martes, 19 de marzo de 2019

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SAN JOSÉ

Cuando murió José, quedó la casa
oliendo a padre. No vacía. Más llena,
empapada de él, casi caliente.

Quedaba su silencio en las maderas, y su sombra
seguía siendo lo que siempre fue: un ave pura
que nunca deja estelas en el aire
sino en el corazón de quien la mira.

Recordaba su voz y aquel cansancio,
aquel modo de amor que no se atreve
ni a llamarse así, aquel ser y no ser, aquellos ojos
con los que le miró cuando se iba.

Y se sentía huérfano, Él, que apenas fue hijo.
Y casi sintió pena de sí mismo,
de aquel huérfano-Dios, que se quedaba
desvalido, a la vez que feliz y tembloroso
al recordar la mano que, muerta ya,
le amaba aún entre las suyas.

P. José Luis Martín Descalzo

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