domingo, 19 de noviembre de 2017

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XXXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO -A- Reflexión

Una nueva parábola de Jesús. Es la llamada parábola de los talentos. En ella Jesús subra-ya la colaboración humana en el plan de Dios y la responsabilidad de todos y cada uno de los creyentes para llevar a cabo su plan. Está claro que Dios podía, y puede, hacer todo por sí mismo. No necesita de nada ni de nadie para llevar a cabo su proyecto de construir su reino en la tierra y la salvación de todos. Pero, a la vez que respeta nuestra libertad, nos pide que arrimemos el hombro en este proyecto. Una vez más recordamos las palabras de San Agustín: Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti.

Y para ello nos ha dado una serie de dones, los talentos de la parábola, o cualidades para hacer siempre el bien. El talento era la moneda más valiosa del tiempo de Jesús. Y Dios reparte a cada uno esta serie de talentos o dones en cantidades diferentes, sabiendo que todos tenemos de sobra para realizar el trabajo que nos encomienda.

Dones de Dios -los talentos- son las cualidades que tiene cada cual, las facultades de que dispone, las propias capacidades, todo lo que Dios ha dado a una persona para que haga el bien.

¿Y cuáles son estos “talentos”? Son cualidades inherentes a la naturaleza humana: las cualidades innatas de cada cual, las facultades, la capacidad que Dios ha dado a cada persona para que haga el bien, la libertad, la fe, su Palabra, su gracia, la capacidad de amar como nos ama Él, y muchos más.
Y nos los ha concedido para trabajar por su Reino y su justicia, por la paz y el amor co-mo el de Jesús, para comprometernos con las causa de los pobres y la felicidad de todos, por la fraternidad de quienes nos llamamos hermanos, por un mundo más humano, más justo, más solidario, por una familia más unida y mejor, etc.

Según la parábola, en nuestras manos está el deber de que fructifiquen. No los podemos encerrar o enterrar para que no se pierdan. Por ejemplo, la gracia del bautismo en muchos está totalmente enterrada. En otros, también muchos, está fructificando en una vida de fe siempre creciente. El amor o la capacidad de amar, el don mejor, en algunos está ence-rrada en un corazón endurecido y se llama egoísmo. En otros es apertura generosa al bien de los hermanos. La libertad, cuando no es libertinaje, es responsabilidad asumida para hacer siempre el bien. Etc.

No podemos quedarnos egoísticamente con estos dones que Dios nos ha concedido con total generosidad. El Señor reprueba la actitud del siervo que esconde el talento para que no se pierda o por miedo a su señor. No se trata de evitar el mal, sino de darnos cuenta de lo que perdemos por no hacer el bien. 

Estos dones o talentos, necesitan nuestro trabajo y nuestro esfuerzo para que produzcan o sean eficaces y den el fruto que Dios espera de nosotros. Son dones que tenemos que usar en beneficio de nuestros hermanos. El Señor no premia al que recibió cinco talentos, o dos talentos, por haberlos recibido, sino por haber negociado con ellos y haber ganado otros cinco, u otros dos. Tampoco condena al que recibió sólo un talento por haber reci-bido poco, sino por haber escondido el talento bajo tierra y no haber negociado con él.

De ahí la pregunta que nos debemos hacer: ¿Qué hacemos con nuestros talentos? Dios quiere que seamos emprendedores. Ha dejado el mundo en nuestras manos. Él lo creó y nos pide que seamos re-creadores de su obra.

Una fe oculta por miedo o por el qué dirán podría morir en sí misma. Como el grano de trigo que se guarda y no se siembra. Un amor que tiene en cuenta sólo el propio bien o interés personal es lo más opuesto al evangelio de Jesús. La Palabra de Dios escuchada y acogida, quedaría encadenada (como dice san Pablo en su carta  su discípulo Timoteo) si no se comunicara como buena noticia. La formación cristiana que hemos recibido sería totalmente inservible si no la compartieras con los demás. La libertad, como opción para hacer siempre el bien, sería, a la larga, esclavitud. 

El pozo cavado en el terreno por el “servidor malo y perezoso” indica el temor del riesgo que bloquea la creatividad y la fecundidad del amor. Jesús no nos pide que conservemos su gracia en una caja fuerte para que no se pierda.

¡No defraudemos al Señor! Pidámosle que no ayude a ser “servidores buenos y fieles”, para participar “de la alegría de nuestro Señor”. Que nos diga a todos y cada uno: “Entra en el gozo de tu Señor”
Jornada mundial de los pobres
P. Teodoro  Baztán Basterra, OAR.

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