jueves, 28 de agosto de 2014

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Lectio Divina San Agustín 28 de agosto

    Agustín nació en Tagaste de Numidia, la actual Souk-Ahras, en Argelia, el 13 de noviembre de 354. Hijo de padre pagano y madre cristiana, compartió la vida familiar con una hermana y un hermano. De inteligencia clara, hizo los estudios primarios en Tagaste. Nace y crece en un ambiente plural. Nada de imaginarlo como estudioso precoz. Él mismo confiesa: «Es el caso, Señor, que no me faltaba memoria ni talento, pues tú me habías dado suficientemente de ellos, de acuerdo con mi edad de entonces. Pero me gustaba jugar (Confesiones I, 9, 15). Pronto quiso desgranar las preguntas que pertenecen a la trama de la vida y su afán de experimentarlo todo le llevó a la perplejidad y al desasosiego. Mónica le acompañó de cerca, como una sombra saludable, porque sabía bien que asistir insensible a los desvaríos de un hijo que parece no saber dónde hacer pie, es silencio culpable… Fue ordenado sacerdote en Hipona el año 391 y, cuatro años más tarde, consagrado obispo coadjutor de Valerio. Sucede a Valerio el año 397 como pastor de Hipona y comenzó a participar en distintos Concilios y Sínodos de la Iglesia de África. Muere en Hipona el 18 de agosto de 430, después de haber fundado monasterios, predicado con ardor la palabra de la salvación y escrito un número importante de libros que son todavía hoy fuente nutricia para el pensamiento humano.

    En la audiencia general del miércoles día 30 de enero de 2008, Benedicto XVI afirmaba: «El itinerario intelectual y espiritual de Agustín representa un modelo de la relación armónica que debe existir entre la fe y la razón. Esta armonía significa, ante todo, que Dios está cerca de todo ser humano, cerca de su corazón y de su razón. Esta presencia misteriosa de Dios puede ser reconocida en el interior del hombre, porque como decía Agustín con una expresión muy conocida: «Nos has hecho, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti…». Ante la pregunta, ¿qué es lo que san Agustín puede decir al hombre de hoy?, se podría contestar con estas palabras de una carta escrita después de su conversión:«Me parece que se debe llevar a los hombres a la esperanza de encontrar la verdad»; esa verdad que es Cristo mismo» (Apunte biográfico en el Subsidio Litúrgico para el Misal Agustiniano, p. 89).

Lecturas

Hech 2, 42-47

    Es un sumario: la comunidad después de Pentecostés. Un sumario es un resumen generalizador de hechos concretos. Los tres sumarios sobre la vida de la comunidad (2, 42-47; 4, 32- 35 y 5, 12-16) tienen como texto básico la frase de 2, 42-43: “eran perseverantes en: la enseñanza de los apóstoles, la comunión, la fracción del pan y las oraciones. El temor se apoderaba de todos, pues lo apóstoles realizaban muchos prodigios y señales”.

    Todo el desarrollo de los sumarios es ampliación de esta frase básica. Lo que se nos narra en estos sumarios son las actividades constitutivas de la comunidad después de Pentecostés; no son hechos aislados sino acciones permanentes. Eran perseverantes en la enseñanza de los apóstoles. La enseñanza se refiere al evangelio (“a todo lo que hizo Jesús y enseñó desde el principio…”). Los apóstoles se definen como los hombres que anduvieron con el Señor Jesús mientras él vivió con ellos y que son testigos de la resurrección de Jesús. La comunidad está fundada sobre esta enseñanza, que es el testimonio directo de los discípulos de Jesús y que se llama tradición apostólica. Eran perseverantes en la comunión. La comunión es una manera de vivir en comunidad que Lucas desarrolla en tres sumarios: 1) tenían todo en común, pues vendían sus posesiones y sus bienes; nadie consideraba como algo propio lo que tenían o porque todo lo vendían. Había, pues, comunidad de bienes; 2) se repartía a cada uno según su necesidad; 3) no había ningún necesitado entre ellos. Eran perseverantes en la fracción del pan y en las oraciones. La fracción del pan es aquí ciertamente la Eucaristía. Esta se celebraba en las casas y era una comida con Jesús resucitado, donde se participaba en la comunión con el cuerpo y la sangre de Cristo y se celebraba la llegada del Reino. Los apóstoles realizaban muchos prodigios y señales. Este tema se desarrolla en el segundo sumario: “los apóstoles daban testimonio con gran poder de la resurrección del Señor. La comunidad acompaña a los apóstoles y el contexto es el Templo, donde se reúne todo el pueblo de Israel.

