viernes, 19 de octubre de 2018

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MANOJO OCTAVO DEL «PROVENTUS MESSIS DOMINICAE» RELATA LA VIDA Y PASIÓN DE LA VENERABLE VIRGEN MAGDALENA DE NAGASAKI

VII 

De lo más hondo del pecho
recita salmos, poemas,
canta alegre y con suspiros
invoca a Dios la doncella.
   Luego en éxtasis sublime
en alto ven que se eleva,
y ante el prodigio le temen
los guardias que la rodean.
   En su locura inhumana
el juez Uneme condena
a que sufra de inmediato
brutales suplicios ella.
   Un criado en la boca luego
a derramar agua empieza
y, lleno el vientre enseguida
de uno y otro pie la cuelgan,
   para que así con crueldad
las entrañas eche fuera,
y que termine la vida
sin preferir una queja.
   La inhumanidad del bárbaro
la sufre con fortaleza,
y aun oprimidas sus fauces
parece salir ilesa.
   Cada vez la oprime más
del agua la ruda treta,
más la maldad del tirano
de instar y seguir no cesa.
   Y prosigue pertinaz
viendo viva la doncella;
con cólera rechinante
no sabe qué hacer con ella.
   Por fin pide, impío, traer
varas finas como leznas
y clavarlas en las uñas;
para la carne: tejuelas.
   Le choca el estar presente
a este rigor, y lo muestra
con sus voces; impasible
ve al verdugo, como bestia,
   Sangre roja cual la púrpura
manan esas carnes tiernas:
la virgen fiel permanece
   y al celeste Esposo espera.
   La joven esas heridas
como collares le muestra,
y a las gotas de su sangre
les dice joyas espléndidas.
   Recibe, Señor, ardientes,
de mi amor humilde, prendas,
y de tu gloria partícipe,
oh dulce Esposo, ya sea.
   Confuso de este espectáculo
dice Uneme: esta doncella
nos burla, pisa las leyes
del país y nos desprecia.
   Encerradla de inmediato,
pronto, pronto, bajo tierra;
no la dejéis, no, que viva,
a quien mandamos que muera.
   A quien a mí ha desairado
consumidla de manera
que no oiga ya más su nombre,
pues me causó tal molestia.
   No hará burla de los Príncipes
una vez que al fin perezca,
pues derrochando su vida
mi poder desafió ciega.
   Esto dicho, con el rostro s
evero a todos se muestra,
y turbado se retira
con engañosa aspereza.
   Luego se convocan tropas
con armas las más certeras
porque rodeando a la virgen
el término le confieran.
   Avanza con sus vestidos
propios para tal escena,
bien ceñida la cintura;
la ciudad acude entera.
   El clamor del pregonero
rompe el aire, la sentencia
del juez se escucha potente
en contra de Magdalena.
   Esta mujer, dice, es vástago
de padres de alta nobleza,
mas por decreto del Príncipe
sufrirá muerte misérrima.
   Pues resistió obedecer
sus leyes con insolencia,
que manda a los japoneses
que ir tras Cristo no se atreven.
   No propagar esa fe
que trajeron extranjeras
personas, ni despreciar
con dicho alguno la muestra.
   En tanto el pregón anuncia
la virgen clama serena:
venid todos, japoneses,
oíd mi voz evangélica.
   No queráis que el mundo vil
os engañe con sus tretas;
la cruz y la fe  son áncoras
que al propio Dios os acercan.
   El  calor del Dios supremo
reciban las almas vuestras,
pues las culpas y pecados
oprimen las almas yertas.
   Si la maldad os placía
nadie abandonarla sienta;
si el demonio os dio las armas,
despedazad sus saetas.
   Ved que el que sana las mentes
de venir acá se alegra,
con su sangre alivia y sana
constituciones enfermas.
   Rechaza males futuros,
al caído da su diestra,
los rigores de la peste
aparta, al desviado orienta.
   Él da vigor a los débiles,
a vosotros os espera,
a quien saca del abismo
guía a las altas esferas.
   En tanto que esto decía
suplicaba que pidieran
los fieles al Dios Altísimo
con oraciones por ella.
   Entonces a los verdugos
―próxima ya la palestra―
se manda: ―Al tormento enviadla
de la más brutal manera.
   ―No podéis herir la mente
de quien a Cristo posea:
Él retiene para sí
esta víctima integérrima.
   Preparada estaba allí
una horca con sus cuerdas,
y al pie una fosa profunda
disimulada con leña.



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