sábado, 20 de octubre de 2018

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MANOJO OCTAVO DEL «PROVENTUS MESSIS DOMINICAE» RELATA LA VIDA Y PASIÓN DE LA VENERABLE VIRGEN MAGDALENA DE NAGASAKI

VIII

  
La suspenden del patíbulo
con ataduras violentas,
los pies arriba colocan
y hacia abajo la cabeza.
   Los crueles soldados pónenla
en esa caverna,
cubren la fosa a la entrada
dejando los pies por fuera.
   No se veía un agujero
ni una rendija siquiera
para poder respirar
y tomar aliento afuera.
   El breve curso del tiempo
pasó veloz su carrera
cuando los rudos guardianes
entreabrieron una puerta.
   Más contemplan a la virgen,
atónitos, sin cadenas;
mudos, no saben qué hacer
por lo que acá sucediera.
   Pasado el primer momento
con voz amable la increpan
si en vez de sufrir prefiere
dejar su ley extranjera.
   A falta de persuasión
los refuta a su manera
y los exhorta a que abjuren
del yugo de las tinieblas;
   y que tiene mucha sed
les dice a los centinelas.
Un vaso le ofrecen de agua

a la garganta que beba.
   Esta sed que me devora,
responde en seguida ella,
no se apaga con esta agua
sino con otra, la eterna.
   Esa que Cristo prepara,
mi dulce Esposo, con esa,
que yo beberé, y ya nunca
mi garganta estará seca.
   Cantaré a Cristo y mis voces 

han de oír vuestras orejas;
de lo íntimo de mi pecho
llamaré que me defienda.
   Desde entonces dulcemente
como de un ángel su lengua
entonaba dulces cánticos.
La quietud era tremenda.
   Pues al punto conocieron
(aun cuando bárbaros eran)
que esas voces no emitía
una garganta terrena.
   Atan, de nuevo, las manos,
como antes, a la doncella;
clausuran el antro tétrico
porque respirar no pueda.
   Con más canciones prosigue
salidas de su alma tierna,
de invocar los dulces nombres
de María y Jesús no cesa.
   Por segunda vez descubren
la fosa, y ven la doncella
que está con las manos libres
y que nada las aprieta.
   Más ferozmente otra vez
la amarran, con mayor fuerza,

y con cerrojos de hierro
aseguran la caverna.
   Sonoras voces escuchan
que repite Magdalena
dulcemente y aterrados
se miran los centinelas.
   Abren de nuevo la fosa
para observar qué acontezca
y los lazos de las manos
los ven echados por tierra.
   Los pérfidos la abandonan;
no quisieran ya más verla;
y en el suplicio cantando
así suspendida queda;
   suspendida trece días
pasaba sin una queja,
que en medio del sufrimiento
permanece tan contenta.
   Constante venció el tormento, 

siempre con más fortaleza,
aumentando ciertamente
el premio de esa manera.
   (Ya feliz pasado había
una jornada, y no entera,
cuando entregaron a Dios
la vida de Magdalena).
   En todo ese tiempo nada,
ni un bocado probó ella;
en ese suplicio, nada,
ni una gota de agua fresca.
   La luna trazaba el círculo
anual para las cosechas 
cuando a la fértil vendimia
el mes de octubre se apresta.
   Desatose por entonces
una tempestad tremenda,
que inundó de agua la fosa.
Allí expiró la doncella
   Para subir al Esposo
por un camino de estrellas,
al  Esposo a quien amaba
con ansia imperecedera.
   El cuerpo echarlo a las llamas
Uneme furioso ordena
y que al punto sus cenizas
se arrojen al mar sin pena.
   Se cumple su voluntad,
aquella ordenanza pésima.
A Dios la gloria, su fuego
de todos el pecho encienda.

                                      Amén.


                       Fray Andrés de San Nicolás

                       (Roma 1656)
Traducción de Manuel Briceño Jáuregui, S.I.

   (Bogotá 1983).

 

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