domingo, 7 de octubre de 2018

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XXVII DOMINGO del TIEMPO ORDINARIO -B- Reflexión

Todo el contenido de las lecturas de hoy queda referido al tema del matrimonio, el divorcio, la fidelidad. Vaya por delante decir que las parejas que viven con dificultades serias, quienes se han separado por motivos graves, merecen todo nuestro respeto y comprensión. La Iglesia es madre y quiere a todos sus hijos, especialmente a los que sufren.

Este párrafo del Evangelio de hoy puede parecer duro, además de exigente. Cuando tantos matrimonios andan a la deriva o se han roto, cuando el divorcio se va implantando cada día más en nuestra sociedad, las palabras de Jesús pueden parecer fuera de sentido y difícilmente aceptables por el común de los cristianos.

Sin embargo, hay que ir al sentido profundo de lo que dice Jesús. Jesús ofrece una visión del matrimonio que le confiere una dignidad y una calidad muy altas. El matrimonio no es un simple contrato legal que regula la convivencia o las condiciones para compartir los bienes, sino que es una comunión profunda entre dos personas, que les lleva a formar una unidad en el amor, la fidelidad y la convivencia.

Jesús no habla contra nadie, sino a favor del matrimonio. Está proponiendo un modelo de matrimonio estable por el bien de la pareja, de los hijos, de la familia y de la sociedad entera. Para eso remite al plan originario de Dios, cuando creó al hombre y la mujer. El Génesis, que es el primer libro del A. T., con un lenguaje popular y no científico, (hasta poético), nos narra el origen de la pareja humana.
Hoy nos presenta unas verdades profundas: que el mundo tiene su origen en Dios, que él ha querido la vida, que ha creado al ser humano, hombre y mujer, a su imagen y semejanza, para que ambos se complementen en su ser y en su vida, como pareja unida y estable.

Es Dios quien ha querido que el hombre y la mujer se amen y formen “una sola carne” (una sola cosa). Adán sentía que le faltaba algo para sentirse feliz, algo vital para él y de su misma naturaleza, -No es bueno que el hombre esté solo, dice el Señor - y Dios le regaló la mujer. Adán quedó fascinado por la nueva compañía y exclamó: ¡Esta sí que es carne de mi carne y hueso de mis huesos!, es decir, de su misma naturaleza, igual a él.

Vida que recibían de Dios y vida para comunicarla en los hijos. En el relato bíblico se ve que no hay superioridad ni dominio de uno sobre el otro; el texto respira igualdad y dignidad. Dios los ha hecho de la misma naturaleza, destinados a completarse mutuamente y a ambos los ha creado “a su imagen y semejanza”.

En todo esto se apoya Jesús para exponer su doctrina sobre el matrimonio, en esta voluntad de Dios en el inicio de los tiempos cuando pone en marcha la humanidad desde la pareja Adán y Eva. Por eso dice: Lo que Dios ha unido que lo separe el hombre. 

Es exigente lo que propone Jesús. Él es consciente de que está pidiendo una actitud difícil. Pero está presentando lo que es mejor para el hombre y la mujer, para los hijos y la familia, para la sociedad. Defender la familia debe ser una de las prioridades de todo cristiano. Defenderla con firmeza y con mucho amor, con respeto y misericordia. Hoy la familia está amenazada en su misma raíz.

Estamos viviendo en una sociedad en que hasta lo más sagrado está sometido al criterio de “usar y tirar”, donde se quiere separar el amor y el sacrificio que conlleva, donde todo es provisional y nada definitivo. “No está bien que el hombre esté solo”, dice Dios. Es una bella forma de decir que estamos hechos no para la soledad y el individualismo, sino para la relación, la comunicación y el amor estable. El matrimonio, viene a decir San Pablo, es signo del amor de Cristo a la Iglesia: total, generoso, sacrificado y fecundo.

Por otra parte, los cristianos no podemos cerrar los ojos ante una realidad que está ahí: en muchos matrimonios separados o divorciados. Entre nosotros encontramos cada vez más personas que han fracasado en su primer matrimonio y se han vuelto a casar civilmente o han formado una pareja de hecho. Es una realidad compleja, delicada, con frecuencia muy dolorosa. No podemos se indiferentes ante ella. Repito que quienes, por las razones que sean, han optado por este camino, merecen nuestro respeto, comprensión y apoyo.

Hemos de pensar que viven, posiblemente, situaciones muy dolorosas, que han sufrido una de las experiencias más amargas de la vida humana, la destrucción de un amor que vivieron con ilusión. Y muchos necesitan ayuda, de Dios y de los hombres, y esa ayuda hemos de estar dispuestos a ofrecérsela los que nos decimos seguidores de Jesús. Con entrañas de misericordia (como las que tiene Dios con nosotros).
 P. Teodoro Baztán Basterra, OAR.

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