martes, 8 de mayo de 2018

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EL FRUTO QUE DEBEMOS DAR: EL AMOR

 En la lectura del Evangelio que precede a ésta, había dicho el Señor: No me han elegido ustedes a mí, sino que yo los he elegido a ustedes y los he puesto para que vayan y den fruto, y su fruto permanezca, a fin de que el Padre les conceda cuanto le pidieren en mi nombre. Recuerden que acerca de estas palabras ya hemos disertado según las luces recibidas de Dios. Dice ahora en la lectura siguiente, y que acaban de oír: Esto es lo que les mando: que se amen unos a otros. De lo cual debemos colegir que éste es el fruto nuestro, del cual dice: Yo los he elegido para que vayan y den fruto, y su fruto permanezca; y también lo siguiente: A fin de que el Padre les conceda cuanto le pidieren en mi nombre; lo cual ciertamente nos lo ha de dar si nos amamos mutuamente. Porque Él mismo nos ha dado este amor mutuo, al elegirnos sin tener fruto alguno, por no ser nosotros los que le elegimos a Él; y nos ha colocado en condiciones de ir y hacer fruto, es decir, de amarnos mutuamente, lo cual no podemos hacer sin Él, así como el sarmiento no puede producir fruto separado de la vid. La caridad, pues, es nuestro fruto, que, según el Apóstol, sale del corazón puro, de la recta conciencia y de una fe sin fingimientos. Con este amor nos amamos unos a otros y amamos a Dios, porque nuestro amor mutuo no sería verdadero sin el amor de Dios. Se ama al prójimo como a sí mismo si se ama a Dios, porque el que no ama a Dios, tampoco se ama a sí mismo. De estos dos preceptos de la caridad están pendientes toda la Ley y los Profetas: éste es nuestro fruto. Acerca de este fruto nos dice: Esto es lo que les mando: que se amen unos a otros.

S. A., Comentarios sobre el evangelio de San Juan, 87,1

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