domingo, 8 de diciembre de 2019

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DOMINGO SEGUNDO DE ADVIENTO- A-

Nos dice hoy san Pablo en la carta a los romanos que “las Escrituras se escribieron para enseñanza nuestra de modo que entre nuestra paciencia y el consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza”. El ambiente que se respira en la Iglesia es de puro y absoluto pesimismo: se cierran parroquias y casas religiosas, desaparecen comunidades de religiosos y religiosas; las vocaciones cada día son  más escasas, la asistencia a las eucaristías ha decaído muchísimo y la mayoría de los asistentes son personas mayores. Ante tales hechos, reales ciertamente, no cabe sino el desaliento, la falta total de esperanza. El desánimo y el pesimismo. Las palabras de Pablo nos invitan a que levantemos el ánimo, a que tengamos confianza en el poder de Dios que nos envía a su propio Hijo para dar comienzo a un período nuevo en la historia de la humanidad. Es la Novedad que traen las fiestas para las que nos estamos preparando. Abramos nuestras mentes y nuestros corazones para ir disfrutando ya de lo que será el gozo pleno, la paz y la vida total.

Juzgará a los pobres con justicia
Isaías con su tono poético y hasta idílico, con comparaciones tomadas de la vida rural, anuncia que del tronco viejo, ya casi seco, de Jesé, el padre de David, y por tanto, símbolo de la dinastía principal de Israel brotará un renuevo, un vástago verde, como prueba de que sigue viva la historia del pueblo elegido, a pesar de sus actuales circunstancias calamitosas en el destierro. A ese vástago, que pronto los israelitas identificaron con el futuro Mesías, le colmará de sus dones el Espíritu. Sobre todo, será un juez justo y traerá la paz a la nación. Esta paz la describe Isaías con imágenes muy gráficas: un lobo pastando junto con un cordero, una vaca con un oso, y unos niños jugando tranquilamente con las serpientes. Y la ciencia del Señor inundará a su pueblo, que se convertirá también en señal de salvación para otros pueblos. El salmo parece como el programa de gobierno de un rey justo, que procura a su pueblo la rectitud y la justicia, que consigue para todos la paz y que, sobre todo, se cuidará de los pobres y afligidos. Dios quiere la salvación de todos. Cristo nos ha acogido a todos, a todos nos invita a que participemos de su amor: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”. Es el amor de Dios hecho perdón y redención que debemos compartir con los hermanos que nos decimos cristianos. Esto exige un cambio en nuestras vida: el lamento debe dar paso a la acción, la queja, a la conversión, que es lo que nos pide Juan en el evangelio.

Convertíos, porque está cerca el Reino de los Cielos
El mensaje del Adviento, con la cercanía de la Navidad, la fiesta del Dios-con-nosotros, es fundamentalmente mensaje de alegría y esperanza. Pero no hay nada más exigente que el amor y la fiesta. Por eso escuchamos hoy llamadas claras a una seria preparación. Una preparación que exige cambios serios en la vida. Lo pedía el Bautista a los suyos y es lo que nos pide también a nosotros. Su voz llega a la Iglesia de hoy con la misma fuerza e idénticas exigencias: “Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos”. “Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”.

La conversión no es algo superficial. La palabra correspondiente en griego es "metánoia", que significa "cambio de mentalidad". Lo que se nos pide es algo más que una mayor intensidad en la oración o la asistencia a las celebraciones litúrgicas. Se nos pide una cambio de actitudes, una mayor apertura a Dios, mayor sensibilidad con las necesidades de los hermanos, que venzamos nuestras perezas y egoísmos. En una palabra: que abramos las puertas de nuestra persona a Dios y facilitemos su entrada en nuestras vidas: que sea “más Dios” en nosotros.

Juan bautizaba "en agua", y el agua es símbolo de purificación y limpieza. Pero anunció que venía otro detrás que convocaría a un bautismo "en Espíritu y fuego". El Espíritu, como viento recio de Dios, penetra en lo más profundo. Y el fuego no sólo purifica: lo hace quemando lo que está mal. Quiere producir un cambio profundo en nuestra vida.

Este cambio profundo es presentado por san Mateo con imágenes muy duras: habla de cortar el árbol que no da verdaderos frutos y de arrojarlo al fuego para que arda, del trigo que se echará en el granero y de la paja que se quemará en la hoguera que no se apaga, de vidas de creyentes duras e insensibles como piedras. Dice que Juan al ver cómo muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizara les decía “raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a escapar de la ira inminente? Dad el fruto que pide la conversión”. Seamos hijos de Abrahán o seamos cristianos, el Señor nos pide frutos de buenas obras, nos pide una verdadera conversión. Como luego dirá Jesús “no se salvará quien diga Señor, Señor, sino el que cumpla la voluntad de Dios”. Se trata, no de decir palabras bonitas, sino de dar frutos, de hacer las obras de Dios.

La acogida mutua, signo de un buen Adviento
Entre “las obras del Adviento” que hoy nos propone la Palabra está, como signo de conversión, la alabanza a Dios: “para que unánimes alabéis al Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo”, nos ha dicho san Pablo. Pero también están la paz, la acogida mutua, la práctica de la justicia. En este Adviento y en esta Navidad tendríamos que crecer en paz, en armonía, en convivencia humana y cristiana. Debemos vivir lo que hemos dicho en el salmo: “que en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente”. Procuremos hacer real en nuestra convivencia lo que nos ha dicho el profeta Isaías en esas imágenes tan llamativas.

Pablo nos urge también a la acogida mutua. El modelo que nos propone es muy significativo: “acogeos mutuamente como Cristo os acogió para gloria de Dios... Cristo se hizo servidor de los judíos... y acoge a los gentiles”. También nosotros tendríamos que admitir en nuestra buena voluntad a los de carácter diferente, a los que no piensan como nosotros o no nos resultan naturalmente simpáticos. A todos, particularmente a quienes más lo necesiten, comenzando por nuestra propia familia.

Invitados a seguir soñando
Hemos comenzado nuestra reflexión hablando del desánimo y el pesimismo que predomina en nuestras comunidades cristianas. Las lecturas de este domingo y particularmente el salmo 71 nos invitan a que esperemos y miremos el futuro con esperanza y pidamos al Señor “que en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente”. Mientras tanto oremos con Jesús diciendo: “Venga a nosotros tu Reino”.
P. Juan Ángel Nieto Viguera, OAR.

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