martes, 24 de abril de 2018

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BUSCAR DESDE DENTRO

        Hay personas que nunca hablan de Dios con nadie. Es un tema tabú; Dios pertenece al mundo de lo privado. Pero luego tampoco piensan en él ni lo recuerdan en la intimidad de su conciencia. Esta actitud, bastante frecuente incluso entre quienes se dicen creyentes, conduce casi siempre al debilitamiento de la fe. Cuando algo no se recuerda nunca, termina muriendo por olvido e inanición.

     Hay, por el contrario, personas que parecen interesarse mucho por lo religioso. Les gusta plantear cuestiones sobre Dios, la creación, la Biblia…Hacen preguntas y más preguntas, pero no esperan la respuesta. No parece interesarles. Naturalmente, todas las palabras son vanas si no hay una búsqueda sincera de Dios en nuestro interior. Lo importante no es hablar de «cosas de religión», sino hacerle sitio a Dios en la propia vida.
No se pueden diseñar programas o técnicas que conduzcan automáticamente hasta Dios. No hay métodos para encontrarse con él de forma segura. Cada uno ha de seguir su propio camino, pues cada uno tiene su manera de abrirse al misterio de Dios. Sin embargo, no todo favorece en igual medida el despertar de la fe.

      A otros les gusta discutir sobre religión. No saben hablar de Dios si no es para defender su propia posición y atacar la del contrario. De hecho, bastantes discusiones sobre temas religiosos no hacen sino favorecer la intolerancia y el endurecimiento de posturas. Sin embargo, quien busca sinceramente a Dios escucha la experiencia de quienes creen en él e incluso la de quienes lo han abandonado. Yo tengo que encontrar mi propio camino, pero me interesa conocer dónde encuentran los demás sentido, aliento y esperanza para enfrentarse a la existencia.

     En cualquier caso, lo más importante para orientarnos hacia Dios es invocarlo en lo secreto del corazón, a solas, en la intimidad de la propia conciencia. Es ahí donde uno se abre confiadamente al misterio de Dios o donde decide vivir solo, de forma atea, sin Dios.

     Alguien me dirá: «Pero ¿cómo puedo yo invocar a Dios si no creo en él ni estoy seguro de nada?». Se puede. Esa invocación sincera en medio de la oscuridad y las dudas es, probablemente, uno de los caminos más puros y humildes para abrirnos al Misterio y hacernos sensibles a la presencia de Dios en el fondo de nuestro ser.

       El cuarto evangelio nos recuerda que hay ovejas que «no son del redil» y viven lejos de la comunidad creyente. Pero Jesús dice: «También a estas las tengo que atraer, para que escuchen mi voz». Quien busca con verdad a Dios escucha, tarde o temprano, esta atracción de Jesús en el fondo de su corazón. Primero con reservas tal vez, luego con más fe y confianza, un día con alegría honda.
José Antonio Pagola
                   ORACIÓN DE ACCIÓN DE GRACIAS

     ¡Qué prueba de amor, Padre! A nosotros, pecadores y débiles, que nada podemos añadir a tu gloria, nos has enviado a tu Hijo que ha dado la vida por nosotros y nos has asociado a élde modo que ahora nos tienes por hijos tuyos.
      Hemos sido concebidos, creados de nuevo, pero aún no se ha manifestado cómo seremos.
      Estamos en gestación, un proceso delicado para que se desarrollen en nosotros todas las semillas que tienen que germinar hasta que podamos verte cara a cara y hablar tu mismo lenguaje, que es el del amor.
     Somos ovejas del rebaño de Jesús, pero somos mucho más que esto: somos hijos en el Hijo.
      Escuchar su voz y seguirlo allí donde nos lleve es el camino que nos conduce a ti, Padre.
P. Julián Montengro Sáenz, OAR. 

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