber cuanto podamos! Fíjate que al amarte así, y al arrastrar al otro contigo, también le estás invitando a lo que tú amas. ¡Es necesario que al que amas como a ti mismo le invites también a lo que a ti te gusta! ¡Eres hombre muy humano o más bien eres bestial!, porque amas las mismas cosas que las bestias. Y, ciertamente, Dios hizo a las bestias postradas hasta la cara cuando se procuran el pasto de la tierra, y a ti te elevó de la tierra sobre dos pies. Quiso que tu cara se dirigiese hacia arriba. Que tu corazón no discorde de tu cara, ¡no vayas con la cara hacia arriba y con el corazón hacia abajo! Más aún: escucha la verdad y haz lo verdadero. ¡Arriba el corazón! No seas un mentiroso en la casa de la disciplina. En efecto, cuando escuchas, responde; pero que sea verdad lo que respondes. Amate de este modo y amarás al prójimo como a ti mismo. ¿Qué es tener arriba el corazón sino lo que he dicho antes: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente? (Mt 22,37) Porque son dos los preceptos: ¿si dijera uno solo, no sería suficiente? También es suficiente uno solo si se entiende bien. Pues a veces la Escritura habla de este modo, como el apóstol Pablo: No cometerás adulterio, no cometerás homicidio, no fornicarás. Y si queda algún otro mandamiento, está recapitulado en esta expresión: amarás a tu prójimo como a ti mismo. El amor del prójimo no obra el mal. Porque la plenitud de la ley es la caridad (Rm 13,9.10).

¿Qué es la caridad? El amor. Parece que no ha dicho nada del amor de Dios, sino que ha dicho que es suficiente sólo el amor del prójimo para cumplir la ley. Cualquier otro mandamiento está recapitulado en esta expresión, está cumplido en esta sola frase. ¿En cuál? Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Mt 22,39). He ahí un solo mandamiento. Y ciertamente son dos los preceptos en los cuales está resumida toda la ley y los profetas.
Disc. Chr. IV- V

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