viernes, 24 de agosto de 2018

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Despertar de Agustín en Dios

 No están sanos (Sal 37,4) aquellos a quienes les desagrada alguna de tus criaturas, como no lo estaba yo cuando me desagradaban muchas de las cosas hechas por ti. Pero porque mi alma no se atrevía a decir que le desplacía mi Dios, por eso no quería conocer por tuyo lo que le desagradaba.

Y de aquí también que mi alma fuera tras la opinión de las dos sustancias, en la que no hallaba descanso, y dijese cosas extrañas. Mas retornando de aquí, se había hecho para sí un dios difuminado por los infinitos espacios de todos los lugares, y le tenía por ti y le había colocado en su corazón, haciéndose por segunda vez templo de su ídolo, cosa abominable a tus ojos.

Pero después que pusiste fomentos en la cabeza de este ignorante y cerraste mis ojos para que no viese la vanidad (Sal 118, 37), me dejó en paz un poco y se adormeció mi locura; y cuando desperté en ti, te vi de otra manera infinito; y esta visión no procedía de la carne.

 Y miré las otras cosas y vi que te son deudoras, porque son; y que en ti están todas las finitas, aunque de diferente modo, no como en un lugar, sino por razón de sostenerlas todas tú, con la mano de la verdad, y que todas son verdaderas en cuanto son, y que la falsedad no es otra cosa que tener por ser lo que no es.

También vi que no sólo cada una de ellas dice conveniencia con sus lugares, sino también con sus tiempos, y que tú, que eres el solo eterno, no has comenzado a obrar después de infinitos espacios de tiempo, porque todos los espacios de tiempo —pasados y futuros— no podrían pasar ni venir sino obrando y permaneciendo tú.

C VII, XIV-XV, 20-21

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