domingo, 20 de octubre de 2019

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DOMINGO XXIX del TIEMPO O.RDINARIO (C)

Otra parábola a primera vista un tanto desconcertante, porque no faltará quien compare a Dios con el juez egoísta e injusto. Y no es así. Cabría la comparación por contraposición: el juez es egoísta porque sólo atiende a los que le pueden pagar bien, y desatiende a la pobre  viuda que no tiene nada para pagarle. Vive sin Dios y margina los más pobres. Y dice el texto: “Pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche? Él es un juez justo, misericordioso y padre de “huérfanos y protector  viudas”  (Salmo 68, 6).

El énfasis de la parábola recae en la actitud perseverante de la viuda. Pide, insiste, no desfallece y persevera tenazmente en su petición. El juez, que no temía a Dios ni le importaban los hombres, se cansa de la insistencia de la pobre viuda, y hace justicia. Dios, al contrario, no se cansa de perdonar. Somos nosotros quienes nos cansamos de pedir. Y no insistimos, no perseveramos, nos cansamos de esperar, somos inconstantes en la oración.

“Es necesario orar siempre, sin desfallecer”. No se refiere sólo a la oración de petición, sino a la oración en sí misma. Y la oración no es otra cosa sino la comunicación con Dios. Y esta comunicación, que debe hacerse desde el corazón del creyente al corazón de Dios, puede hacerse con palabras o sin ellas, pidiendo o agradeciendo, alabando o meditando, contemplando o intercediendo. La oración es búsqueda y encuentro. Búsqueda incesante de Dios y encuentro gozoso con él. 

Y esta oración, en cualquiera de sus formas debe persistente o perseverante. Sin desfallecer. Será perseverante en tanto en cuanto el orante reconozca, con humildad, su pequeñez y debilidad. El orgullo obliga a desistir de una comunicación de la que no necesita, porque él se cree un dios de sí mismo.

Persevera en la oración quien ama, ya que el amor es más fuerte que la muerte. En la vida cristiana, si faltara la perseverancia, se produciría un empobrecimiento de la misma fe. Y, quizás, también su desaparición. Cuando en un matrimonio o en la relación entre amigos, fallara la comunicación entre las personas, tanto el matrimonio como la amistad se verían afectados con peligro de desaparecer.

En la relación con Dios por la oración, el único que podría fallar será el creyente por debilidad, cansancio o desánimo. O por falta de una fe crecida y madura. En cambio, Dios se mantiene siempre fiel. Y no se cansa de esperar. Espera pacientemente y con amor perseverante el regreso o la llamada de quien quiera comunicarse con él por la oración.

Pero no es fácil perseverar. Vivimos en un mundo en que prima la ley del mínimo esfuerzo, en que todo cambia a la velocidad que imprimen los medios de comunicación social, entre otros, para que asumamos las novedades que la moda se encarga de ofrecernos cada día, nos pueden desanimar la monotonía, los afanes y preocupaciones de cada día, y no ver o no apreciar el resultado que se espera, sobre todo en la oración de petición.

Sin embargo, la perseverancia, en cualquier ámbito del quehacer humano, ser constantes en la tarea emprendida a pesar de las dificultades o problemas que se puedan presentar. Y no hay tarea más importante que mantener una relación con Dios siempre viva.

La relación de amor entre amigos o parientes no puede mantenerse siempre viva y pujante sin una comunicación frecuente, íntima y sincera. Cuanto más relajada y débil sea la comunicación entre ellos, más débil será también su relación de amor. Hasta podría desaparecer. En el plano de nuestra relación con Dios podría suceder lo mismo. Si la oración o la comunicación con él fuera tibia o poco frecuente, se resentiría nuestra fe. Hasta podría desaparecer. De ahí que el mismo Jesús nos diga: “Es necesario orar siempre, sin desfallecer”. 

Si la fe se reaviva con la oración, la oración, a su vez, se reaviva con la fe. Sin la oración perseverante, la fe tiende  apagarse. Sin fe es imposible orar. De ahí que el Señor, después de hablar de la necesidad de orar sin desfallecer, diga: “Pero cuando venga el Hijo del Hombre ¿encontrará esta fe en la tierra?”. Pero, antes de que venga el Hijo del Hombre, hoy mismo, ¿tenemos una fe lo suficientemente firme como para perseverar siempre en la  oración?

San Agustín:
Llama con tu oración al Señor mismo con quien descansa su familia, pídele, insístele. Él se levantará y te dará, pero no vencido por la importunidad, como el amigo de la parábola. Él quiere darte: tú no has recibido nada porque no has llamado; llama, desea dar. Y difiere darte lo que desea darte para que, al diferírtelo, lo desees más ardientemente, no sea que, otorgándotelo luego, te parezca cosa vil (S 105, 3)
P. Teodoro Baztán Basterra, OAR,

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