domingo, 4 de febrero de 2018

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V DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO -B-

Hay unas palabras en la carta de San Pablo, de hoy, que impresionan. Dice a la comunidad de Corinto: ¡Ay de mí si no anuncio en Evangelio! La exigencia de predicar es en él absoluta y radical. Tiene que anunciar a Jesucristo, darlo a conocer, no tiene otro remedio, dice, que predicar.

Tiene que contar a los hombres lo que le ocurrió en el camino a Damasco cuando perseguía a los cristianos. El encuentro con Cristo significó para él un cambio radical de vida. Descubrió entonces la riqueza maravillosa de la fe. Y es tal su gozo y la felicidad que siente, y vive de tal manera la gracia del conocimiento de Cristo, que tiene que comunicar a otros su misma experiencia y su gozo.

Y lo hace, además, como un deber. Le costará mucho trabajo, sufrirá persecución y contratiempos graves. No le importa. La tarea de la evangelización está por encima de todo. Tiene prisa y urgencia para evangelizar. Y lo hará de balde. Su paga, dice, es anunciar el Evangelio. No aspira a otra cosa.
Al ejercer esta misión no hace otra cosa sino seguir e imitar al Maestro, a Jesús. ¿Qué hizo Jesús?
Marcos nos narra hoy lo que pudo ser una jornada de trabajo de Jesús. Y este será su programa de vida a los largo de su vida pública: Predicar el evangelio, hacer el bien y orar. Deberá ser también para nosotros: Ser testigos de Cristo, que eso es predicar el evangelio, hacer siempre el bien o ejercer el ministerio de la caridad, y orar, es decir, mantener viva nuestra relación con Dios a través de la oración o comunicación con él.

Jesús ha estado por la mañana en la sinagoga donde se ha presentado como aquel que anunciaba y profetizaba Isaías; acude a casa de Simón Pedro y cura a su suegra que estaba enferma; al atardecer, le llevan cantidad de enfermos y los cura; descansa unos momentos y se va de madrugada a un lugar solitario a orar. 

Lo encuentra Pedro y le dice: Todo el mundo te busca. Y Jesús les dice: Vámonos, porque tengo que predicar; que para eso he venido. Ha sido enviado por el Padre a predicar un evangelio de salvación y tiene que cumplir con ese deber. Jesús predicaba y hacía el bien. Eso es evangelizar. Como lo hará después Pablo, y los demás apóstoles, y todos sus discípulos, y la Iglesia de todos los tiempos, sacerdotes, religiosos y laicos.

Él, Jesús, ha puesto en nuestras manos esta misma tarea. Nos ha encomendado darlo a conocer, evangelizar. Pienso que los cristianos, en general, - y me incluyo – aparecemos lejanos de esta prisa de Pablo, de este tengo que ir... de Jesús. No hay, quizás, en nosotros la necesidad imperiosa de hablar de Dios (hay muchos que lo hacen para negarlo), no sentimos el deber de dar a conocer a Jesucristo, no hay, ¡ojalá me equivoque! esa continua y espontánea referencia a Dios, a Cristo, en cada acontecimiento, en cada problema.

Y si esto es así, el motivo o la razón de ello será que no hemos experimentado todavía la riqueza maravillosa que mana del encuentro con Cristo, o que no sentimos la felicidad y el gozo de haberlo conocido, el gozo de la fe, la felicidad de sentirnos hijos de Dios llamados a la salvación.

Será que no hemos tomado en serio nuestra condición de cristianos y lo que ello significa. Será que la persona de Jesús nos dice poco, que en nuestra vida hay otros intereses, otras aspiraciones, otras preocupaciones. Será que nos da miedo, o que pensamos que no sabemos qué decir o cómo decirlo.

Mirad, cuando alguien vive una experiencia feliz o le ha ocurrido algo que le ha llenado de gozo, no busca palabras para contarlo. Le salen las palabras, habla hasta por los gestos, dice lo que siente y le entienden todos.

¿Hay, acaso, una noticia más gozosa que Jesucristo? ¿Puede haber una experiencia o una vivencia que nos llene más que la fe en Jesús y el hecho de seguirle? No la hay. 

El campo de trabajo lo tienes delante: tus hijos, tus nietos, tu marido o tu esposa. Tus compañeros de trabajo y tus amigos... no se trata de hablar siempre de Dios; pero sí hacerlo en los momentos oportuno, que nunca faltan, en situaciones especiales, que abundan, en el ejemplo que hay que dar a otros, que es tarea permanente.

Todo esto es evangelizar. Como lo hizo Jesús. Como lo hizo Pablo. Como lo hacen y lo han hecho tantos en la Iglesia.
P. Teodoro Baztán Basterra, OAR.

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