domingo, 7 de enero de 2018

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EPIFANÍA DEL SEÑOR


Epifanía: manifestación de Cristo a todos los pueblos. Hemos ido haciendo una fiesta únicamente para los niños. Pero lo es especialmente para los adultos. Para todos los hombres y mujeres de buena voluntad. 

Hemos vivido unas fechas entrañables. Hasta los mismos no creyentes se han dejado contagiar por ellas. Y todos, quién más quién menos, nos hemos dicho, de palabra o por escrito, ¡Feliz Navidad! ¿Y cuándo o cómo será feliz la Navidad?

La respuesta nos la dan los magos. Emprendieron un largo viaje siguiendo la señal de una estrella, buscaban a quien, sin saberlo, era el Mesías prometido, el Salvador, encontraron dificultades, trampas y engaños, y siguieron buscando a pesar de todo al personaje magnífico que acababa de nacer, y lo encontraron donde menos podían esperar: en una cabaña de pastores, en las afueras del pueblo, nacido de un matrimonio pobre y humilde. Pero, iluminados por la gracia, lo reconocieron. Se llenaron de inmenso gozo y le adoraron.

Podemos imaginar que el encuentro con el Niño-Dios transformó sus vidas. 

¿Qué nos dice todo esto? Que la Navidad es, ciertamente, la celebración del nacimiento de Cristo, pero también búsqueda y encuentro. Jesús viene a nosotros, pero nosotros tenemos que buscarle siempre, hasta encontrarle. Y vivirá una “Navidad Feliz”, o la habrá vivido, quien camina siempre al encuentro con Cristo.

Porque la fe o la vida del creyente es un camino de búsqueda que nos lleva al encuentro feliz con Jesús y para seguir buscándolo con más ahínco. Algo así como el buscador de oro que va a la montaña porque le han dicho que ahí posiblemente haya oro, y comienza a cavar la tierra y encuentra una veta, y sigue cavando, y la veta se va agrandando, y sigue buscando y encontrando cada vez más. Su vida, entonces, cambia, porque pasa de la pobreza a la riqueza.

Así también, salvadas las diferencias, quien  busca y encuentra la rica veta que es Jesús. Y cuando lo halla y lo va conociendo y amando cada día más, su vida cambia. Adquiere un sentido nuevo. Es otro modo de vivir, porque, además, lo que encuentra no es para él sólo, sino para compartirlo con los demás. Y esto lo llena de gozo.

En este caminar el creyente ha de encontrar dificultades y engaños -es la labor del maligno -, y habrá momentos de cansancio y desánimo, y tentaciones para seguir otras rutas -la del pecado lleva a la muerte- halagos y promesas falsas.

A pesar de todo vale la pena seguir en el empeño. A Dios sólo lo encuentra el que lo busca, y sólo llega a él el que camina a pesar de todo. 


Y hay señales, como la estrella, que nos indican el camino para encontrar a Cristo: su Palabra -ahí
está la biblia- los ejemplos de muchos cristianos o su testimonio de vida, la voz de la Iglesia que enseña, anima y orienta... y lo encontramos en el hermano que sufre -pobre, enfermo, emigrante-, también cuando dos o tres se reúnen en su nombre- por ejemplo en el hogar cristiano-, en los acontecimientos de la vida, gratos o no tan gratos... El cristiano es -debe ser- un buscador incansable de Jesús para seguirle.

Pero hoy también nos pide el Señor otra cosa. Nos pide que seamos, en lo posible una luz para los demás. Una estrella que los lleve al encuentro con el Señor: con nuestra vida, con nuestra palabra, con nuestros gestos de amor y solidaridad, con nuestra fe firme y gozosa, por nuestro servicio desinteresado al hermano. Podemos brillar de muchas maneras. Brille vuestra luz ante los hombres para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en el cielo, dice el Señor. Este es el mejor regalo que podemos ofrecer al Señor, mejor que el oro, incienso y mirra de los magos. Ellos ofrecieron lo que ellos pensaban que era lo mejor. También nosotros.

En este mundo de tinieblas -es una expresión del evangelio- hacen falta pequeñas lucecitas que indiquen el camino a quienes lo quieran recorrer hasta el encuentro con el Señor.

La eucaristía que celebramos hoy es el encuentro real con Cristo que viene a nuestra vida. Y en él nos encontramos todos como hermanos. Volvamos a nuestra casa, a nuestra vida, llenos de gozo, como los magos, porque hemos visto al Señor y nos hemos alimentado con su mismo cuerpo.

P. Teodoro Baztán Basterra, OAR-

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