domingo, 23 de septiembre de 2018

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XXV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO –B- Reflexión

Jesús era un catequista excelente. Claro en sus planteamientos, paciente con sus discípulos, sencillo en el lenguaje y profundo en los contenidos. Utiliza parábolas o comparaciones fáciles de entender y vive lo que predica, que viene a ser la catequesis mejor. A pesar de todo, sus discípulos muchas veces no le entendían. 

El evangelio de hoy tiene dos partes distintas, pero muy relacionadas entre sí. En la primera anuncia por segunda vez a los apóstoles su pasión, muerte y resurrección. Y volverá a repetirlo en otra ocasión. Y ellos no se dan por enterados. Ellos, como todos en aquel tiempo, esperaban un Mesías liberador del pueblo, triunfador, líder político, instaurador de una época gloriosa de Israel. Por eso, piensan, no puede morir tan pronto y, menos, crucificado públicamente, como un criminal más. Lo entenderán cuando haya ocurrido todo. Es comprensible la actitud de los discípulos. 

Lo que no es tan comprensible es que, a renglón seguido y apartados un tanto del Maestro, vayan discutiendo por el camino acerca de quién va a ocupar los primeros puestos en el reino que, según ellos, va a instaurar el Mesías en la tierra. ¡Que paciencia la de Jesús tratando de instruirles  día a día y con un resultado tan descorazonador!

Pero Jesús sigue con su catequesis y les dice unas palabras que tampoco van a entender. Son, ciertamente, innovadoras, que echan por tierra sus modos de pensar y de actuar. Y también los nuestros. Dice: Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos. Es desconcertante este Jesús. Cambia y trastoca todo. Desde Él, todo es nuevo, todo es distinto. ¿Quién puede aceptar que el más importante es el que se coloca en el último lugar y, además, para servir?
Yo no sé si nosotros aceptamos esta palabra de Jesús con todo lo que ella implica. Yo no sé si la aceptamos y la vivimos. Estamos tocando la raíz y lo fundamental del Evangelio de Jesús. Un Evangelio que es su vida y su palabra. Él afirmó una vez de sí mismo: El Hijo del hombre no ha venido a que le sirvan, sino a servir. 

Todo seguidor de Jesús debe pensar y, en lo posible, actuar así, como pensó y actuó Él. No hay otra forma de ser cristiano sino aceptando en su totalidad su mensaje y su vida. No nos engañemos: A todos nos gusta figurar, a todos nos agrada que nos aplaudan, a todos nos tienta ser los primeros en muchas cosas, ser más, tener más, saber más. A todos nos gusta ser ganadores. Y la sociedad está montada así y funciona así. 

También nosotros, como los apóstoles, hemos escuchado las palabras de Jesús y nos cuesta mucho aceptarlas. ¿Quién de nosotros se pone el último y, además, para servir? Lo hizo Jesús. Lo han hecho muchos cristianos a través de los siglos. La Madre Teresa de Calcuta sin ir más lejos, pero también muchos cristianos anónimos, que sí lo hacen.

Jesús nunca enseñó ni pidió a sus discípulos algo que él no lo cumpliera primero. Hasta dar la vida. La víspera de morir expuso una parábola en acción, no tanto de palabras, cuando lavó los pies a los discípulos, cosa que hacían los criados de la casa, y, al terminar, les dijo: Haced vosotros lo mismo.
Acoger a un niño en mi nombre significa acoger a todos, a los más débiles, a aquellos de quienes no podemos esperar nada. Quien acoge así, en el fondo está acogiendo al mismo Jesús y, por eso mismo, se está acercando al mismo Dios.

No estamos en la Iglesia principalmente para ser servidos, no estamos en la parroquia sólo para que nos atiendan, no somos cristianos si nos dejamos llevar de la ambición y desear ser los primeros, no seremos miembros de una comunidad cristiana si queremos ser la cabeza o más que los demás, no podemos cerrarnos a nosotros mismos buscando sólo nuestro bien espiritual.

Un cristiano que no sirve, no sirve para nada. Este no es el camino que recorrió Jesús. El camino para seguir a Jesús es el del servicio. Hasta dar la propia vida si fuera preciso. Y para eso hay que renunciar a muchas cosas. Pero siempre por un bien mayor. El que se busca a sí mismo, se pierde, dice el Señor. Sólo así es posible construir una verdadera comunidad cristiana y fraterna. Sólo así es posible construir un mundo mejor. Sólo así llegaremos a la vida o la salvación.

La Eucaristía es el memorial de la entrega de Jesús. Si participamos en ella, es para identificarnos con él. Para ser más cristianos, para servir siempre y en todo. Como Jesús.

P. Teodoro Baztán Basterra, OAR.

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