sábado, 28 de abril de 2018

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Lectio Divina Domingo III de Pascua (Ciclo B)

El cristiano que quiere vivir plenamente la fe debe expresar necesariamente una alegría plena en su peregrinar ya que trae la paz de Jesús a su interior.

Es cierto que la realidad de la persona y de la vida llevan siempre consigo una razón de ser y de orientar su existencia en un clima de libertad aunque a veces ésta ni es verdadera ni total. De todas maneras no se puede negar la inquietud personal, la visión de lo exterior, el cambio necesario para una definición interna de sí mismo aunque muchas veces los deseos no son totalmente completos.

Camimando en la Pascua descubrimos una cierta distancia entre nuestra visión de la vida y la realidad de un misterio que no solo llama la atención en su ser sino que ilumina de la manera más feliz el destino de sí mismo. Comenzamos con un fondo que, de por sí, es inconcebible: Haz brillar sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor. Lo inconcebible es real ya que nosotros valoramos todo desde los hechos pero aquí se trata de un misterio que todo un Dios efectúa constantemente en nosotros y que requiere por nuestra parte adoración, fidelidad, y agradecimiento. O ¿acaso somos capaces de descubrir este misterio desde nosotros mismos?

 Con esta total expresión de luz y de verdad por parte de Dios hacia nosotros aparecen en escena tres maravillosas expresiones del perdón: arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados;Pero si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo, y Vosotros sois testigos de esto. Si somos capaces de hacer realidad este completo misterio, nuestras personas tienen en sí misma desde la gracia, la experiencia continua de la alegría del amor de Dios y, consiguientemente, la vida diaria se convierte en riqueza y novedad que comprende la certeza de superar las dudas y tener bien en claro las palabras del Resucitado: Mirad mis manos y mis pies; soy yo en persona.Quien quiera vivir en la fe y en la certeza de un Dios presente en su vida tiene delante de sí la realidad de un Dios siempre presente en nuestra vida y la certeza de cómo su presencia nos fortalece el corazón para que nosotros sigamos caminando como testigos de Dios.

Todos somos conscientes de una vida que es camino, que cada día es ocasión de abrir los ojos y situarnos en un ambiente que nos distrae, nos confunde y hasta nos cansa. Y¿qué pensar, decir o hacer ante una fe que se nos ha concedido y que debe encajar en el plan de Dios para ser presencia suya en el mundo y manifestar la verdad? Los cristianos estamos llamados a vivir como discípulos del Señor y ser testigos de su presencia en la historia y en el mundo. Y esto no puede resolverse en unos comportamientos de cumplimiento sino tiene que partir desde el corazón de una fe verdadera y consecuente como testimonio del Hijo de Dios obediente, del siervo sufriente y del cordero incocente. Este es el ejemplo a tenerse no solo en cuenta sino como ejemplo y como modelo de vivir verdaderamente la fe. Providencialmente, y, más que pensar en los demás, nosotros debemos orientarnos desde el Camino que es Cristo, que es la Vida y la verdadera Libertad cristiana. El Hijo de Dios ¿es ejemplo verdadero  para nuestra vida? 

RESPUESTAS desde NUESTRA REALIDAD
         En la vida cristiana, y aunque muchas veces no tienen sustos ni tampoco exigencias llamativas, hay momentos que aunque no tienen ruido, entran y se  convierten en avisos constantes. Es cierto que, en la mayoría de los casos, no hay ruidos ni tampoco gritos, y es que la gracia no hace otra cosa que entrar, quedarse y llamar en silencio al corazón. Cualquiera de nosotros, aunque no lo estimemos como tal, es capaz de notar la presencia de la gracia que llega de forma sencilla y animada para que su presencia sea en verdad una llamada que urge, hace despertar y, por supuesto, conlleva una sorpresa de amor que quiere llegar al corazón y quiere despertarnos para sentir la presencia del Señor.

    ORACION

                 Que tu pueblo, Señor, exulte siempre al verse renovado y rejuvenecido en el espíritu, para que todo el que se alegra ahora de haber recobrado la gloria de la adopción filial, ansíe el día de la resurrección con la esperanza cierta de la felicidad eterna. Por J.N.S. Amén

  PENSAMIENTO AGUSTINIANO

                 Los discípulos pensaron lo mismo que hoy piensan los no creyentes, a saber: que Cristo el Señor no tenía carne verdadera, que era solo un espíritu. Veamos si el Señor los dejó errar. Ved que el pensar eso es un perverso error, pues el médico se apresuró a curarlo, y no lo quiso confirmar. Ellos, pues, creían estar viendo un espíritu; pero quien sabía lo dañino que eran esos pensamientos, ¿qué les dijo para erradicarlos de sus corazones? «¿Por qué estáis turbados? ¿Por qué estáis turbados y suben esos pensamientos a vuestro corazón? Ved mis manos y mis pies; tocad y ved que un espíritu no tiene carne ni huesos, cono veis que yo tengo». Contra cualquier pensamiento dañino, venga de donde venga agárrate a lo que has recibido; de lo contrario, estás perdido. Cristo, la Palabra verdadera, el Unigénito igual al Padre, tiene verdadera alma humana y verdadera carne, aunque sin pecado. Fue la carne la que murió, la que resucitó, la que colgó del madero, la que yació en el sepulcro y ahora está sentada en  el cielo. Cristo el Señor quería convencer a sus discípulos de que lo que lo estaban viendo eran huesos y carnes… (San Agustín Serm 238, 2-3)
P. Imanol Larrínaga, OAR.

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