martes, 2 de enero de 2018

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La Iglesia, como María, virgen y madre


 La Palabra del Padre, por la que fueron hechos los tiempos, al hacerse carne nos regaló el día de su nacimiento en el tiempo; en su origen humano quiso tener también un día aquel sin cuya anuencia divina no transcurre ni un día. Estando junto al Padre, precede a todos los siglos; naciendo de la madre, se introdujo en este día en el curso de los años. El hacedor del hombre se hizo hombre, de forma que toma el pecho quien gobierna los astros; siente hambre el pan; sed, la fuente; duerme la luz; el camino se fatiga en la marcha; la verdad es acusada por falsos testigos; el juez de vivos y muertos es juzgado por un juez mortal; la justicia, condenada por gente injusta; la disciplina, castigada con azotes; el racimo, coronado de espinas; la base, colgada de un madero; la fortaleza, debilitada; la salud, herida; la vida muere. Aunque él, que por nosotros sufrió tantos males, no hizo mal alguno, ni nosotros, que por él recibimos tantos bienes, merecíamos ningún bien, para librarnos a nosotros, a pesar de ser indignos, aceptó sufrir todas aquellas indignidades y otras parecidas. Con esa finalidad, pues, el que existía como hijo de Dios desde antes de todos los siglos sin comienzo de días, se dignó hacerse hijo del hombre en los últimos días, y el que había nacido del Padre sin ser hecho por él, fue hecho en la madre que él había hecho, para hallarse aquí, en un momento determinado, nacido de aquella que nunca y en ningún lugar hubiera podido existir a no ser por él.

Así se cumplió lo que había predicho el salmo: La verdad ha brotado de la tierra. María fue virgen antes de concebir y después de dar a luz. ¡Lejos de nosotros el creer que desapareció la integridad de aquella tierra, es decir, de aquella carne de donde brotó la verdad!... En efecto, en el seno de la virgen, se dignó unirse a la naturaleza humana el hijo unigénito de Dios, para asociar a sí, cabeza inmaculada, a la Iglesia, inmaculada también, a la que el apóstol Pablo da el nombre de virgen no sólo en atención a las vírgenes en el cuerpo que hay en ella, sino también por el deseo de que sean íntegras las mentes de todos. Os he desposado, dice, con un único varón para presentaros a Cristo como virgen casta. Así, pues, la Iglesia, imitando a la madre de su Señor, dado que en el cuerpo no pudo ser virgen y madre a la vez, lo es en la mente. Lejos de nosotros el pensar que Cristo al nacer privó a su madre de la virginidad, él que hizo virgen a su Iglesia liberándola de la fornicación de los demonios. En este día de hoy, celebrad con gozo y solemnidad el parto de la virgen, vosotras las vírgenes santas, nacidas de su virginidad inviolada; vosotras, que, despreciando las nupcias terrenas, elegisteis ser vírgenes también en el cuerpo. Ha nacido de mujer quien en ningún modo fue sembrado por varón en la mujer. Quien os trajo lo que ibais a amar, no quitó a su madre eso que amáis. Quien sana en vosotros lo que heredasteis de Eva, ¡cómo iba a dañar lo que habéis amado en María!

Aquella cuyas huellas seguís, no yació con varón para concebir y después del parto siguió siendo virgen. Imitadla en cuanto podáis, no en la fecundidad, porque no os es posible sin herir la virginidad. Sólo ella pudo tener ambas cosas, de las cuales vosotras quisisteis tener una, que perderíais si pretendierais poseer las dos. Sólo pudo poseer ambas cosas la que engendró al todopoderoso que le dio tal poder. Convenía que sólo el Hijo único de Dios se hiciese hombre de este modo sin igual. Que Cristo no deje de ser algo para vosotras por ser hijo sólo de una virgen. A él, aunque no pudisteis darle a luz en la carne, le encontrasteis como esposo en el corazón; y esposo tal que vuestra felicidad lo tiene por redentor sin que vuestra virginidad lo tema como su destructor. Quien no quitó a la madre la virginidad ni siquiera en el parto corporal, mucho más la conservará en vosotras en el abrazo espiritual. No os consideréis estériles por haber permanecido vírgenes, pues hasta la piadosa integridad de la carne cae dentro de la fecundidad de la mente. Obrad lo que dice el Apóstol: puesto que no pensáis en las cosas del mundo ni en cómo agradar a vuestros maridos, pensad en las cosas de Dios y en cómo agradarle a él en todo, para que sea fecundo no vuestro seno con la prole, sino vuestra alma con las virtudes.

Para concluir, me dirijo a todos, os hablo a todos; con mi palabra apremio a la virgen casta, toda entera, que el Apóstol desposó con Cristo. Lo que admiráis en la carne de María, realizadlo en el interior de vuestra alma. Quien en su corazón cree con vistas a la justicia, concibe a Cristo; quien con su boca lo confiesa con la mirada puesta en la salvación, da a luz a Cristo. De esta misma manera, sea exuberante la fecundidad de vuestras mentes conservando siempre la virginidad.

Sermón 191

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