sábado, 17 de noviembre de 2018

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Nadie dio tanto como la que no reservó nada para sí

Ignoro, hermanos, si puede encontrarse alguien a quien hayan aprovechado las riquezas. Quizá se diga: «¿No fueron de provecho las riquezas para quienes usaron bien de ellas alimentando a los hambrientos, vistiendo a los desnudos, hospedando a los peregrinos, redimiendo a los cautivos?» Todo el que obra así, lo hace para que no le perjudiquen sus riquezas. ¿Qué sucedería si no poseyese esas riquezas con las que hace misericordia, siendo tal que estuviese dispuesto a hacerla si se hallase en posesión de ellas? El Señor no se fija en la grandeza de las riquezas, sino en la piedad de la voluntad. ¿Acaso eran ricos los apóstoles? Abandonaron solamente unas redes y una barquichuela y siguieron al Señor. Mucho abandonó quien se despojó de la esperanza del siglo, como aquella viuda que depositó dos ochavos en el cepillo del templo. Según el Señor, nadie dio más que ella.

A pesar de que muchos ofrecieron mayor cantidad porque eran ricos, ninguno, sin embargo, dio tanto como ella en ofrenda a Dios, es decir, en el cepillo del templo. Muchos ricos echaban en abundancia, y él los contemplaba, pero no porque echaban mucho. Esta mujer entró en el templo con sólo dos ochavos. ¿Quién se dignó poner los ojos en ella? Sólo aquel que al verla no miró si la mano estaba llena o no, sino al corazón. La observó, pregonó su acción y al hacerlo proclamó que nadie había dado tanto como ella. Nadie dio tanto como la que no reservó nada para sí. Das poco, porque tienes poco; pero si tuvieras más, darías también más. Pero ¿acaso, por dar poco a causa de tu pobreza, te encontrarás con menos, o recibirás menos porque diste menos?

Si se examinan las cosas que se dan, unas son grandes, otras son pequeñas; unas numerosas, otras escasas. Si, en cambio, se escudriñan los corazones de quienes dan, hallarás con frecuencia en quienes dan mucho un corazón tacaño, y en quienes dan poco, uno generoso. Tú miras a lo mucho dado y no a cuánto se reservó para sí ese que tanto dio, cuánto fue lo que en definitiva otorgó, o cuánto robó quien de ello da algo a los pobres como queriendo corromper con ello a Dios, el juez. Lo que consigues con tu donación es que no te perjudiquen tus riquezas, no que te aprovechen. Porque, si fueres pobre y desde tu pobreza dieses aunque fuera poco, se te imputaría tanto como al rico que da en abundancia o quizá más, como a aquella mujer.
 S 105 A, 1

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