miércoles, 28 de noviembre de 2018

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ADVIENTO .3.

Vivir el adviento de esta manera, en la consideración de la venida última de Cristo o caminando al encuentro glorioso y definitivo con él, es propio de todo cristiano. Como es propio del río correr siempre, sin detenerse, hacia el mar. (No importa que se le pongan represas en su camino. Al final llegará a su destino). 

Y no hay que tener miedo a este encuentro con el Señor más allá de la muerte. Todo lo contrario. No temáis, pequeño rebaño. Yo he vencido al mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde: en la casa de mi Padre hay muchas moradas. Cuando vaya y os prepare un sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde yo estoy estéis también vosotros. ¿Por qué teméis, hombres de poca fe? Son palabras de Cristo. Él se hace camino y compañero de camino. Y no hay que temer la segunda venida. Palabras de Agustín: ¿Qué clase de amor a Cristo es de aquel que teme su venida? ¿No nos da vergüenza, hermanos? Lo amamos y, sin embargo, tememos su venida. ¿De verdad lo amamos? ¿No será más bien que amamos nuestros pecados? Odiemos el pecado, y amemos al que ha de venir a castigar el pecado. 

Pero también nos advierte San Pedro que vigilemos: vigilad y orad. El enemigo acecha. Mirad qué palabras tan fuertes utiliza San Pedro en su carta: Sed sobrios y estad alerta, que vuestro enemigo, el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quién devorar; resistidle fuertes en la fe.

Tres palabras, en este texto, para el programa de vida para todo cristiano: sobriedad, vigilancia y lucha. Estas son las víctimas agradables a Dios: la misericordia, la humildad, la paz, la caridad. Si se las presentamos, entonces podremos esperar seguros la venida del juez. Son palabras también de San Agustín. Podemos decir, por tanto, que, para el cristiano, toda la vida es o debe ser tiempo de adviento. Porque el Señor viene a nuestro encuentro y nosotros caminamos hacia él. Está claro que nosotros jamás podríamos llegar a Dios si Él no se acercara a nosotros. Agustín nunca habría encontrado la Verdad, por la que tanto suspiró, por la que tanto luchó, por la que tanto oró y lloró su madre, si al final, en el momento en que Dios lo dispuso, la Verdad, Dios, no hubiera venido a él. Agustín buscó siempre a Dios, pero lo encontró porque Dios se hizo el encontradizo. Pero, para lograr nosotros este encuentro, hay que buscarlo, hay que caminar, hay que luchar, hay que reavivar día a día la esperanza. Hay que orar, hay que cumplir la voluntad del Padre.

La esperanza es la virtud característica del tiempo de adviento. El adviento es una llamada a vivir siempre la esperanza. Hay gente que no espera nada porque creen que ya lo tienen todo: familia, dinero, trabajo, un porvenir más o menos asegurado, etc. Y su única aspiración es tener más para disfrutar más. No son capaces de mirar hacia dentro de sí mismos para darse cuenta de cuáles son sus verdaderas necesidades, o de mirar hacia el otro para darse cuenta de que hay muchos que carecen de casi todo. No se abren ni a Dios ni a los otros, sólo a sí mismos y, por lo tanto, se encontrarán siempre con el vacío, la frustración y, quizás, la desesperanza. Hay otros que no esperan nada porque se han desengañado del todo.

Pero debemos considerar también, - y como ayuda muy buena para vivir este adviento escatológico - no solamente el encuentro con el Señor al final de los tiempos, sino el encuentro con Él cada día, cada momento. Entre la primera venida y la última, hay una segunda, que es la de cada día, la de cada momento. Cristo viene a nosotros de muchas maneras: la eucaristía, su palabra, la oración, en el hermano, en los acontecimientos, buenos o malos, que ocurren en nuestro entorno o en nuestra propia persona. Jesús viene a nosotros y se queda con nosotros si lo acogemos.

En la eucaristía dominical (o diaria o frecuente): Cuando no nos limitamos con “ir a misa”, sino a entrar en comunión con lo que en ella se realiza, Cristo viene a tu vida en forma de pan. En la escucha de la palabra: Cristo es la Palabra del Padre (oír, escuchar y acoger a Cristo). En la oración: La oración es un encuentro con Dios en la persona de Jesús. En el hermano: Estar abierto a sus necesidades (familia, vecinos, compañeros de trabajo, amigos... y el pobre o necesitado). Y en la misma Fraternidad: “Porque donde hay dos o tres reunidos, ahí estoy yo”

En el capítulo 3 del Apocalipsis, v. 20, hay unas palabras que el autor del libro pone en boca de Jesús y que dicen así: Mira que estoy a la puerta llamando. Si uno escucha mi llamada y abre la puerta, entraré en su casa y comeremos juntos. Está llamando siempre a la puerta de tu vida, a la puerta de tu corazón. No fuerza la entrada, simplemente llama. No oirá su voz quien tenga las antenas de su atención dirigidas a otra parte: (las cosas de este mundo al margen de Dios). O también, puede oír y no abrir, porque no le interesa, porque teme complicarse la vida, por indiferencia, por miedo... Pero si oye y abre..., se produce la gran maravilla del encuentro gozoso con Jesús. Comer juntos, en la bi-blia, significa celebrar o hacer fiesta con la presencia del Señor en amor y gozo.
P. Teodoro Baztán Basterra, OAR.


 LA NIÑA A QUIEN DIJO EL ÁNGEL

La Niña a quien dijo el Ángel
que estaba de gracia llena,
cuando de ser de Dios madre
le trujo tan altas nuevas,

ya le mira en un pesebre,
llorando lágrimas tiernas,
que obligándose a ser hombre,
también se obliga a sus penas.

¿Qué tenéis, dulce Jesús?,
le dice la Niña bella;
¿tan presto sentís mis ojos
el dolor de mi pobreza?

Lope de Vega

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