domingo, 4 de noviembre de 2018

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XXXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO -B- Reflexión

Hay quien dice que el principio de la sabiduría es la duda. Pero habría que agregar: con tal de que se quiera salir de ella. Quien tiene una duda seria y la quiere despejar, se dispone a iniciar un camino de búsqueda de la verdad. Pregunta e indaga, estudia y sigue preguntando. Este camino lo recorrió san Agustín de joven y, al fin, halló la verdad.

La escena que nos narra hoy el evangelio se desarrolla en el atrio del templo de Jerusalén, pocos días antes de la pasión. Los saduceos y los fariseos han ido formulando a Jesús una serie de preguntas capciosas para ponerle en aprieto y comprobar la veracidad de su enseñanza. Pero la pregunta que le formula el fariseo de hoy es sincera. No tiene trampa. Quiere saber y pregunta a quien, a su parecer, podría darle una respuesta satisfactoria.

Son tantos los preceptos y leyes que se han ido acumulando a lo largo del tiempo que en muchos judíos creaban confusión. Un total de 613 leyes. Este fariseo se siente abrumado y desorientado. Quiere saber. Y pregunta cuál es el mandamiento más importante de todos. Así podrá ordenar su vida hacia este mandamiento. Había iniciado un camino de búsqueda de la verdad.

Y se acerca a quien, sin él saberlo, es la Verdad misma. De ahí que la respuesta no podía ser otra, sino la pura verdad: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser. El segundo es este: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. No hay mandamientos mayores que éstos”.

Habla la Verdad, Cristo, y pronuncia la palabra amor. Y hace de los dos preceptos uno solo: Amor a Dios y al prójimo. Ambos inseparables. “Quien dice que ama a Dios y no ama al hermano, miente”, dirá san Juan en su carta primera. Y quien ama sinceramente al hermano, está amando a Dios, porque Dios está en él. El amor al prójimo es la piedra de toque para saber si ese amor que decimos tener a Dios es de verdad o “falsa moneda”.

Quien acoge lo anterior como verdad, no está lejos del reino de Dios. Son palabras del mismo Jesús. La respuesta de Jesús, poniendo el mandamiento del amor al prójimo al lado mismo del amor a Dios le pareció muy bien al escriba y así se lo dijo con sinceridad a Jesús. Jesús le responde que está cerca del reino de Dios. 

Pero eso no basta. No es suficiente saber que es así. Ni es suficiente tampoco hacer obras buenas: Podemos rezar mucho, y hacer muchas limosnas, y cumplir fielmente los mandamientos; si no es el amor a Dios y al prójimo el que inspira y motiva nuestras “buenas” acciones, estas acciones, no nos salvan.


Amar a Dios sobre todas las cosas y amarlo con todas las fuerzas de nuestro ser, y al prójimo como a uno mismo, he aquí el mandamiento principal que hemos de tener siempre en cuenta.

Sólo Dios puede ocupar el centro de nuestro corazón, sólo él ha de ser amado por encima de todo. Ninguna criatura, ningún bien por grande que sea, puede sustituir el amor que a Dios debemos.
Y quien ama así, está cumpliendo la ley entera. San Agustín, un maestro en decir mucho con pocas palabras, dice: “Ama y haz lo que quieras”. Y así es: Si amamos de verdad a Dios y al hermano, haremos siempre el bien y nunca el mal. Si amas de verdad a tu esposa o esposo, nunca le serás infiel, ni existirá el maltrato ni el insulto.

Si amas en verdad a Dios, le “amarás con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. Será para ti lo único necesario, lo único bueno y la única verdad. Todo lo demás, aun la vida misma, la familia, tus bienes, aun siendo todo muy bueno, será relativo.

Si amas en verdad al prójimo, tu hermano, le atenderás en sus necesidades, perdonarás siempre de corazón siempre y en todo, no querrás daño alguno contra él, le respetarás y lo acogerás en tu corazón.

Más todavía: No basta amar al prójimo como a uno mismo, que ya sería mucho, sino que hay que amarlo como nos ama el Señor. “Amaos unos a otros como yo he amado”. Hasta dar la vida si fuera preciso. Como Él la dio por amor a nosotros.

Si amáramos así, no sólo no estaríamos lejos del reino de Dios, sino que el reino de Dios estaría dentro de nosotros. Y seríamos dichosos y felices, y haríamos felices a los demás. Como los santos.

P. Teodoro Baztán Basterra, OAR.

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