domingo, 5 de noviembre de 2017

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XXXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO -A-

Son los días previos a la muerte de Jesús. La inquina y el odio de los fariseos y los jefes religiosos de Israel van en aumento. Se respira tensión en el ambiente. Sabiendo Jesús que sus adversarios ya han decidido sobre su vida, lanza un fuerte ataque contra los guías espirituales de Israel desenmascarando su hipocresía.

Ahora se dirige a la gente del pueblo. Refiriéndose a  los fariseos y los encargados de interpretar la ley, dice tres cosas: 1) no hacen lo que dicen; 2) añaden a la ley multitud de prescripciones e interpretación que cargan sobre la gente sencilla y que ellos no son capaces de cumplir, 3) todo lo hacen para que los vea la gente. 

Al final añade: El que quiera ser el primero que sea el servidor de todos. 

Ellos no hacen lo que dicen. Esta frase la aplica Jesús a los letrados y fariseos que se han sentado en la cátedra de Moisés. En nuestra lengua, una acepción de la palabra “fariseo” es la de hipócrita y se aplica a una persona que dice una cosa y hace otra. El fariseo, el hipócrita, es, además, mentiroso, porque dice las cosas con intención de engañar, para que los demás crean que es lo que no es
Jesús denuncia la hipocresía, la vana ostentación, los aires de grandeza y de superioridad y el afán de privilegios y títulos de honor. Actuar así es no seguir el ejemplo ni el estilo de Jesús. 

El mensaje de Jesús sigue vigente. Son aplicables también estas palabras a nosotros, que quizás nos gusta vivir de la apariencia, de la imagen y de la ostentación. O decimos lo que no sentimos, o nos creemos superiores a los demás, o damos consejos que nosotros no somos capaces de cumplir o imponemos cargas a los otros que nosotros no podemos soportar. 

Jesús enseñaba con autoridad, dice el evangelio. Es decir, enseñaba y practicaba lo que vivía. Había una total coherencia en su vida. Y su autoridad era servicio: atención a los enfermos, misericordia con los pecadores, cercanía con todos, particularmente con aquellos a quienes la sociedad de entonces marginaba, preocupación por los hambrientos, pobre entre los pobres, obediencia total al Padre.
Jesús no sólo enseñó, sino que hizo vida sus palabras. Pudo explicar la parábola del buen samaritano, porque él era en verdad buen samaritano. Pudo explicarnos las bienaventuranzas, porque él las vivía y las disfrutaba el primero. Jesús es nuestro ejemplo viéndole con los niños, con los enfermos, con sus amigas y amigos, con los pobres. Viéndole lavar los pies. 

Para Jesús o según Él, La persona más importante es quien sirve a los demás. Por eso nos puede decir a nosotros: El que quiera ser el primero entre vosotros, que sea vuestro servidor. No son las palabras lo que cuentan, sino los hechos. Sólo se anuncia con verdad lo que se vive con coherencia y alegría.
La actitud poco evangélica de ocupar los “primeros” puestos,  compartir mesa, sillón y honores con los “grandes” de este mundo es una tentación en la que la mayoría, en mayor o menor grado, caemos. No es fácil armonizar estos comportamientos con el mensaje de Jesús. 

Ahora os toca a vosotros, sacerdotes. Ahora el que habla es Dios a través de su profeta Malaquías. Es el último de los profetas menores que aparece en la Biblia y su texto tiene poco más de dos páginas. Es un texto dirigido a los sacerdotes, a quienes acusa de no buscar la gloria de Dios, sino su propia gloria, aplicando la ley con absoluta parcialidad, no con justicia y equidad. Todos, dice el profeta, tenemos un solo Padre y debemos portarnos todos, unos con otros, como hermanos. 

El texto nos sirve de reflexión a los sacerdotes en primer lugar y, extensivamente, a todos, en nuestras relaciones con los demás. El mandamiento de Jesús de amarnos mutuamente es un mandamiento universal.

Que no se diga de nosotros que somos de los que “dicen y no hacen”. Que nuestro testimonio sea de verdaderos creyentes, que escuchan el evangelio como Palabra viva y actualizada de Dios para cada persona, y lo llevan a la vida de cada día. Que no digan eso de “mucho ir a Misa, pero luego nada de nada”. Que salgamos de la Eucaristía llenos de Jesucristo, que es Buena Noticia para todos, y que “contagiemos” a los demás hermanos y hermanas con su mensaje de amor y de felicidad.
P. Teodoro Baztán Basterra

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