domingo, 22 de julio de 2018

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XVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO. B. Reflexión

Los apóstoles habían sido enviados de dos en dos a predicar o evangelizar por las aldeas y pueblos de Galilea, y ahora, cumplida su labor, regresan contentos y alegres. Y cuenta a Jesús todo lo que había hecho y enseñado. ¿Qué había pasado? Sencillamente que las gentes o las personas que los veían y oían, veían y oían en ellos al mismo Jesús. Y por eso eran bien recibidos y tratados.

Fue, para ellos, una experiencia gratificante. Se iban preparando poco a poco para ser con el tiempo apóstoles y evangelizadores por todo el mundo conocido. Se sentían unos privilegiados por haber sido elegidos por el Señor, sin mérito alguno de su parte, para convivir con Él y para ser instrumentos suyos en la misión iniciada por Jesús.

El hecho de contar a Jesús todo lo que habían hecho, no deja de ser una bellísima oración. A veces pensamos que la oración es solamente para pedir y poco más. La oración es un diálogo con el Señor que nos habla primero, escucha y ama. Una pareja de enamorados no hablan entre ellos sólo para pedir cualquier favor. Se cuentan cosas, cuentan lo que sienten, programan en lo que cabe su futuro como pareja, etc.

Y así podemos orar también nosotros: contar a Cristo nuestra vida (aunque la conozca mejor que nosotros), lo que hacemos, lo que sentimos, lo que pensamos. O simplemente estar con él. De ahí también la felicidad que sentían los apóstoles al estar con Jesús.

Pero llegan también cansados. La satisfacción por la labor cumplida no está en contradicción con el cansancio. (Presencia y trabajo en Kankintú). Y Jesús, tan humano y comprensivo con ellos, les invita a ir a un lugar tranquilo y apartado a descansar. 

Pero, ¿qué ocurre? Es tal el deseo de la gente de ver y oír a Jesús, que cuando llegan a ese lugar tranquilo y apartado, había llegado antes una gran multitud de personas esperándole. Y allí Cristo, se conmueve y cambia de plan. En lugar de descansar se entrega a la gente.

Así es Jesús también con nosotros. Nos acompaña en el camino de la vida, está atento a todo lo que nos sucede, nos invita a seguirle con nuestra propia cruz, con nuestros problemas, pero también con nuestra fe, con nuestras ganas de ser mejores. Jesús nunca nos deja solos. Les dijo a sus discípulos y a nosotros: Sabed que estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.

Es la plena garantía para nosotros. Todo el mundo busca o tiene un seguro de vida para cuidar la salud. Y está muy bien. Este seguro nos ampara hasta que llega la muerte, que contra ella no hay un seguro eficaz. Si es del caso, para aplazarla. 

Pues para la vida eterna, muchísimo más importante que la vida humana o temporal, un seguro que nunca falla y que no cuesta dinero, es Cristo. Claro que hay que cotizar también para este seguro. Y se cotiza siendo fieles a nuestra condición de creyentes en Jesús.

El cielo será el lugar de descanso tranquilo, con una felicidad que no tiene límite ni peligro de que pueda perder. Pero esto ocurrirá si hemos cumplido con la tarea que Cristo nos ha encomendado, que no es otra que trabajar con Él en la construcción de una familia mejor y más cristiana, en la reafirmación de nuestra fe, en nuestro espíritu para ayudar y servir a quien lo necesite, en seguir a Cristo mientras dure nuestro paso por este mundo.

Como dice san Pablo en la carta a los Efesios que hemos escuchado, ahora estáis en Cristo Jesús… Él es nuestra paz… Vino y trajo la notica de la paz: paz a vosotros, los de lejos, paz también a los de cerca. Y la paz de Cristo no es otra cosa que vivir el amor que Él nos tiene y nos comunica. 

Ser cristianos es lo más hermoso que nos puede acontecer. Los no creyentes buscarán otras formas para ser felices. Está bien. Pero nosotros, repito, tenemos la única garantía absoluta de que alcanzaremos una vida nueva viviendo valientemente y con gozo nuestra fe.

Mientras tanto, estamos llamados a cumplir con la tarea que cada cual tiene asignada como cristiano o seguidor de Jesús. Yo, como religioso y sacerdote. Vosotros, como padres de familia, o como hijos, como compañeros de trabajo o amigos, o como simples ciudadanos, como yo también lo soy.
El premio llegará en su momento, al final de nuestra vida, que no será final, sino principio de una vida para siempre, tranquila y feliz.
P. Teodoro Baztán Basterra, OAR.

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