jueves, 28 de diciembre de 2017

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INOCENTES

(¡Despierta, José!)

¡Huye!

La noche va a despertar entre relámpagos.
Sobre alaridos y blasfemias,
bramarán las calles.
Un oleaje de puñales se agolpa.

Huye...

(Escucha, Raquel).

Ojos de sangre sobre tu tumba.
Gotean las ramas vidrio oscuro de sangre,
sangre
sobre tu carne seca.

¡Ay, cómo duele la sangre de los niños,
de tus niños perdidos
que han vuelto a llorar en tus ojos!

Y sus dedos pequeños
quieren rasgar tu sudario,
y sus labios cortados
colgarse en la dulzura de tu pecho.

Raquel, Raquel de viento,
abre tu entraña de yerba:
tus niños quieren triscar
y trepar por los árboles
mojados de sol y lluvia.

Quieren jugar con los pájaros
y volar en el aire de tus ojos de cielo.
Grita, Raquel, Raquel,
con la fiebre del trueno.

Los niños huyen sangrando
por escaleras de hierro,
con la cabeza cortada
y las manos que aúllan
por barandas de fuego.

Grita, Raquel:

madres en los rincones de la vida
matan su propia carne,
la carne tierna de niños no nacidos,
niños de cabezas enormes
con los ojos cerrados.

Raquel, Raquel de viento,
mira cuántos cuchillos por la sangre,
mira cuántos herodes por el tiempo.

Raquel, endurecido grito
el tuyo. Rompe ya esas manos que se afilan
los dedos.

Raquel, vaso de sacrificio,
recoge en tu sudario,
miembro a miembro el rocío.

Abrasando por las calles del beso
y el canal despeñado por las flores nupciales.

En este pálido Belén,
en este silencio roto de luz y sangre,
solo tu grito atraviesa las horas,
solo tu grito, Raquel.

 (P. Esteban Peña, oar, de "Poesía en San Millán", 1977).



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