lunes, 1 de enero de 2018

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VIRGEN MARÍA, MADRE DE DIOS

 Lc 2, 22-40: No se busca la inocencia haciendo desaparecer la disciplina

Tú educas a tu hijo. Y lo primero que haces, si te es posible, es instruirle en el respeto y en la bondad, para que se avergüence de ofender al padre y no le tema como a un juez severo. Te alegras con semejante hijo. Si llegara a despreciar esta educación, le castigas, le azotas, le causas dolor, pero buscas su salvación. Muchos se corrigieron por el amor; otros muchos, por el temor, pero por el pavor del temor llegaron al amor. Instruíos los que juzgáis la tierra. Amad y juzgad. No se busca la inocencia haciendo desaparecer la disciplina. Está escrito: Desgraciado aquel que se despreocupa de la disciplina. Bien pudiéramos añadir a esta sentencia: así como es desgraciado el que se despreocupa de la disciplina, aquel que la rechaza es cruel. Me he atrevido a deciros algo que, por la dificultad de la materia, me veo obligado a exponerlo con más claridad. Repito lo dicho: el que desprecia o no se preocupa de la disciplina es un desgraciado. Esto es evidente. El que la rechaza, es cruel.

Mantengo y defiendo que un hombre puede ser piadoso castigando y puede ser cruel perdonando. Os presento un ejemplo. ¿Dónde encuentro a un hombre que castigando sea piadoso? No iré a los extraños, iré directamente al padre y al hijo. El padre ama aun cuando castiga. Y el hijo no quiere ser castigado. El padre desprecia la voluntad del hijo, pero atiende a la utilidad. ¿Por qué? Porque es padre, porque le prepara la herencia, porque alimenta al sucesor. En este caso, el padre, castigando, es piadoso; hiriendo, es misericordioso. Preséntame un hombre que perdonando sea cruel. No me alejo de las mismas personas, sigo con ellas ante los ojos. ¿Acaso no es cruel perdonando aquel padre que tiene un hijo indisciplinado y, sin embargo, disimula, perdona y teme ofender con la esperanza de la corrección al hijo perdido? Instruíos los que juzgáis la tierra; y juzgando rectamente no esperéis la recompensa de la tierra, sino de Aquel que hizo el cielo y la tierra.
Sermón 13, 9



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