domingo, 17 de diciembre de 2017

// //

III DOMINGO DE ADVIENTO -B- Reflexión

 El profeta Isaías es, sin duda, uno de los personajes bíblicos más significativos del adviento. Es un personaje del adviento porque él predicó siempre la esperanza en un Dios misericordioso y liberador, un Dios que venía a salvar a su pueblo y a librarle de sus esclavitudes y miserias.

Tradicionalmente en este tercer domingo de adviento, la Iglesia nos invita a la alegría.  La alegría es el sentimiento que embarga nuestro corazón cuando nos salvamos de un peligro, cuando salimos airosos de un problema serio o grave; la alegría es el sentimiento gozoso de sabernos salvados por Dios. 

En este tiempo de adviento sabemos que la salvación de Dios está cerca, en el sentido de que Dios nos acompaña incluso en esos momentos más dolorosos de nuestra vida.  A pesar de que esta vida está marcada por el sufrimiento, la enfermedad, las adversidades de todo tipo, sin embargo sabemos que eso no es el destino final al que Dios nos llama.  Dios nos ama y nos llama a la salvación. Dios nos conduce a la vida y a la plenitud, a la alegría y al gozo, a través del camino de la aceptación de nuestras limitaciones, de la perseverancia en el bien, de la responsabilidad esforzada. 

Por eso san Pablo escribe: Estad siempre alegres, orad sin cesar, dad gracias en toda ocasión, pues esto es lo que Dios quiere de vosotros en Cristo Jesús.  La alegría cristiana es muy distinta de la alegría de este mundo.  La alegría de este mundo es diversión.  Divertirse significa mirar para otro lado; significa dejar de prestar atención a las cosas serias, para dedicarse a las cosas ligeras, banales, entretenidas y sin contenido.
 
La alegría que viene de Dios, por el contrario, va unida a la oración; es el gozo interior que surge cuando sabemos cuál es el sentido de nuestra vida; cuál es el amor que nos sostiene; cuál es la meta final hacia la que nos encaminamos. 

Por eso puede haber alegría en el corazón y, al mismo tiempo, sufrimiento y enfermedad en el cuerpo; puede haber gozo interior y adversidades para el desempeño de nuestro trabajo.

Mi espíritu se alegra en Dios, mi Salvador, hemos rezado en el salmo responsorial.  Ese salmo en realidad es el canto de júbilo que la Virgen María pronuncia durante su visita en casa de Isabel.  María pronuncia su canto de alegría, con el corazón lleno de agradecimiento y reconocimiento a Dios que se ha fijado en ella, para elegirla como Madre del Salvador, a pesar de que no tenía nada de qué alardear delante de Dios.  Puso sus ojos en la humildad de su esclava. 

Ese canto de júbilo y alegría es también nuestro canto porque la fe y la salvación han llegado hasta nosotros porque Dios nos ama.

A los judíos de su tiempo les impresionó la figura de Juan, hasta el punto de que muchos creían que él era el verdadero Mesías que había venido a salvar al pueblo de Israel. Pero él, Juan el Bautista, un hombre lleno de fortaleza espiritual y de humildad, responde, sin rodeos, a los judíos que le preguntaron y dijo: Yo no soy el Mesías. 

Él afirma que es un hombre enviado por Dios, que viene como testigo para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la luz. No quiere que nadie le crea más de lo que es. Su misión consiste en allanar el camino para que pueda llegar el que va a venir detrás de él, el que existía antes de él y del que él no se considera digno ni de desatarle la correa de la sandalia. Para eso vive como vive, en el desierto, predicando penitencia y justicia, bautizando, con agua, un bautismo de conversión. 

En medio de vosotros, les dice Juan a los sacerdotes y levitas enviados por las autoridades judías, hay uno que no conocéis. ¿Hasta qué punto podría Juan el Bautista decir esto mismo, hoy, a nosotros, cristianos del siglo XXI?

En medio de nosotros está Cristo (“Donde dos o tres…)”. Pero, ¿lo conocemos? El próximo día 25 celebraremos su venida. Porque vino hace dos mil años y se quedó con nosotros. ¿Dónde? Aquí, en la comunidad reunida. En la persona del pobre, en nuestro interior. En la Eucaristía. ¿Lo reconocemos? Si no fuera así, ¿qué sentido tendría la Navidad? Sigamos esperando en este tiempo de adviento. ÉL VIENE.
P. Teodoro Baztán Basterra, OAR.

0 Reactions to this post

Add Comment

Publicar un comentario