2 Tim 4, 1-8

    Este capítulo tiene dos partes definidas (1-5 y 6-18) más un saludo final (19-22). Timoteo es exhortado en forma particularmente solemne a imitar a su maestro. De hecho, lo que insinúa Pablo es que su discípulo tenga la misma actitud que él en el anuncio del Evangelio: “Te conjuro por su venida en majestad: proclama la palabra…” Si se analiza el mandato nos encontramos con acciones que forman una síntesis: predicar, insistir, convencer, reprochar y exhortar.

    Esta forma de anunciar lo debe ejercer Timoteo en la comunidad, lo cual es algo así como mantener el mismo ritmo de Pablo hasta el punto que ha de superar al mismo maestro que en distintas ocasiones manifiesta el que los oyentes no estuvieran muy gustosos de su modo de hablar. Es cierto que la “prisa” de Pablo tiene su razón de ser: no se augura un tiempo muy feliz para las iglesias y es necesario que el pastor de las mismas tenga verdadero fondo y claridad en su hablar. El lenguaje de Pablo es una advertencia muy seria y exige a Timoteo valentía y audacia para enfrentarse a la situación: “vendrá un tiempo en el que la gente no soportará la doctrina sana…”.

    La segunda parte (vv. 6-18) viene provocada por la urgencia de Pablo; es consciente de que le llega el momento de su muerte: “la hora de mi partida”, frase muy explícita en Flp 1, 12-14. 20-26. Mientras tanto, hace casi una confesión como queriendo fortalecer a Timoteo para animarle así en necesarias actitudes en el ejercicio de su misión: combatir bien el combate, correr hacia la meta, mantener la fe. Y queda para el final la presentación del Juez, Cristo, que le dará el premio “y no solo mí sino a todos los que tienen amor a su venida”. Una forma valiente de manifestar el motivo de su dedicación y donación total al anuncio del Reino con la mirada puesta en Jesús.

Jn 10, 7-18

    Este texto evangélico retoma la idea del símbolo de la “puerta” pero Jesús lo aplica a sí mismo. Ha hablado de la puerta antigua, la del recinto de Israel, que sirve solo para dejar entrar a Jesús y sacar las ovejas. Es una puerta que terminará su función cuando llegue el Mesías. Jesús se declara como la nueva puerta y en una doble dirección: hacia los dirigentes y hacia los que le van a seguir. La declaración de Jesús es muy dura porque afecta a los dirigentes que han usado el dominio y la violencia.

    Muy distinta es la relación con el hombre. Para el individuo, entrar por la puerta que es Jesús es lo mismo que «acercarse a él», «darle su adhesión», seguirlo o atenerse a su mensaje, lo que incluye asimilarse a él en la entrega al bien del hombre.

    Jesús echa en cara a los dirigentes su conducta homicida, son como los ladrones que, además de robar, despojan al pueblo de lo que es suyo; además son asesinos porque sacrifican a las ovejas. El contrate es claro: a los ladrones se opone la figura de Jesús que tiene como misión y designio que los hombres gocen de vida plena.

    Jesús es el modelo de pastor: describe su actividad como puerta: es el acceso a la vida y como pastor: término que descubre su actividad con los que el Padre le ha dado. Jesús es el verdadero pastor que da la vida por los suyos. Quien no ama hasta dar la vida no es pastor. Así clarifica quién es el pastor asalariado y el “Yo soy el modelo de pastor: conozco a las mías y ellas me conocen a mí, igual que el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre; por eso me entrego yo mismo por las ovejas”. Con esto quiere decir que entre él y la comunidad existe una relación personal de conocimiento profundo e íntimo. Por parte de la comunidad significa conocer a Jesús, que ha dado la vida por sus amigos y les ha comunicado el Espíritu, es decir: conocer su amor.

    Jesús descubre el horizonte de su futura comunidad. Su misión no se limita al pueblo judío, se extiende a otros (cf. 11, 52. 54). El Padre que ama a Jesús, le deja plena libertad; como Hijo dispone de sus actos. La relación entre Jesús y el Padre es amor. Es obrando libremente como muestra su unidad con el Padre y le expresa su amor. El mandamiento del Padre no es una orden, sino un encargo; es más, la unidad del propósito que nace de la sintonía en el Espíritu. La relación de Jesús con el Padre es modelo para la relación de los suyos con él. El discípulo cumple el mandamiento de su maestro que tampoco es una orden, sino que nace de una identificación interior: “si me amáis, cumpliréis mis mandamientos” (Jn 14, 15).

