lunes, 10 de diciembre de 2018

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ADVIENTO. DOMINGO II C - Reflexión

El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres

El profeta Baruc era el hombre de confianza de Jeremías. A él se le atribuyen estas páginas de la primera lectura: unas páginas dirigidas a su pueblo en los años del destierro de Babilonia, en las que anima a los que viven lejos de su patria a que se alegren, porque está próximo el retorno a sus hogares. A pesar del momento desastroso que vive su pueblo tanto en lo social como en lo religioso, Dios está cerca de los suyos y no los abandona.

El profeta pide a las gentes de su pueblo que se despojen de todo vestido de luto y se vistan los mejores trajes de fiesta, incluida la diadema en la frente. Que se alegren porque sus hijos vuelven gozosos a su patria, a Jerusalén, después del destierro. Es Dios mismo quien prepara los caminos para la vuelta: rebaja lo que está elevado, rellena los barrancos,  allana el suelo para que todos caminen con seguridad y no tropiecen, y hace que los árboles del camino den sombra refrescante en el sofoco del desierto. Todo será fiesta y alegría, y triunfará la justicia.

El salmo recoge la misma idea y al recitarlo repetimos que también nosotros estamos alegres, porque el Señor ha estado grande con nosotros. También nosotros, que somos el pueblo de Dios, el nuevo Israel, debemos unirnos a ese gozo y celebrar la fiesta porque “ha cambiado la suerte de Sión” y con razón “se nos llena la boca de risas y la lengua de cantares”. Debemos reconocer todas las bondades que el Señor ha sembrado en cada uno de nosotros.

San Pablo, preso en Roma cuando escribe esta carta a los filipenses, da gracias a Dios “con gran alegría” por lo generosos que han sido con él y por lo que han colaborado en la difusión del evangelio “desde el primer día hasta hoy”, y reza a Dios para que esa comunidad de amor siga creciendo más y más en sensibilidad para apreciar los valores del Reino. Nosotros también nos alegramos de lo mucho bueno que hay en nuestra Iglesia, de tantos ejemplos de santidad como podemos admirar; debemos gozarnos por tener entre nosotros a muchas personas comprometidas en la difusión del evangelio, y anunciar el Reino de Dios con una generosidad similar a la del propio Papa Francisco. Debemos felicitarnos de tanto bien como hay en nuestro mundo, en todas esas instituciones y personas comprometidas en mejorar la suerte de sus hermanos y en construir una sociedad más justa. Es bueno saber agradecer la entrega de quienes se comprometen en el bien de los demás, y arriesgan su vida por alcanzarlo. Así, animados por este gozo, salimos al encuentro de Jesús, el Sumo Bien.

Todos verán la salvación de Dios

Los primeros cristianos vieron en la actuación del Bautista al profeta que preparó decisivamente el camino a Jesús. Por eso, el Bautista se ha convertido a lo largo de los siglos  en una llamada que nos sigue urgiendo a preparar caminos que nos permitan acoger a Jesús entre nosotros.

Lucas ha resumido su mensaje con este grito tomado del profeta Isaías: “Preparad el camino del Señor”. ¿Cómo escuchar ese grito en la Iglesia de hoy?  ¿Cómo abrir caminos para que los hombres y mujeres de nuestro tiempo podamos encontrarnos con él? ¿Cómo acogerlo en nuestras comunidades?

Lo primero es tomar conciencia de que necesitamos un contacto mucho más vivo con su persona. No es posible alimentarse solo de doctrina religiosa. No es posible seguir a Jesús convertido en un sublime maestro. Necesitamos sintonizar vitalmente con él, dejarnos atraer por su estilo de vida, contagiarnos de su pasión por Dios y por el ser humano. Debemos hacer de nuestras comunidades familias de acogida, de misericordia y de perdón, en las que todos deben encontrar calor humano y amor cristiano. En nuestro corazón deben tener cabida todos los necesitados, hombres, mujeres, pequeños y mayores, sanos y enfermos, justos y pecadores. Lo mismo que en el corazón de Dios, en el que cabemos todos.

En medio del “desierto espiritual” de la sociedad moderna, hemos de entender la comunidad cristiana como un lugar donde se acoge el Evangelio de Jesús. Vivir la experiencia de reunirnos los creyentes, los menos creyentes, los poco creyentes e, incluso, los no creyentes, en torno al relato evangélico de Jesús. Darle a él la oportunidad de que penetre con su fuerza humanizadora en nuestros problemas, crisis, miedos y esperanzas. Jesús hablaba y habla a todos; Jesús se compadecía de todos y curaba a todos. Jesús fue de todos y sigue siendo de todos.

No lo hemos de olvidar. En los evangelios no aprendemos solo una doctrina sobre Jesús; lo que encontramos es un estilo de vida válido para todos los tiempos y para todas las culturas: el estilo de vivir de Jesús. La doctrina no toca el corazón, no convierte ni enamora. La persona de Jesús, sí.

Este contacto vital con Jesús hace nacer en nosotros una fe nueva que nos enseña a vivirla no como una obligación, sino como resultado de un enamoramiento personal. Con él debemos vivir la fe, no como obligación sino por atracción; no como un deber sino como una pasión de amor. En contacto con el evangelio recuperamos nuestra verdadera identidad de seguidores de Jesús.

Dice el evangelio de Lucas que la Palabra de Dios ha venido sobre Juan para que en el desierto de tantos silencios y olvidos nos siga gritando: “Preparad los caminos del Señor”. Oigamos esta palabra y dejemos que venga a nosotros para que ponga sentido y esperanza en nuestra existencia. Que él sea el señor de nuestras vidas. Que lo sea todo.

Y como preparación inmediata a este domingo segundo de adviento contemplamos a nuestra Madre la Virgen María y nos gozamos de su pureza y santidad. Gracias, Señor, por esta maravilla de mujer.

P. Juan Ángel Nieto Vigueta, OAR.

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