En el tiempo de adviento nos encontramos cada año con la figura de Juan
el Bautista. Aparece y podemos decir que entra en nuestra asamblea, como en los
tiempos de Jesús, y nos trae un mensaje importante. Es un enviado de Dios y nos
habla en su nombre.
Juan, el hijo de Zacarías e Isabel, había crecido en el desierto,
fortalecido por el Espíritu. Ahora Dios lo llama a desempeñar una misión
profética. Con razón la Iglesia lo ha elegido como una figura importante del
adviento.
¿Qué nos dice hoy este profeta del Señor? Que preparemos el camino del
Señor. Esta es la misión que trae hoy entre manos. Quiere suscitar en nosotros
un cambio radical de vida para recibir a Cristo. Preparar el camino del Señor
significa eliminar de nosotros todo aquello que pueda impedir o dificultar
nuestro encuentro con Cristo que viene a nosotros. Toda clase de pecado.
Significa aproximarnos a Cristo con un corazón limpio y purificado.
Y describe esto con imágenes muy claras: allanad sus senderos, elévense los valles, que se abajen los montes,
que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Así predicaba a sus
oyentes. Y luego bautizaba a cuantos daban muestras de arrepentimiento y
confesaban sus pecados.
Y esto mismo nos dice a nosotros. Hace tiempo que recibimos el
sacramento del bautismo. Hace tiempo que nos incorporamos a la Iglesia de
Jesús. Desde hace mucho tiempo acudimos a la iglesia para celebrar nuestra fe y
darle gracias al Señor por ella, pero a lo mejor hay todavía mucho que
enderezar en nuestra vida cristiana, montes que hay que allanar (el orgullo, la
soberbia, la prepotencia…), valles que habría que rellenar (nuestra falta de fe
en muchas ocasiones, la indiferencia hacia los problemas de los demás, la
frialdad en mis prácticas religiosas, la falta de oración, la falta de amor a
los míos y a los extraños…). Nos pide, en una palabra, un cambio de vida. Es
decir, la conversión de corazón.
Únicamente así veremos la salvación de Dios. Es decir, únicamente así
seremos salvados por Jesucristo. Era necesario convertirse en tiempos de Juan y
es necesario convertirse veinte siglos después.
Convertirse es ver la vida con los ojos de Cristo y mirar a cuantos nos
rodean como si fueran hermanos, que lo son. Es amar como Cristo amó: con un
amor generoso, sacrificado muchas veces, sin excluir a nadie. Es perdonar como
él perdonó: siempre y en todo. Es saber que Dios es mi padre y dejarme conducir
por él.
Convertirse es arrimar el hombro a la carga de los demás y compartir
sus penas y sus alegrías, como si fueran propias. Es trabajar en la
construcción de un mundo mejor, de una familia cada día mejor: más unida, más
cristiana, más amable. Es hacer lo que esté en nuestra mano para que haya más
paz en nuestro entorno, y más justicia en el mundo y más misericordia y
comprensión entre todos.
Convertirse es luchar contra el pecado y vivir en gracia. Es vivir
abiertos a lo que Dios nos pida, pedirle qué quiere de nosotros y cumplirlo.
Convertirse es… SI alguien no te quiere
o si es enemigo tuyo, si se encuentra contigo en la calle, te da la espalda o
se va a la otra acera. Pero si es amigo va de cara y tú vas a su encuentro.
Convertirse es, si por el pecado estabas de espalda a Dios, volverse y mirarle
a la cara. Vivir de cara a él, como los buenos amigos.
San Pablo reza por la comunidad cristiana para que siga creciendo más y más en el amor, en sensibilidad y en la
cercanía de Dios. Esa es también mi oración por vosotros. Os pido que también
vosotros recéis por mí.
Si creemos que Dios es nuestra esperanza, nuestra mayor riqueza y la
realización de todas las promesas, no estaría de más hacer un rato de oración
preguntándonos en la presencia de Dios en qué tenemos puesta, de hecho, nuestra
esperanza, cuáles son las verdaderas aspiraciones y las motivaciones más
profundas de nuestra vida. Démosle gracias en esta eucaristía por el gran
regalo que nos hace enviándonos a su propio Hijo para hacerse uno de nosotros.
P. Teodoro Baztán Basterra, OAR.
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