miércoles, 29 de noviembre de 2017

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LA DISCIPLINA CRISTIANA (8)

Los oyentes buenos y malos

 Quiénes aprenden y quiénes no. —Los que aprenden son cristianos: quienes oyen y no aprenden, ¿le importan al sembrador? No es el camino lo que atemoriza la mano del sembrador, no son las piedras ni las espinas: él siembra lo que es suyo. El que no ha temido caer en tierra mala no llega nunca a tierra buena. Yo al menos os hablo y os arrojo la semilla, siembro. No faltan quienes desprecian, quienes critican, quienes se ríen. Si tememos a ésos, no llegaremos a sembrar nada y en la siega tenemos que tener hambre. Luego la semilla cae en tierra buena. Ya sé que quien oye y oye bien, se aparta y progresa. Se aparta de la iniquidad y progresa en la verdad; se aparta del mundo y progresa para Dios.

                    El maestro verdadero

Quién es el Maestro verdadero. —En verdad, ¿quién es el maestro que enseña? No un hombre cualquiera, sino un apóstol. Realmente es un apóstol el que habla, y, sin embargo, no es un apóstol el que enseña. ¿Queréis tener acaso una prueba de que aquel que habla es Cristo? (2Co 13,3). Cristo es el que enseña; tiene la cátedra en el cielo, como he dicho poco antes. Su escuela está en la tierra, y su escuela es su mismo cuerpo. La Cabeza enseña a sus miembros, la lengua habla a sus pies. Cristo es el que enseña: escuchemos, temamos, obedezcamos. Y ¡cuidado con despreciar también al mismo Cristo!, el cual nació en la carne por ti, fue envuelto en los pañales de la mortalidad; tuvo hambre y tuvo sed por ti; fatigado por ti, se sentó junto al pozo; cansado por ti, se durmió en la barca; oyó por ti injurias como un indeseable; por ti no apartó de su faz los salivazos de los hombres; recibió en su rostro bofetadas por ti; por ti colgó en la cruz; por ti entregó el alma; por ti fue puesto en el sepulcro. ¿Vas a despreciar acaso todo esto en Cristo? ¿Quieres saber quién es él? Recuerda el Evangelio que has oído: El Padre y yo somos uno (Jn 10,30).

Conclusión. —Vueltos al Señor, pidámosle por nosotros y por todo su pueblo, presente con nosotros en los atrios de su casa: a la cual se digne guardar y proteger por Jesucristo su Hijo, Señor nuestro, que con él vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
Disc. Chr. XIII, XIV, XV

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