sábado, 17 de agosto de 2019

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DOMINGO XIX (C). Homilía

Lo necesitamos más que nunca
Las primeras generaciones cristianas se vieron muy pronto obligadas a plantearse una cuestión decisiva. La venida de Cristo resucitado se retrasaba más de lo que habían pensado en un comienzo. Era la oposición de aquella sociedad al mensaje cristiano y al modo de vida que anunciaban los seguidores de Cristo. Fueron las persecuciones con la muerte de tantos cristianos. 
La espera se les hacía larga. ¿Cómo mantener viva la esperanza? ¿Cómo no caer en la frustración, el cansancio o el desaliento? Sin embargo, en los evangelios encontramos diversas exhortaciones, parábolas y llamadas que sólo tienen un objetivo: mantener viva la fe de las comunidades cristianas y la confianza en que Cristo vendrá y reinará dando vida al mensaje que él nos ha anunciado. Una de las llamadas más conocidas dice así: “Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas”. ¿Qué sentido pueden tener estas palabras para nosotros, después de veinte siglos de cristianismo?

Somos muchos los cristianos que, ante el panorama social que contemplamos, ante el abandono de las prácticas religiosas y las “persecuciones” de algunos medios de comunicación en forma de críticas y desprecio a la religión, incluso por parte de ciertas autoridades civiles, también clamamos por esta venida de Cristo vencedor y señor del universo. La Palabra de Dios de este domingo nos garantiza que “vendrá” y nos exhorta a que esperemos y estemos preparados para recibirlo. Que no perdamos el ánimo ni la esperanza.

Estad como los que aguardan a que su señor vuelva
Estas palabras de Jesús son una llamada a vivir con lucidez y responsabilidad, sin caer en la pasividad o el letargo. El primer modelo de personas vigilantes que nos presentan las lecturas del domingo es el de los judíos en la cena pascual. En la noche de su salida de Egipto comieron de pie, ceñido el cinturón, preparados para emprender la marcha, convencidos de que Dios iba a actuar en su favor, liberándoles de la esclavitud. Además de confiar en Dios, “la promesa de la que se fiaban”, decidieron mantenerse unidos, en completa solidaridad. La segunda lectura coincide en esta actitud de confianza en Dios y propone a Abrahán como modelo de creyente que confía siempre en Dios.

Apoyado en esta confianza salió de su tierra, a una edad ya muy avanzada, vivió “como extranjero”, “habitando en tiendas”; incluso estuvo dispuesto a sacrificar a su propio hijo. Como muchos otros personajes del AT, nos da ejemplo de una fe hecha de esperanza y vigilancia: vivieron “como huéspedes y peregrinos en la tierra”, “buscando una patria”. La fe es camino y búsqueda, provisionalidad y esperanza.

Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis, viene el Hijo del hombre.
Jesús, buen pedagogo, nos recuerda en varias ocasiones que tenemos que estar preparados y permanecer vigilantes. Por eso nos habla de los criados que aguardan a su amo que ha sido invitado a una fiesta, que puede volver entrada ya la noche, y del administrador que debe estar preparado a rendir cuentas de su gestión en cualquier momento. Jesús nos invita a vivir “ceñida la cintura y encendidas las lámparas”, “como los que aguardan la vuelta del Señor”. Como los judíos en la cena pascual. Como las cinco muchachas prudentes que esperaban al novio con aceite en sus lámparas. 
Como los criados guardando en orden la casa. Esto puede referirse a la venida última, gloriosa, de Cristo, Juez de la historia, pero también a nuestra muerte, el momento decisivo para cada uno de nosotros y cuya fecha desconocemos. Pero igualmente puede referirse a la vida de cada día, en que hay momentos de gracia que podemos perder: la Palabra, los sacramentos, los acontecimientos, las personas. Si estamos despiertos, podremos aprovechar las “venidas” de Dios en todo esto; si estamos adormilados, no nos daremos cuenta. Una de las cosas que más embotan nuestro ánimo y nos impiden la vigilancia es el excesivo apego a los bienes de la tierra, a las cosas que nos producen satisfacciones pasajeras: “donde está vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón”, y allí están nuestras preocupaciones.

Vivamos despiertos y miremos el futuro
A todos nos resulta útil la llamada a la vigilancia. Pensamos en nuestro futuro y en el de nuestra familia, hacemos planes, calculamos y revisamos los presupuestos, nos apuntamos a las mejores compañías de seguros, nos proveemos de los mejores mecanismos antirrobo: pero ¿vivimos despiertos también en nuestra fe? ¿trabajamos por crecer en la vida cristiana, pensando en el futuro? ¿pensamos que también nos pueden robar esa fe, o que nos pedirán cuentas de ella? ¿nos preocupamos por dar a quienes dependen de nosotros los valores de la fe, que les puedan servir para toda la vida? Vigilar significa no distraerse, no amodorrarse, no instalarse, satisfechos con lo ya conseguido. En medio de una sociedad que parece muy contenta con los valores que tiene, el cristiano vive en esperanza vigilante y activa hacia el futuro. No podemos permitir que se nos entumezcan nuestros músculos, porque, como los atletas y los peregrinos, necesitamos tenerlos en plena forma para el camino. Vigilar significa tener la mirada puesta en los “bienes de arriba”, no dejarse encandilar por los atractivos de este mundo, que es camino y no meta, y tener conciencia de que nuestro paso por él, aunque sea serio y nos comprometa al trabajo, no es lo definitivo en nuestra vida. Vigilar es vivir despiertos. No con angustia, ni obsesionados por la cercanía del fin, pero sí con seriedad y una cierta tensión, dando importancia a lo que la tiene. Dios está viniendo a nosotros en los hermanos que comparten nuestra fe, en el ejemplo de muchas vidas santas, en las enseñanzas del Papa y de otros ministros de la Iglesia; Dios está viniendo en su Palabra, y, de una manera especial, en la Eucaristía como “viático”, como “alimento para el camino”, que nos da fuerza para seguir adelante y para trabajar por el Reino. Mientras la celebramos, nos preparamos para recibirlo en nuestra casa, pero pensamos también en esa venida definitiva al final de nuestras vidas: “mientras esperamos la gloriosa venida de N. S. Jesucristo”. La Eucaristía nos ayuda a tener bien firmes los pies en el suelo, con un compromiso y una misión en este mundo, pero con la mirada puesta en el final.

P. Juan Ángel Nieto Viguera, OAR.







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