domingo, 2 de septiembre de 2018

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XXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO -B- Reflexión

Cuando queremos emprender un largo viaje por rutas que desconocemos, procuramos estudiar detenidamente el mapa de carreteras, conocer previamente el camino mejor, preparar debidamente el vehículo que vamos a utilizar y, emprendida la marcha, estar siempre atentos a las indicaciones del camino y atenerse a ellas. 

Las señales de tráfico no están puestas caprichosamente. Se han colocado mirando el bien del conductor y de los viajeros, y con el fin de que puedan llegar felizmente al término del viaje.

No hay viaje más difícil y más arriesgado que el que nos lleva, a través de este mundo, a un término feliz con Dios. A nuestra propia salvación. Pero para que este viaje sea plenamente seguro y feliz, Dios ha colocado en el camino unas señales muy claras, que, si las observáramos, nos ayudarían a llegar a buen término. Las conocemos desde niños: son los mandamientos. No son órdenes tajantes de un tirano para reprimir nuestra libertad, sino expresión de la voluntad de Dios que mira por nuestro bien, que nos quiere salvar.

Moisés, portavoz de Dios, dice al pueblo: Escucha los mandatos que yo os mando cumplir. Así viviréis y entraréis a tomar posesión de la tierra que el Señor Dios de vuestros padres os va a dar. Cuando un joven le pregunta a Jesús qué tiene que hacer para alcanzar la vida eterna, le responde: Guarda los mandamientos.

En este sentido, la señal de “tráfico” más importante es la Palabra de Dios. La carta de Santiago nos invita hoy a acoger la Palabra de Dios y llevarla a la práctica. Escucharla sin cumplirla, no lleva a nada. La verdadera religión, dice, está en las obras: ayudar a los necesitados y no contaminarse por los criterios de vida de este mundo.

No es fácil cumplir con esta recomendación de Santiago. Hablamos de la contaminación ambiental por residuos tóxicos en el aire en los ríos, en los montes, en nuestras calles y procuramos evitarla en lo posible.

Pero hay una contaminación mucho más peligrosa, mucho más dañina, que afecta no tanto a nuestro organismo, cuanto a nuestra vida de fe, a nuestra moral de cristianos. Son, como dice Santiago, los criterios de este mundo. En este mundo hay muchísimas cosas buenas y mucha gente de bien. Yo diría que la inmensa mayoría. Pero no podemos negar que abundan también criterios, comportamientos y modos de ser que están en contra del evangelio de Jesús y de los mandamientos del Señor. Y muchos se dejan arrastrar por tales criterios y abandonan al Dios único y verdadero, fuente de felicidad y amor.

Transcribo unas palabras que leí hace un tiempo. Son éstas:

Los cristianos de hoy tenemos que aprender a vivir en una situación singular. Aunque seamos mayoría, en realidad tenemos que vivir como una minoría. Lo que está de moda en el ambiente y en la mayoría de los grandes medios de comunicación es el silencio total de Dios, el menosprecio de la religión y de la moral cristiana. Tenemos que ser conscientes de que vivimos en una cultura que no quiere ser cristiana, sino que, sin decirlo, prefiere ser atea y materialista, enteramente independiente de cualquier sometimiento a la voluntad de Dios.

Para ser cristiano de verdad hay que vivir contra corriente, contra la corriente de la crítica a la Iglesia, del desprecio a la moral cristiana, del olvido de Dios, del abandono práctico de toda religión. No estamos acostumbrados a vivir así.

Las palabras de Jesús nos vienen muy bien porque nos hacen ver que la religión que él quiere debe surgir del interior de cada cual, de la convicción íntima y fuerte de que lo malo, las cosas moralmente malas, no vienen tanto de fuera, sino que sale de nuestro corazón. Y también lo bueno, y todas las cosas moralmente buenas.

Es decir la fuente de la moralidad de nuestras obras y actitudes no proviene del exterior, sino de nosotros mismos, está dentro de la persona, es decir, como dice Jesús, en el corazón, si es que hemos interiorizado el evangelio como norma de vida.

Y es esto lo que debemos cultivar y vivir. Las señales de tráfico pueden ser muy buenas y claras, y la carretera bien trazada, el vehículo de lo mejor, y el tiempo espléndido, pero si en el interior del quien lo lleva  no hay una actitud positiva de querer ser responsable en su conducción, no llegará a buen término. El camino hacia Dios comienza dentro de uno mismo y se recorre desde una conciencia bien formada. Y con el mejor guía a nuestro lado: el mismo Jesús.
P.Teodoro Baztán Basterra, OAR.

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