Meditación

    Agustín de Hipona, el hombre lleno de inquietud por la Verdad, se formula muchas veces cómo salir de su propia incoherencia: “Señor ¿qué soy para mi sin ti? Un guía que lleva al precipicio. O ¿qué soy cuando hago el bien? Un niño, apenas, que se alimenta de ese alimento incorruptible que eres tú” (Confesiones 4, 1, 1). Un proceso de conversión como aventura pero cargado de autenticidad. Día a día nos enfrentamos a realidades objetivas que merecen la pena valorarse y que, por otro lado, tienen la tentación de dejarse eclipsar por unos condicionamientos o justificaciones que nacen de la propia indefinición de la persona, de nosotros. Cada uno estamos llamados a ser nosotros mismos en nuestro núcleo interior y en la relación esencial hacia Dios y hacia los hermanos so pena de vivir en una constante sinrazón o sinsentido.

    Pensemos en la idea agustiniana: “¡Oh Verdad, lumbre de mi corazón! No me hablen más mis propias tinieblas” (ib. 12, 10, 10) para así detectar el gran drama de tantas personas que, con mejor o peor voluntad, se sienten zarandeados por dentro y por fuera al no encontrar en el corazón una respuesta a los interrogantes más básicos. Agustín habla desde la propia experiencia: “lo único que sé es que me va mal lejos de ti. No solo fuera de mí sino también en mí mismo. Y que toda abundancia mía que no seas tú es indigencia” (ib. 13, 8, 9). Son palabras sinceras desde una situación interior que se enfrenta a las “bagatelas” y a las mentiras, como también de la persona que tiene hambre y sed de la Verdad, caminando inquieto hasta que descanse en Dios. Dicho de otra manera: Agustín es una persona con deseos de interioridad pero que, al igual que todos los hombres de la historia, quiere leer e interpretar a su modo, escapándose de sí mismo y sin valorar debidamente el mismo hondo de su propio corazón…

    Maravilla, y mucho, el espíritu de Agustín cuando transmite con fidelidad interior, su dejarse encontrar por Dios: “creo con toda mi alma que Tú, que eres mi Dios y mi Señor, no solo mandas estas cosas a los hombres sino que, además, les das las fuerzas necesarias para que puedan cumplirlas” (Enarraciones sobre los salmos 118, 17, 4).

Oración

 “En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación,
darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Te alabamos en la festividad de nuestro Padre san Agustín,
porque él, enamorado de la verdad y herido por tu palabra,
vivió continuamente en tu búsqueda,
para encontrarte más dulce y buscarte con mayor avidez.
En verdad, fue buen pastor,
que intentó renovar continuamente al pueblo fiel,
a imagen de tu Hijo, conduciéndolo con suavidad y fortaleza.
Fundó comunidades religiosas, cuya forma de vivir consistía
en que todas las cosas fueran comunes para todos,
teniendo una sola alma y un solo corazón en Dios.
Proclamando incansablemente, con su predicación y sus escritos,
el mensaje de la salvación eterna,
fomentó la unidad de la paz y la fraternidad de la Iglesia.
Por eso, como los ángeles te cantan en el cielo…”
(Prefacio de la solemnidad)

Cointemplación

    El culmen de la erudición consiste en lo siguiente:«servid al Señor con temor y exaltadle con temblor»: exáltale a él, no a ti mismo; a aquel por el cual eres lo que eres; por el cual eres hombre y eres justo, si es que eres justo. Pero si juzgares que eres hombre por él y que eres justo por ti mismo, no sirves al Señor con temor ni le exaltas con temblor, sino a ti mismo con presunción. ¿Y qué te acontece, sino lo que sigue?: «para que no se enoje el Señor y os apartéis del camino justo». No dice: para que no se enoje el Señor y no entréis en el camino de la justicia, sino: «os apartéis del camino justo». Por lo tanto, si te juzgas justo porque no robas, no adulteras, no matas, no levantas falso testimonio contra tu prójimo, honras al padre y a la madre, adoras a un solo Dios, no sirves a ídolos y dioses falsos; te apartarás de ese camino si presumes que todo esto es cosa tuya y juzgas que todo esto se te debe a ti mismo. Los infieles entran en el camino justo, los soberbios se apartan de él. Por eso se dijo: «instruíos los que juzgáis la tierra». Y para que no os atribuyáis a vosotros mismos las fuerzas y el poder por el cual juzgáis la tierra, para que no penséis que estas fuerzas dimanan de vosotros se dice: «servid al Señor con temor, exaltad, no a vosotros con presunción, sino a él en el temor, para que no se enoje el Señor y os apartéis del camino justo cuando se enardezca su ira. ¿Qué hemos de hacer para no apartarnos del camino justo? «Bienaventurados todos aquellos que confían en él»
(SAN AGUSTÍN, Enarraciones de los salmos 2, 10).

Acción

    Agradecer al Señor sus maravillas en Agustín… y en nosotros.
P. Imanol Larrínaga



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