jueves, 30 de agosto de 2018

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Moramos en Él cuando somos miembros suyos, y Él mora en nosotros cuando somos templo suyo.

«Así pues, muchos de sus oyentes, no de sus enemigos, sino de sus discípulos, dijeron: Difícil de entender es este discurso, ¿quién puede aceptarlo (Jn 6, 61)? Si sus discípulos encontraron este discurso como difícil de entender, ¿cómo lo encontrarían sus enemigos? Y, sin embargo, era necesario decir así lo que no todos entenderían. El secreto de Dios pretende atraer la atención, y no la animadversión de los oyentes. Estos, sin embargo, escuchando del Señor Jesús tales cosas, se apartaron de inmediato: no llegaron a captar que el Señor les proponía algo importante, que escondía bajo aquellas palabras alguna gracia. Por el contrario, tal como se les ocurrió, y al modo humano, entendieron que Jesús podía o disponía lo siguiente: distribuir en pedazos a los que creyeran en Él la carne de la que estaba revestido el Verbo. Por esto, llegan a decir: Difícil de entender es este discurso, ¿quién lo puede aceptar?

Pero Jesús era sabedor en su interior de que sus discípulos murmuraban de Él (Jn 6, 62). Ciertamente, lo decían entre ellos de manera que no los oyera, pero Él, que los conocía en sí mismos, escuchándolos en su interior, les reprocha diciendo: Esto os escandaliza, que os he dicho que os voy a dar a comer mi carne y a beber mi sangre. Esto es lo que os escandaliza. ¡Y si vierais al Hijo del hombre subir adonde estaba antes? (Ibid. 63). ¿Qué les estaba diciendo? ¿Acaso con esto resuelve la dificultad que les perturbaba, o abre su mente para comprender aquello que los escandalizaba? Así sería ciertamente, si llegaran a comprenderlo. Ellos, en efecto, entendían que les iba a dar su cuerpo, pero Él les dijo que iba a ascender al cielo, y de modo íntegro: ¡Cuando veáis al Hijo del hombre subir adonde estaba antes¡ Entonces veréis cómo nos da su cuerpo, pero no del modo como pensáis; entonces comprenderéis que su gracia no se consume a bocados. …Por eso, dice, las palabras que yo os digo, son espíritu y vida. Ya dijimos, hermanos, lo que nos recomienda el Señor cuando comemos su carne y bebemos su sangre, a saber: que permanezcamos en Él y que Él permanezca en nosotros. Moramos en Él cuando somos miembros suyos, y Él mora en nosotros cuando somos templo suyo. La unidad nos junta para que podamos ser sus miembros; y la unidad es realizada por la caridad. ¿Y cuál es la fuente de la caridad? Pregúntalo al Apóstol: La caridad de Dios, dice, es difundida en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado. Luego es el Espíritu quien vivifica, porque el Espíritu es quien hace que los miembros tengan vida”

 In Io. Ev. 27, 2-3.6



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