miércoles, 20 de junio de 2018

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EL JUSTO CRECERÁ COMO UNA PALMERA

En el siglo sexto antes de Cristo el impero de Babilonia había conquistado Jerusalén. Era la primera deportación de gentes de Israel a tierras extranjeras. Su rey Jeconías, los notables de la ciudad, los trabajadores especializados con sus familias y el mismo profeta Ezequiel son llevados cautivos a Babilonia. Los exiliados, especialmente después de la destrucción de Jerusalén, perdieron toda esperanza y padecían recordando las fiestas religiosas de la Pascua y soportando las burlas de quienes interpretaban este destierro como fruto de la victoria de sus dioses sobre Yahveh. Estos sentimientos los encontramos recogidos en algunos salmos compuestos en el destierro.

El profeta Ezequiel anuncia el restablecimiento de la dinastía de David. El propio Yahveh trasplantará un retoño y éste crecerá en lo más alto del monte Sión hasta convertirse en un cedro frondoso en el que anidarán toda clase de aves. Se trata, pues, de una profecía mesiánica referida al señorío universal del reino de Dios que acogerá a todos los pueblos. Es la imagen que encontramos en la parábola del grano de mostaza del evangelio de hoy. El árbol soberbio del imperio de Babilonia será humillado por Yahveh, que ensalzará al árbol humilde de la casa de David representado en la persona de Jesús.

En todo ser humano existe un anhelo de vivir y de vivir para siempre. Nos sentimos a gusto en este mundo, a pesar de las limitaciones y de los achaques propios de la edad o de otras desgracias que nos visitan con frecuencia, como son la pérdida de seres queridos, las enfermedades. Pero en donde hay vida hay deseos de disfrutarla para siempre. Todos deseamos gozar de buena salud para poder disfrutar de los bienes de este mundo: vida, gozo, eternidad son realidades inseparables. Pero, mientras sentimos estos deseos de eternidad, nuestras carnes tienen que gustar a diario el sabor amargo de la temporalidad y de la finitud: Todo es pasajero, pasan los años, el tiempo se nos escapa de las manos, los gozos y las alegrías duran poco; envejecemos. Por eso, en ocasiones, nos quejamos contra Dios y nos asalta la duda de la fe. Pero en todo ser humano hay deseos de gozo, de fiesta, del regreso a la patria del bienestar: el retorno a la felicidad. Es el anhelo del profeta Ezequiel, pero es también la esperanza, en forma de grito, de san Pablo, cuando en la carta a los corintios clama por ser fiel a Cristo y poder gozar eternamente con él. Deseamos justicia y vivimos bajo el dominio de los poderosos. Anhelamos paz y contemplamos guerras y disensiones. Queremos igualdad entre todos y debemos soportar odios y toda clase de injusticias. Y, mientras tanto, el creyente fervoroso se pregunta ¿dónde está el nuevo orden anunciado por Jesús? ¿Hacia dónde va el Reino de los cielos que anuncia y por el que entregó su vida? ¿No hay esperanza? Este mundo ¿no tiene arreglo? ¿Por qué la disminución de las prácticas religiosas? ¿Por qué menos sacerdotes y personas consagradas a Dios? ¿Somos menos religiosos que hace uno años? Todos deseamos otro mundo, otro orden social y religioso.

Con humildad y confianza

A Jesús le preocupaba mucho que sus seguidores terminaran un día desalentados al ver que sus esfuerzos por un mundo más humano y dichoso no obtenían el éxito esperado. ¿Olvidarían el reino de Dios? ¿Mantendrían su confianza en el Padre? Vivimos ahogados por las malas noticias. Emisoras de radio y televisión, noticiarios y reportajes que descargan sobre nosotros una avalancha de noticias de odios, guerras, hambres y violencias, escándalos grandes y pequeños. Los «vendedores de sensacionalismo» no parecen encontrar otra cosa más notable en nuestro planeta. La increíble velocidad con que se extienden las noticias y los problemas nos deja aturdidos y desconcertados. ¿Qué puede hacer uno ante tanto sufrimiento? Cada vez estamos mejor informados del mal que asola a la humanidad entera, y cada vez nos sentimos más impotentes para afrontarlo. Lo más importante es que no olviden nunca cómo han de trabajar.

Con ejemplos tomados de la experiencia de los campesinos de Galilea Jesús les anima a trabajar siempre con realismo, con paciencia y con una confianza grande. No es posible abrir caminos al Reino de Dios de cualquier manera. Se tienen que fijar en cómo trabaja él. Lo primero que han de saber es que su tarea es sembrar, no cosechar. No vivirán pendientes de los resultados. No les han de preocupar la eficacia ni el éxito inmediato. Su atención se centrará en sembrar bien el Evangelio. Los colaboradores de Jesús han de ser sembradores. Nada más.

Después de siglos de expansión religiosa y gran poder social, los cristianos hemos de recuperar en la Iglesia el gesto humilde del sembrador. Olvidar la lógica del cosechador, que sale siempre a recoger frutos, y entrar en la lógica paciente del que siembra un futuro mejor. Los comienzos de toda siembra siempre son humildes. Más todavía si se trata de sembrar el Proyecto de Dios en el ser humano. La  fuerza del Evangelio no es nunca algo espectacular o clamoroso. Según Jesús, es como sembrar algo tan pequeño e insignificante como "un grano de mostaza" que germina secretamente en el corazón de las personas.

Por eso, el Evangelio solo se puede sembrar con fe. Es lo que Jesús quiere hacerles ver con sus pequeñas parábolas. El Proyecto de Dios de hacer un mundo más humano lleva dentro una fuerza salvadora y transformadora que ya no depende del sembrador. Cuando la Buena Noticia de ese Dios penetra en una persona o en un grupo humano, allí comienza a crecer algo que a nosotros nos desborda. En la Iglesia no sabemos cómo actuar en esta situación nueva e inédita, en medio de una sociedad cada vez más indiferente. Nadie tiene la receta. Nadie sabe exactamente lo que hay que hacer. Lo que necesitamos es buscar caminos nuevos con la humildad y la confianza de Jesús. Solo su fuerza puede regenerar la fe en la sociedad descristianizada de nuestros días. Entonces aprenderemos a sembrar con humildad el Evangelio como inicio de una fe renovada, no transmitida por nuestros esfuerzos pastorales, sino engendrada por él. Llegarán el mundo nuevo anunciado por Jesús y conoceremos el Reino de Dios. Trabajemos para que vengan pronto.
P. Juan Ángel Nieto Viguera, OAR.

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