sábado, 13 de octubre de 2018

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De los sermones de santo Tomás de Villanueva, obispo

Nuestro mundo es como un inmenso hospicio de pobres.

Muchas cosas nos deben inducir a ser misericordiosos. En primer lugar, nuestra propia miseria: «No ignorando el mal, aprendo a socorrer a los miserables»; en segundo lugar, su gran utilidad, porque también nosotros tenemos necesidad de misericordia: Bienaventurados los misericordiosos, porque alcanzarán misericordia. Y el Sabio: Presta al Señor quien se apiada del pobre, y él le dará su recompensa, y por una módica misericordia conseguirá mucha. Observa su utilidad en el salmo: Bienaventurado el que se preocupa del necesitado y desvalido; en el día malo le librará el Señor. El Señor le guardará y le hará dichoso en la tierra, y no le entregará a la animosidad de sus enemigos. El Señor le ayudará. He ahí, pues, sus grandes y numerosas utilidades.

Por el contrario: Juicio sin misericordia para quien no practicó la misericordia. Por tanto, ya que necesitamos misericordia, prestémosla a los hermanos.

En tercer lugar, nos mueve la multitud de menesterosos. Este mundo está lleno de necesidades y de pobres, como si fuera un gran hospicio de pobres. No penséis, hermanos, que son pobres sólo aquellos a quienes llamáis pobres, es decir, los que carecen de pan o vestido. ¿No es más pobre quien no tiene fe, sabiduría, juicio, luz, razón o sentido? La desgracia del cuerpo es menor que la del corazón, porque el alma vale más que el cuerpo. ¿Me apiadaré de los heridos en el cuerpo, y no percibiré las llagas del alma? Si abres los ojos, a cualquier parte que te vuelvas, encontrarás pobres a quienes ayudar. Mira las entrañas de misericordia del Apóstol: ¿Quién se escandaliza sin que yo me abrase? ¿Quién desfallece sin que yo desfallezca? Esta misericordia es mayor que la corporal.
En cuarto lugar nos debe mover la obligación que, bajo pena de condenación, tenemos de ser misericordiosos en casos de extrema necesidad. La indigencia de los pobres clama contra nosotros, y su clamor asciende hasta el trono de Dios. Uno abunda en bienes y otro perece de hambre. ¿Acaso Dios no tendrá en cuenta estas cosas? Ambrosio: «¿Viste a un pobre morir de hambre? Si no lo alimentaste, lo mataste». La voz de su sangre clama contra ti en juicio: La piedra chillará desde el muro, dice el profeta. Y el salmo: Distribuyó y dio a los pobres, su justicia permanece para siempre. No dice: «su misericordia», sino: «su justicia», porque dar de esta manera es obra de justicia.
Da el dinero que perece para adquirir la justicia que no perece. Tu recibes del pobre más de lo que das. Das una moneda, y recibes el cielo; das un vestido, y recibes la inmortalidad: tú mismo te tienes más misericordia.

¡Oh, cuán grande es el peligro de los ricos! Observad el ejemplo del rico epulón: se condenó, porque no tuvo misericordia; no porque robó, sino porque no dio. Y no esperéis a casos de extrema necesidad, cuando el pobre tiene ya la vela en la mano; porque entonces ya no necesita alimento, sino una tumba. Es necesario que haya hospicios para los pobres en las ciudades; de otro modo, deberían servir de hospicios vuestras casas. En invierno, si un hermano desnudo y enfermo no tiene albergue, corre serio peligro. Quien tiene habitación está obligado a hospedarlo. Si no lo hacéis así, ayudad al menos a los hospitales, trabajad por su existencia y promovedlos, para que no estéis obligados a alojar a los pobres vosotros mismos.

Dios quiso que haya pobres para utilidad de los ricos, para que puedan salvarse por medio de ellos. Los ricos no tenían ningún otro modo de salvarse, ya que, envueltos en los negocios, ni ayunan, ni trabajan, ni tienen preocupaciones, ni aguantan dificultades, ni rezan. El Señor deliberó: «¿Qué os falta?» Dad limosna y todas las cosas serán puras para vosotros. Y el Sabio: El rico y el pobre se encuentran; a los dos los hizo Yahvé. Creó al rico para el pobre y al pobre para el rico. Al rico le dio riquezas para alimentar al pobre, y por eso a menudo las multiplica y aumenta; y al pobre le dio escasez, llagas y trabajos, para que con ellas moviera a misericordia el corazón del rico y así salvarlo.
Por tanto, ricos, amad a los pobres. Ellos son vuestros hermanos, vuestros redentores y vuestros servidores, pues de ellos es el reino de los cielos. Dad cosas temporales y recibiréis las eternas, según está escrito: Para que cuando éstas falten, os reciban en las moradas eternas. Cuando desfallezcáis en vuestra necesidad, cuando ni los recursos ni el dinero, ni la familia, ni los caballos, ni el vestido os sean de utilidad alguna, entonces serán los pobres quienes vendrán en vuestra ayuda. El rico pidió ayuda al pobre Lázaro, pero no mereció ni siquiera una gota de agua quien no había dado antes una miga de pan.

Tengo compasión de la turba, porque hace ya tres días que permanecen conmigo y no tienen qué comer. Grande es el aguante de los pobres, grande su indigencia; pero la paciencia de los pobres no resultará fallida por siempre. Dios les mirará con benevolencia en el último día, porque recibieron males durante su vida. Los pobres tienen aquí su purgatorio. He aquí que hace ya tres días que permanecen conmigo. Iremos al desierto, a tres días de camino, para ofrecer sacrificios a nuestro Dios, y seremos saciados. El primero es un día de dolor; el segundo, de continencia; el tercero, de gozo en el Espíritu Santo.

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