domingo, 14 de octubre de 2018

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DOMINGO XXVIII del TIEMPO ORDINARIO -B- Reflexión

El episodio está narrado con  intensidad especial. Jesús se pone en camino hacia Jerusalén, pero antes de que se aleje de aquel lugar, llega "corriendo" un desconocido que "cae de rodillas" ante él para retenerlo. Necesita urgentemente a Jesús.

No es un enfermo que pide curación. No es un leproso que, desde el suelo, implora compasión. Su petición es de otro orden. Lo que él busca en aquel maestro bueno es luz para orientar su vida: “¿Qué haré para heredar la vida eterna?”. No es una cuestión teórica, sino existencial. No habla en general; quiere saber qué ha de hacer él personalmente. 

Jesús le propone que cumpla los mandamientos. La respuesta del hombre es admirable. Todo eso lo ha cumplido desde pequeño, pero siente dentro de sí una aspiración más honda. Está buscando algo más. “Jesús se le queda mirando con cariño”. Su mirada está ya expresando la relación personal e intensa que quiere establecer con él.

Jesús entiende muy bien su insatisfacción, y le dice: “Una cosa te falta”. Jesús le invita a orientar su vida desde una lógica nueva. Lo primero es no vivir apegado a sus posesiones (“vende lo que tienes”). Lo segundo, ayudar a los pobres (“dales tu dinero”). Por último, “ven y sígueme”. El hombre se levanta y se aleja de Jesús. Olvida su mirada cariñosa y se va triste. 

El tema del dinero aparece muchas veces en el evangelio. Tanto la vida de Jesús como su doctrina nos enseñan muchas cosas y nos ayudan a situarnos en el justo lugar en relación con el dinero o los bienes de este mundo. Jesús, a la hora de presentar su mensaje, no tiene pelos en la lengua. Dice las cosas claras aunque duelan o cueste aceptarlas. Esto ocurre en muchas ocasiones. Hoy, por ejemplo, con el tema de las riquezas.

La primera lectura del libro de la Sabiduría nos da una pista para entender mejor a Jesús. Esta Sabiduría, con mayúsculas, viene a ser el conocimiento de Dios, la relación con Él o Dios mismo en nosotros. Según el texto, es sabio el hombre para quien Dios es lo primero y el bien más importante, lo único que merece la pena, lo único que permanece, la única riqueza aquí y más allá de la muerte. Preferí esta Sabiduría a la salud y la belleza…, la preferí a los cetros y a los tronos, y en su comparación tuve en nada la riqueza.

Esta sabiduría es la que no alcanzó a apreciar el joven que se presentó a Jesús a preguntarle cuál era el camino mejor para salvarse. Era piadoso, cumplidor e inquieto en relación con su salvación, pero buscaba algo más. 

Los bienes materiales no son malos por sí mismos; al contrario, son necesarios para vivir dignamente. Jesús no desautoriza el dinero ni afirma que las riquezas sean siempre injustas. Pero sí dice una y otra vez que son peligrosas y que pueden llegar a ser un obstáculo para poder entrar en el Reino, para poder salvarse.

El apego a los bienes endurece el corazón y enfría la relación fraterna, impide compartir con el necesitado, entorpece la solución del hambre y la pobreza en el mundo, hace al hombre esclavo de lo que tiene y, finalmente, a nivel cristiano, hace imposible el seguimiento de Cristo. Esto puede ocurrir en el que tiene mucho y también en el que, teniendo poco, hace del dinero su única aspiración, su única esperanza, y sufre por no tenerlo y lucha y trabaja sólo para tener más.

El que está apegado al dinero como si fuera el único bien, no siente la necesidad de abrirse a Dios. Un atleta que quiera correr con veinte kilos de equipaje a la espalda difícilmente podrá ganar ninguna medalla. En otro lugar nos dirá Jesús que nadie puede servir al mismo tiempo a dos amos o dos “señores”, a Dios y al dinero. Quien quiere tener de todo y disfrutar de todo, corre el riesgo de perder lo mejor. 

Es más feliz quien comparte que quien acumula. Es más feliz el que se abre a Dios y al hermano que el que se cierra en sus propios intereses. En definitiva, en palabras de Jesús, el que se busca a sí mismo, se pierde. El que se da a los demás por causa del evangelio, conserva su vida.

Esta es la verdadera sabiduría del creyente en Jesús. Y este debe ser, por tanto, su estilo de vida. Es el camino que recorrió el mismo Jesús, quien, como dice la Escritura, siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos a todos, con la única riqueza que merece la pena, que es Dios mismo.
P. Teodoro Baztán Basterra, OAR.

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