lunes, 8 de enero de 2018

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BAUTISMO DEL SEÑOR

Celebramos hoy la fiesta del bautismo del Señor. Atrás quedan ya las fiestas de la Navidad en las que hemos contemplado el nacimiento del Hijo de Dios. La Navidad ha terminado y los Magos, tras regresar a su país por otro camino, han desaparecido del horizonte. Todos estamos un poco cansados de tanta fiesta y buscamos la verdad que esconde el misterio que hemos celebrado.

Es triste saber que para muchos la Navidad es la religión de una sola noche, por más bella y estupenda que sea. La encarnación de Jesús se reduce así a un simple acontecimiento sentimental, a una tradición o una fiesta cultural. Ha llegado la hora de plantearnos preguntas importantes sobre lo que hemos vivido con motivo de las celebraciones de la Navidad.

Hoy nos encontramos con Jesús ya adulto, en el inicio de su vida pública. Ha llegado para él la hora de la verdad. Ha llegado la hora de manifestar al mundo para qué ha venido a vivir entre nosotros y con nosotros. Ha llegado la hora de manifestar en qué consiste la salvación que Dios nos trae.  Ha llegado la hora del compromiso y de la misión.

El día de la Epifanía, (la fiesta de los Reyes) se manifestaba a los magos y, en ellos, a todas las naciones. Hoy es la presentación pública y solemne de Jesús como Hijo de Dios y salvador. Y esta presentación la hace el Padre en el momento en que es bautizado por Juan el Bautista: Este es mi Hijo amado, el predilecto... Escuchadle (añade San Marcos).

Jesús de Nazaret sale del anonimato después de treinta años de vida escondida y desconocida y, para que pueda cumplir con fidelidad la misión que traía entre manos, es ungido por Dios son la fuerza del Espíritu Santo.

Con el bautismo comienza la actividad evangelizadora de Jesús. Jesús se somete al bautismo que imparte Juan, cuyo bautismo es signo de conversión, aunque no tiene de qué convertirse. Jesús se coloca deliberadamente en la fila de los pecadores.

Quiere ser considerado como uno más, aunque en él no hubo nunca pecado. Pero lo hace porque carga sobre sí los pecados de toda la humanidad, para liberarnos de ellos. Por eso, como si fuera un pecador más, se somete a este bautismo- como lo hacían quienes buscaban el perdón de sus pecados-, para identificarse y solidarizarse con el pueblo pecador.

El Padre lo presenta y a continuación añade: Escuchadle. Es el Hijo de Dios, es el enviado por el Padre con una misión salvadora, es el Mesías prometido y esperado ansiosamente por el pueblo a lo largo de los siglos. Es, en expresión de San Juan, la Palabra del Padre: Palabra de verdad, palabra de vida, palabra de amor, palabra salvadora.

Escuchadle, nos dice el Padre. En ello nos va la vida. El que escucha la Palabra de Dios y la cumple, dirá el Señor en otra ocasión, será feliz y bienaventurado. Y Cristo habla y hablará siempre por medio del evangelio que él ha predicado y ha vivido. Es preciso, por tanto, acogerlo, leerlo, vivirlo y trasmitirlo.

Somos bautizados por la muerte y la resurrección de Jesús. El Cielo se abre sobre nosotros en este sacramento y, en la medida en que vivamos unidos con Jesús la realidad de nuestro bautismo, el cielo se nos abrirá.

En el siglo III, Cipriano de Cartago, escribió a su amigo Donato: "El mundo en el que vivimos es malo, Donato. Pero en medio de este mundo he descubierto a un grupo de personas santas y serenas. Son personas que han encontrado una felicidad que es mil veces más alegre que todos los placeres de nuestras vidas de pecadores. Estas personas son despreciadas y perseguidas, pero eso no les importa. Son cristianos, Donato, y yo soy uno de ellos".

Nuestro propio bautismo nos invita a ver el pasado con reconocimiento, a vivir el presente con gozo y a aceptar el futuro con esperanza. Cada vez que celebramos la eucaristía, somos invitados al banquete del Señor. Compartir la eucaristía nos une a nuestros hermanos y hermanas que se han sumergido en la vida de Cristo en las aguas del bautismo.

P. Teodoro Baztyán Basterra, OAR.

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