martes, 11 de septiembre de 2018

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Decid a los cobardes de corazón: sed fuertes, no temáis- Domingo XXIII -B-


Pablo está preso en Éfeso. Con la incertidumbre de que puede ser condenado a muerte escribe a los fieles de Filipos: “Jesús, siendo de condición divina, no se aferró a su  categoría de Dios ni se consideró igual a Dios, sino que se anonadó y tomó la condición de esclavo haciéndose en todo semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar la muerte y, además, una muerte de cruz”. Por ello, y después de haber vivido todos los estados propios del ser humano, pudo comprender y acertó a compadecerse de sus hermanos los hombres y las mujeres de todos los tiem-pos. Nace de unos padres pobres, no en una casa, sino en un corral de ove-jas; supo lo que era la enfermedad, vio la muerte en los suyos y en las per-sonas con las que convivió. Y él mismo murió como un vulgar malhechor. Por eso Pablo, fiel seguidor de Jesús, es capaz de escribir desde la cárcel esa carta de ánimo y consuelo a los Filipenses.

En este ambiente o contexto nos habla Dios en las lecturas de este domingo: Los destinatarios preferentes de su misericordia y de su amor son los necesi-tados, los enfermos o marginados por la misma sociedad. Según los planes divinos, la salvación debería ser, en primer lugar, para que el oprimido pu-diera levantar la cabeza; para que el desesperado encuentre confianza; para que el enfermo sea curado; para que el humillado pueda recuperar su digni-dad; para las innumerables víctimas de la injusticia, de la explotación, de los egoísmos,… que quieren ser rescatados de su condición deshonrosa.  La sal-vación llega a todo: al cuerpo mutilado y ofendido, al ánimo decaído y a la naturaleza violentada. Este es el mensaje claro del profeta Isaías, tal como podemos apreciar en la primera de las lecturas, que contradice lo que es práctica común del espíritu mundano y que condena Santiago en su carta. Según este apóstol, nuestra sociedad se guía por otros criterios. “Por ejem-plo, leemos en la segunda lectura, llegan dos hombres a la reunión litúrgica. Uno va bien vestido y hasta con anillos en los dedos; el otro es un pobre an-drajoso. Veis al bien vestido y le decís: ‘Por favor, siéntate aquí, en el puesto reservado’. Al pobre, en cambio: ‘Estate ahí de pie o siéntate en el suelo’. Si hacéis eso, ¿no sois inconsecuentes y juzgáis con criterios malos?”. Dios eli-gió a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino que prometió a los que lo aman. ¿Es normal según el Evangelio, que al rico, al político influyente, al poderoso… se les siente en el salón, mientras al pobre se le despache en la puerta?

Todo lo ha hecho bien

La curación de un sordomudo en la región pagana de Sidón está narrada por Marcos con una intención claramente pedagógica. Es un enfermo muy espe-cial. Ni oye ni habla. Vive encerrado en sí mismo, sin comunicarse con na-die. No se entera de que Jesús está pasando cerca de él. Son otros los que lo llevan hasta él. También la actuación de Jesús es especial. No impone sus manos sobre él como le han pedido, sino que lo toma aparte y lo lleva a un lugar retirado de la gente. Allí trabaja intensamente, primero sus oídos y luego su lengua. Quiere que el enfermo sienta su contacto curador. Solo un encuentro profundo con Jesús podrá curarlo de una sordera tan tenaz.

Al parecer, no es suficiente todo aquel esfuerzo. La sordera se resiste. En-tonces Jesús acude al Padre, fuente de toda salvación. Mirando al cielo, sus-pira y grita al enfermo una sola palabra: "Effetá", es decir, "Ábrete". Esta es la única palabra que pronuncia Jesús en todo el relato. No está dirigida a los oídos del sordo sino a su corazón. Sin duda, Marcos quiere que esta palabra de Jesús resuene con fuerza en las comunidades cristianas que leerán su rela-to. Por ello, no solamente cura a aquel enfermo, sino que en él quiere curar-nos a todos los que padecemos de ambas enfermedades, la ceguera y la sor-dera. Conoce bien lo fácil que es vivir sordos a la Palabra de Dios. 

También hoy hay cristianos que no se abren a la Buena Noticia de Jesús ni hablan a nadie de su fe. Comunidades sordomudas que escuchan poco el Evangelio y lo comunican mal. Tal vez uno de los pecados más graves de los cristianos de hoy es esta sordera. No nos detenemos a escuchar el Evangelio de Jesús. No vivimos con el corazón abierto para acoger sus palabras. Por eso, no sabemos escuchar con paciencia y compasión a tantos que sufren sin recibir apenas el cariño ni la atención de nadie.

Parece que la Iglesia, nacida de Jesús para anunciar su Buena Noticia, olvida con frecuencia la vida concreta de la gente, con sus preocupaciones, sus mie-dos, sus trabajos y sus esperanzas. Si no escuchamos bien las llamadas de Jesús, no pondremos palabras de esperanza en la vida de los que sufren. Se dicen grandes verdades, pero muchas veces no llegan al corazón de las per-sonas. La sociedad no está esperando "doctrina social" de los especialistas, pero sí escucha con atención una palabra clarividente, inspirada en el Evan-gelio de Jesús cuando es pronunciada por esa Iglesia que se muestra sensible al sufrimiento de las víctimas, y que sabe salir instintivamente en su defensa invitando a todos a estar cerca de quienes más ayuda necesitan para vivir con dignidad.

El Papa sí ha sabido escuchar la palabra “curativa” de Jesús hasta conver-tirse cada día en modelo para todos nosotros, posibles enfermos. Francisco es el Papa de la misericordia y del perdón, de la cercanía y de la austeridad. Ha dicho a sus pastores que “debían tener el olor de sus ovejas”. Por eso se le ha podido ver visitando a los inmigrantes de las periferias de Roma o re-cibiendo a los encarcelados; desayunando con los mendigos, besando a los leprosos e inválidos, abrazando a los niños, consolando a las viudas y a las víctima de la persecución y de la guerra. Él, más que nadie, con la autoridad de Jesús, puede abrirnos hoy los ojos de la vista, del entendimiento y de la razón, pero, sobre todo, los ojos del corazón.
P. Juan Ángel Nieto Viguera, OAR.

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