domingo, 3 de junio de 2018

// //

Corpus Christi (Reflexión)

Celebramos hoy la fiesta del Corpus Christi, la fiesta del Cuerpo y la Sangre del Señor. Es la fiesta del amor de Dios que ha querido estar siempre con nosotros. Jesús, al volver al cielo, no quiso dejarnos solos o huérfanos. 

Instituyó la Eucaristía, el gran invento de su amor, para quedarse sacramentalmente con nosotros, con una presencia real, para acompañarnos en nuestro caminar por este mundo, para compartir nuestra vida, para ser camino y compañero de viaje. Se ofrece al Padre en sacrificio y se hace alimento para nuestra vida de fe. Todo esto es la Eucaristía. 

¿Qué más se puede pedir a un Dios que es amor, que nos quiere como hijos, y nos llama – y esto es vocación – a vivir con Él para ser siempre felices? Quiero resaltar tres aspectos fundamentales en la Eucaristía. 

1.- Lo que en ella se celebra es el mismo sacrificio de Cristo. Es como si ocurriera hoy mismo, en la misa que estamos celebrando, lo que se realizó en el calvario hace dos mil años. Jesús, con su sacrificio, con el ofrecimiento de su cuerpo y su sangre, nos reconcilia con el Padre y nos abre el camino que nos lleva a la salvación. 

Es el mismo sacrificio del calvario que se actualiza aquí y ahora. De ahí el inmenso valor que tiene para nosotros la santa misa. Y de ahí también la gran riqueza de gracia que nos perdemos cuando dejamos de asistir a ella en el día del Señor.

2.- Pero Jesús va mucho más allá de lo que nosotros pudiéramos imaginar o soñar. Se nos da en alimento. Y creemos que es así sólo porque nos lo dice Él. Toma un trozo de pan y nos dice: Tomad y comed, esto es mi cuerpo. Y en otra ocasión dice: Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Quien coma de este pan vivirá para siempre. 

Y para que no nos quede la menor duda, añade: El pan que yo doy para la vida del mundo es mi carne. Y un poco más adelante: Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día.

Son muchos más los textos que nos hablan de su cuerpo como alimento para nuestra vida de fe. Quien comulga, se une íntimamente a Cristo, fortalece su fe, su amor se hace más vivo, generoso y fecundo, se reafirma en su esperanza, adquiere una fuerza mayor para vencer las tentaciones y camina con gozo en el seguimiento de Cristo. 

Si nuestro organismo necesita vitalmente el alimento material para vivir, nuestro espíritu necesita igualmente un alimento que lo sostenga, reanime y fortalezca. Y este alimento -entre otros, pero el más importante- es el mismo Cuerpo del Señor que se nos ofrece en forma de pan, pero que ya no es pan, aunque lo parezca, aunque sepa a pan. Por las palabras que pronuncia el sacerdote en nombre del Señor, deja de ser pan y se hace Cuerpo de Cristo.

3.- La Eucaristía es también presencia. Otro gran regalo que nos hace el Señor. Acabada la misa, el Señor se queda en el sagrario. Ahí está vivo, personalmente presente. No en imagen, como en cualquier representación escultórica, sino Él mismo en persona. Nos lo recuerda la lámpara siempre encendida del sagrario. Si esto es así, dice el Papa Juan Pablo II en su Encíclica sobre la Eucaristía, ¿cómo no sentir una verdadera necesidad de estar largos ratos ante el sagrario, en conversación espiritual, en adoración silenciosa, en actitud de amor, ante Cristo presente en el santísimo sacramento? ¡Cuántas veces, añade el Papa, he tenido esta experiencia y en ella he encontrado fuerza, consuelo y apoyo!

4.- La Eucaristía, además, nos compromete a vivir unos con otros en comunión, en unidad y amor. Si Cristo se ofrece en sacrificio por todos, si todos nos alimentamos de una misma mesa y de un mismo pan que es su cuerpo, necesariamente se tendría que formar entre todos nosotros una verdadera comunidad fraterna, porque nos hacemos una sola cosa en Cristo. 

La Eucaristía crea una comunidad solidaria, atenta siempre a las necesidades de los demás, particularmente de los más débiles. Por eso se celebra hoy el Día del Amor, para solidarizarnos, a través de Caritas, con los más pobres, para que todos los hijos de Dios puedan vivir más dignamente. También para eso murió Jesús.
P. Teodoro Baztán Basterra. OAR.


0 Reactions to this post

Add Comment

Publicar un comentario