miércoles, 13 de diciembre de 2017

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EL NACIMIENTO DEL SEÑOR (3)

¿Qué hombre conocerá todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia, ocultos en Cristo y escondidos en la pobreza de su carne? En efecto, siendo rico, por nosotros se hizo pobre, para enriquecernos con su pobreza (2Co 8,9). Cuando asumió la mortalidad y destruyó la muerte, se manifestó en pobreza, pero no perdió las riquezas, como si se las hubieran quitado, sino que las prometió, aunque diferidas. ¡Cuán grande es su dulzura que esconde a los que lo temen y plenifica a favor de quienes ponen su esperanza en él! (Cf Sal 30,20) Nuestro conocimiento es parcial hasta que llegue la plenitud. Para hacernos capaces de alcanzarla, el que era igual al Padre en la forma de Dios, hecho semejante a nosotros en la forma de siervo, nos restaura en la semejanza de Dios. Haciéndose hijo del hombre el Hijo único de Dios, convierte en hijos de Dios a muchos hijos de los hombres, y nutriendo, mediante la forma visible de siervo, a quienes son esclavos, los hace totalmente libres para ver la forma de Dios. Somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es (1Jn 3,2). En efecto, ¿por qué son tesoros de sabiduría y de ciencia, de riquezas divinas, sino porque nos bastan? Y ¿por qué dulzura tan abundante, sino porque nos sacia? Así pues, muéstranos al Padre y nos basta (Jn 14,8). En cierto salmo le dice uno, o en lugar nuestro o en nosotros o por nosotros: Me saciaré cuando se manifieste tu gloria (Sal 16,15). Él y el Padre son una sola cosa (Cf Jn 10,30), y quien lo ve a él ve también al Padre (Cf Jn 14,9). Luego el Señor del poder es el mismo rey de la gloria (Sal 23,10). Si él nos convierte, nos mostrará su rostro, seremos salvos (Cf Sal 79,4), y quedaremos saciados y nos bastará.
S, 194, 3

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