lunes, 27 de noviembre de 2017

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LA DISCIPLINA CRISTIANA (6)

La ceguera de los avaros. —Me dirigiré a él. Eres un avaro, amas la riqueza y ¿quieres ser feliz? Ama a tu Dios. La riqueza no te hace feliz. Tú a ella la haces atractiva, ella a ti no te hace feliz. Pero porque amas mucho la riqueza, y veo que estás dispuesto a caminar adonde te ordenare tu concupiscencia, ¡perezoso!, camina adonde te reclama la caridad. Mira y advierte cuánta diferencia hay entre tu riqueza y tu Dios. Este sol es más hermoso que tu riqueza, y, sin embargo, este sol no es tu Dios. Pues si esta luz es más hermosa que tu riqueza, ¿cuánto más hermoso es aquel que hizo esta luz? O ¿acaso quieres comparar tu riqueza con la luz? Advierte que el sol se pone; enséname ahora tu riqueza. Es brillante, pero de noche le quito el brillo. Ciertamente que tú eres rico, muéstrame tus riquezas. Ahora bien: si careces de luz, lo mismo que si no tienes con qué ver lo que tienes, ¿dónde están tus riquezas?

Contra la ceguera de los avaros

Y, sin embargo, siendo tan horrenda la profundidad de la avaricia, no aparece ante los ojos ni sale a borbollones en las almas. Hemos visto que los avaros son también ciegos. Que me expliquen cómo los avaros son ciegos, por qué no ven. Porque lo que tiene el avaro a la vez no lo tiene, por eso el avaro es ciego. ¿Por qué? Porque cree tenerlo, por eso es avaro. La fe lo hace rico: creyendo es rico, no viendo. ¿Cuánto mejor el que cree en Dios? Tú no ves lo que posees y yo te predico de este modo a Dios. Aún no ves: ama y verás. ¡Ciego! Tú amas la riqueza que no verás jamás. Tú posees siendo ciego, morirás ciego; lo que posees, aquí lo vas a dejar. No lo tenías tampoco cuando vivías, porque no veías lo que tenías.

Amar a Dios como a la riqueza. —¿Qué te dicen de Dios? Atiende a esto de la misma Sabiduría: Amala como a la riqueza (Pr 2,4). Es indigno, es injurioso comparar a la Sabiduría con la riqueza; en cambio, sin injuria alguna el amor es comparado con el amor. En efecto, os veo ahora que amáis la riqueza de tal modo que, ordenándolo el amor a la riqueza, tomáis trabajo, sufrís ayuno, pasáis el mar, os atrevéis a enfrentaros a los vientos y al oleaje; sé cómo elegís lo que vais a amar, pero no sé qué añadir al amor con que amáis. Amadme así, yo no quiero ser amado más, dice Dios. Hablo a los malvados, hablo a los avaros: amáis la riqueza, amadme a mí otro tanto. De cierto que yo soy incomparablemente mejor; pero no quiero de vosotros un amor mayor. Cuanto amáis la riqueza, amadme a mí otro tanto. Que al menos nos avergoncemos, que confesemos y golpeemos el pecho en lugar de poner una losa sobre nuestros pecados. El que golpea el pecho y no se corrige, consolida los pecados, no los quita. Golpeemos el pecho, azotémonos y corrijámonos para que no nos castigue después aquel que es el maestro.
Hemos dicho qué se aprende aquí. Diremos por qué se aprende.

Aprender las letras humanas para un fin temporal

 El miedo a la muerte. —¿Para qué fuiste a la escuela, y fuiste castigado y llevado por tus padres; aunque huías, eras buscado, y una vez encontrado, eras traído a la fuerza, y llevado eras extendido? ¿Por qué fuiste azotado? ¿Por qué sufriste tantos males en la niñez? Para que aprendieses, ¿Qué ibas a aprender? Las humanidades. ¿Para qué? Para conseguir riquezas y honores, para alcanzar las mayores dignidades. Mira que tú vas a perecer, por una cosa perecedera has aprendido con tantos castigos y tanto trabajo, que todo eso es perecedero, y, sin embargo, el que te llevaba a la fuerza a tantos castigos te amaba. El mismo que te amaba te llevaba a la fuerza al castigo, para que fueras azotado; lo hacía porque te amaba; para que aprendieses, ¿qué? Las humanidades. ¿Las humanidades son cosa buena? Son buenas. Ya sé que me lo vas a decir: porque también vosotros, obispos, ¿no habéis leído letras? ¿Por qué no tratáis las divinas Escrituras con la misma literatura? Así es en verdad. Pero no aprendimos letras para eso. En realidad, nuestros padres, cuando nos enviaban a la escuela, no nos decían: Aprended letras para que consigáis leer los códices del Señor lo mejor que podáis. Tampoco los cristianos dicen eso a sus hijos, sino: Aprended letras, ¿para qué? Para que seas un hombre. Pues qué, ¿es que ahora soy una bestia? Lo repito: para que seas un hombre, a saber: para que seas eminente entre los hombres. De donde aquel proverbio: cuanto más tengas tanto mayor serás. Para que tengas cuanto tienen los demás, o cuanto tienen unos pocos, o más que tienen los demás, o más que tienen esos pocos. Para que obtengas por ello honor, para que obtengas por ello dignidad. Y ¿dónde estarán todas estas cosas cuando llegue la muerte? ¿Cómo estimula este miedo, cómo interpela este miedo? ¿Cómo el solo nombre recordado por mí ha sacudido los corazones de todos? ¿Cómo habéis declarado vuestro temor con el gemido como testigo? Lo he oído, lo he oído; habéis gemido y teméis la muerte. Si teméis, ¿por qué no lo evitáis? Teméis la muerte, ¿qué teméis? Que ha de venir; que la tema o no la tema, tiene que venir; tarde o pronto, ha de venir. Si la temes, no obrarás de manera que lo que temes no exista.
Disc. Chr. X-XI

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