domingo, 19 de agosto de 2018

// //

XX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO -B- Reflexión

El pan que multiplicó Jesús sació por un tiempo el hambre de la muchedumbre. Es seguro que al día siguiente volvieron a tener hambre. El maná que Dios mandó a los israelitas en el desierto aplacaba día a día la necesidad de comer del pueblo. Uno y otro alimento tenían fecha de caducidad. Pasado un tiempo, volverían a tener hambre de más pan o de maná más frecuente. 

Jesús ofrece otro alimento que perdura, sin fecha de caducidad, que nos acompaña en nuestro caminar hasta la vida eterna. Lo dice Él así: “Yo soy el pan de la vida: el que viene a mí no pasará hambre”.
¿De qué tenemos hambre nosotros? Quizás de más dinero, de más bienestar, de poseer más cosas, de mejores vestidos, de más y mejor comida cada día. Quizás tenemos hambre de una posición social más elevada y mejor, de más prestigio y reconocimiento por parte de los demás, de un futuro más seguro y tranquilo. Aunque todo ello fuera legítimo, ¿nos sentimos saciados con todo eso cuando lo conseguimos? Momentáneamente, sí. ¿Y después? 

Todo lo anterior, que puede ser bueno y lo consideramos quizás muy conveniente, ¿sacia en verdad nuestras aspiraciones más nobles, nuestros deseos de una vida más plena, nos asegura la paz del espíritu, nos proporciona una tranquilidad permanente y nos hace más felices? Lo dudo, por no decir que no.

Uno de los salmos más hermosos de la Biblia reza así: “El Señor es mi pastor, nada me falta”. Esta es la verdad. Y santa Teresa de Jesús viene a decir lo mismo en una de sus poesías más conocidas: “Nada te turbe, nada te espante… Quien a Dios tiene, nada le falta: sólo Dios basta”.

Y Jesús, que es la Verdad, nos dice hoy en el evangelio: “Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron… Quien coma de este pan vivirá para  siempre”.
¿Qué significan estas palabras? Nosotros hemos comido el maná en el desierto, es decir, nos “alimentamos” de cosas, quizás buenas, pero que no sacian, porque son perecederas (las enumeraba un poco más arriba). Y, al ser perecederas, desaparecen y podemos “morir” con ellas. Es decir, a la larga (a veces, a la corta) nos dejan vacíos.

Sólo Cristo da la vida plena, la que no perece, la que satisface del todo y nos hace felices. Si el alimento material es necesario para que nuestro organismo esté sano y no enferme, el alimento de que habla Cristo, que es Él mismo, es imprescindible para la vida del espíritu. 

San Pablo llega a decir: "Todo lo considero basura, con tal de ganar a Cristo". No sé si nosotros podríamos decir lo mismo. O al menos, pensarlo. Mejor todavía, sentirlo como san Pablo lo sentía y vivirlo. 

Repite Jesús unas palabras que acababa de pronunciar poco antes: “Quien coma de pan vivirá para siempre”. ¿Cabe mayor claridad y firmeza en lo que dice? No. 

Este alimento no cuesta dinero. Es don gratuito. Es gracia. A Cristo se le puede “comer” de dos
maneras (entre otras). Una: Creyendo en él: “El que cree en mí no pasará hambre”. Dos: Recibiéndolo en la comunión eucarística: “Quien come mi carne (o sea, a Él mismo)… tiene vida eterna… Porque mi carne es verdadera comida”.

Así se expresa san Agustín en uno de sus textos sobre la Eucaristía: “Acércate a comer tú que comes, y a beber tú que bebes. Ten hambre, ten sed, come la vida, bebe la vida. Es un alimento que restaura. Restáurate, pues, de modo que jamás pierda su eficacia aquello con que te reparas… Come la vida, bebe la vida. Así tendrás vida y la vida íntegra”.

Y otras palabras del mismo santo: “Grandiosa es la mesa en la que los manjares son el mismo Señor de la mesa. Nadie se da a sí mismo como manjar a los invitados; esto es lo que hace Cristo el Señor: Él es quien invita, Él la comida y la bebida”.

Y podríamos pensar o decir como los discípulos: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Para Dios nada  hay imposible, sabiendo, además, que el amor lo puede todo. O sea, que se unen su omnipotencia y su amor para hacernos este gran regalo.

La Eucaristía nos ofrece un encuentro vital con Cristo, que tiene poder para transformar nuestra vida y darle plenitud: “El que me come vivirá por mí”. Pues bien, Cristo es nuestro pan, nuestro médico, nuestra vida y nuestra salvación. La palabra Eucaristía significa buenas gracias o acción de gracias. Agradezcamos al Señor participando en ella siempre que nos sea posible, particularmente los domingos.
P. Teodoro Baztán Basterra, OAR.

0 Reactions to this post

Add Comment

Publicar un comentario