Aquí hay un joven que tiene cinco panes de cebada y dos peces
Sólo
los hombres eran cinco mil, dice Juan. ¿Y las mujeres? En aquel tiempo y lugar,
y en la mentalidad semítica, las mujeres contaban muy poco. Ni siquiera para
ser contadas. Habría que decir en buena ley que, en este caso, eran quizás
varios miles de personas las que en ese momento seguían a Jesús. Una gran
multitud, se dice al principio de este capítulo.
Mateo
dice en un lugar paralelo que Jesús, al
ver la gran multitud, sintió lástima y curó a los enfermos (Mt 14, 14). Jesús quiere que también sus
discípulos sientan lástima, como la siente él, de tanta gente con hambre e
intenten hacer algo para solucionar el problema. Los quiere copartícipes y
colaboradores, no sólo en el reparto del alimento, sino, sobre todo, en la
misericordia con los que sufren.
Acuciados por las palabras de Jesús, buscan
dónde encontrar algo para comer con el fin de ayudar a resolver el problema. Y
encuentran sólo cinco panes y dos peces. Es todo lo que han podido hallar.
¿Será suficiente? Pues no. Y así lo manifiestan: Pero ¿qué es eso para tantos?; es tan poca cosa… Pero para Jesús, de
sobra, como luego se verá. Jesús ha logrado que ellos hayan hecho todo lo que
podían hacer: Primero, preocuparse por los hambrientos, y segundo, buscar y
encontrar algo de comida. Poco, según ellos; Jesús hará el resto, que será casi
todo.
Esto
sí es una verdadera catequesis en acción. Unas preguntas y unos gestos que
valen más que mil palabras. Porque Jesús dice y hace, ellos, los discípulos,
van aprendiendo también a hacer lo que puedan y a decir lo que tengan que decir
en un momento dado para provecho de todos.
¿Y
el joven? Según parece, entrega, sin más, lo que tiene. Se queda sin nada, pero
algo en su interior le dice que ante tanta hambre que hay a su alrededor no
podía retener lo que tenía para merendar a gusto viendo desfallecer a otros.
Desprendido, generoso y solidario. Quizás percibió el gesto y las palabras de
Jesús que expresaban compasión.
También
nosotros, sin que seamos multitud, seguimos a Jesús. Queremos ver las señales
que hace, escuchar su palabra, presentarle nuestras dolencias y necesidades. Y
al mismo tiempo nos sentimos en descampado, sin asideros cercanos, a la
intemperie y sin fuerzas, hambrientos de su “pan”, es decir, de su presencia y
su amor, hambrientos de su palabra de vida. Sentimos hambre y necesidad de
amor, de paz en el corazón, de ilusión por la vida, de fe más madura y crecida,
de saber esperar contra toda esperanza... Hambre y necesidad de trabajar por la
justicia, de una mayor solidaridad con los hermanos que sufren, de más cercanía
a quien me cae mal…
Pero
también podemos ofrecer y dar. Nos habremos encontrado quizás, o nos
encontraremos algún día, en circunstancias parecidas a las que aparecen en este
evangelio. Este joven nos indica un camino a seguir cuando se trata de ayudar a
algún necesitado de pan o de lo que sea.
Pero antes, el Espíritu de Jesús suscitará en nuestro interior la compasión,
como la sintió él. Pensemos que hay millones de personas, especialmente niños,
que mueren cada día de hambre.
Somos
también nosotros, o podemos ser, como ese muchacho, a quien se le pide que
ponga su pan en las manos de Cristo para servicio de quienes necesiten saciar
el “hambre” de tantos que necesitan “comer”. Los problemas o deficiencias de
tanta gente podrían ser tan acuciantes como el hambre física. Y podríamos decir
como los discípulos: ¿Dónde compraremos
pan para que coman ésos? Es decir: ¿Cómo podremos resolver estos problemas
o remediar tales necesidades nosotros, que somos poca cosa y con medios tan
escasos? ¿Qué podríamos hacer?
Nos
dice como a los discípulos: No hace falta
que vayan; dadles vosotros de comer (Mt
14, 16). Es decir, “Haced lo que podáis, que podéis más de lo que pensáis o
creéis; yo haré el resto, que será casi todo”. No importa que tengamos “sólo
cinco panes y dos peces”, y digamos, como los discípulos: ¿Qué es eso para tantos? ¿Qué podemos hacer nosotros, que no
tenemos medios ni recursos para solucionar tanto problema? Sólo nos pide Jesús que
con lo que somos, con lo que sabemos, con lo que tengamos, poco o mucho no
importa, hagamos lo que podamos por los demás. San Agustín: "¿Qué más
puedo dar?". Tienes algo muy
importante: a ti mismo, te tienes a ti mismo; tú formas parte de tus bienes,
has de sumarte a ti mismo" (Sermón 345,6). Y añade: "Tiene siempre de
dónde dar quien tiene el corazón lleno de amor". (Sobre el salmo 36 II,
13)
Tenemos
talentos o cualidades que el mismo Dios nos ha dado y ha puesto en nuestras manos.
Tenemos cosas para ponerlas en servicio de los demás. Salud, y aun la misma
enfermedad puede ser un medio muy valioso para aportar a otros la experiencia
del dolor asumido con serenidad y paz interior, y unido a la cruz redentora de
Cristo. Tenemos tiempo, formación adquirida y conocimiento de ciertas cosas o
materias, Tenemos el don de la fe, el amor de Dios comunicado, la esperanza en
un mundo sin esperanza. Tenemos algunos bienes, o dinero, no importa que sea
escaso.
Todo
esto viene a ser “los cinco panes y los dos peces del muchacho del evangelio.
Poco, es verdad, ante tantas necesidades. Pero es mucho porque es todo lo que podemos.
Con "este poco", puesto en las manos del Señor, él hará todo lo demás.
Multiplicará nuestra pequeña porción, pero, según él, necesaria para él poder
actual.
San Agustín:
¿De dónde
procede la limosna? Del corazón. Si das con la mano y no te compadeces en el
corazón, nada hiciste; si, por el contrario, te compadeces en el corazón,
aunque no tenga la mano cosa alguna que dar, Dios acepta la limosna (CS 125,5).
P.
Teodoro Baztán Basterra, OAR.
¿Por qué sigo a Jesús¿ ¿Qué espero de él? ¿De qué tengo "hambre"? ¿Cuál es mi
carencia más grave en el cuerpo o en el espíritu? ¿Qué puedo aportar, para que el Señor lo
multiplique, ante una necesidad conocida de alguien, concreta y grave (hambre
de pan, enfermedad crónica, soledad, desesperanza, etc.? ¿Cómo
interpreto y hago mías las palabras de san Agustín? |
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