Guardaos de toda clase codicia
La codicia es el deseo excesivo de poseer muchos bienes y riquezas. La avaricia añade un matiz: para atesorarlas y no compartirlas. Una u otra nos presentan las distintas versiones bíblicas. De la codicia nos habla hoy Jesús con palabras que recoge la liturgia de este domingo. La codicia es una actitud pecaminosa siempre actual. Es un problema nunca desaparecido del todo y que permanecerá siempre. Y, sobre todo, es causa de muchos males: frustraciones personales, envidia manifiesta, corrupción en el manejo del dinero, robos, extorsiones y ruina económica personal y familiar.
La vida no consiste en tener mucho, sino en ser plenamente
humanos. En nuestro caso, en ser, además, plenamente creyentes. El codicioso se
mueve sólo por egoísmo, y el egoísmo es lo más opuesto al Evangelio de Jesús.
Jesús fue un "ser" siempre para los demás. Era pobre y nada
ambicionó. Siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (2 Co,
8-9). Y fuimos enriquecidos, por él, en todo, menos en dinero o bienes
materiales. Nos enriqueció con dones que ennoblecen y dignifican al hombre: Una
vida nueva para todos y definitiva, nos hizo hijos de Dios, nos entregó un amor
generoso sin límite alguno, nos ayuda a vivir una experiencia de Dios
gratificante y gozosa, nos facilita una vida fraterna con los otros, su verdad
nos hace libres, y mil más.
Ansiar tener más por el sólo hecho de acumular, es
esclavitud. Desear más bienes para acaparar y no compartir, es cerrazón y
propio de corazones estrechos y arrugados. Envidiar al otro porque es más rico,
implica a la larga, a veces a la corta, sufrimiento interior de difícil
curación. Pensar que los bienes acumulados y no compartidos nos van a
proporcionar felicidad y dicha sin fin es un engaño que nos lleva a la muerte,
si no física, sí a un vacío interior y, en definitiva, a la nada del propio
ser. ¿Tenemos derecho a acumular mientras otros
sufren necesidades vitales?
Codiciar bienes para acumular es una insensatez. Necio es el
hombre de la parábola (lc 12, 16-21); así lo llama Jesús, porque no quiere
saber, entre otras cosas, que la muerte, que podría llegar en el momento menos
pensado y menos deseado, le va a obligar a dejar todo. Su vida, entonces, habrá
sido totalmente inútil porque sus aspiraciones eran rastreras y sin sentido. La
parábola termina recordándonos que es necio todo aquel que atesora para sí y no
es rico ante Dios.
Por último, la
codicia unida a la acumulación de riquezas es una injusticia y la injusticia es
contraria al Reino de Dios. Por eso, este evangelio es una llamada clara a la
solidaridad con los más pobres y necesitados de este mundo. Es una llamada a
compartir con los que no tienen nada o muy poco. Es una llamada a ser ricos
para Dios.
¿Cómo
podremos ser ricos para Dios?
- es rico para
Dios quien comparte lo que tiene para vivir, con quienes no tienen lo suficiente para sobrevivir;
da no sólo lo que le sobra, sino de lo que tiene;
- es rico para
Dios quien confía plenamente en Él como Padre de todos, bueno, compasivo y
misericordioso;
- también quien
vive, nunca cerrado en sí mismo, sino abierto a Dios y a los hermanos para
escuchar y acoger, para vivir la experiencia de un amor compartido, para formar
fraternidad;
- quien vive con
una fe siempre creciente, con un amor como el de Jesús, con la esperanza firme
en quien es el TODO;
- es rico para
Dios el que, con la ayuda del Espíritu, va produciendo frutos de obras buenas,
de santidad y de gracia;
- quien acumula y
atesora los valores contenidos en el Evangelio para darlos o comunicarlos a
otros;
- quien es testigo
de Jesús y evangeliza;
- quien busca, por
encima de todo, el Reino de Dios y su justicia.
La riqueza ante
Dios por la práctica de la
solidaridad con los pobres se opone diametralmente a las riquezas y bienes
materiales de este mundo, acumulados de manera egoísta y no compartidos. No
tenemos derecho a acumular y acaparar mientras muchos pasan y sufren
necesidades muy graves. San Agustín viene a decir que "las posesiones
superfluas de los ricos son las necesidades de los pobres. Por eso, el
almacenar cosas superfluas es un forma de robar" (Comentario al salmo 147, 12). Y añade en otro lugar: "Escucha,
oh rico, cuanto más tienes, más deseas. Estás ahíto y tienes hambre. Has bebido
hasta saciarte y tienes sed. Eso no es opulencia, sino enfermedad" (Sermón 65, 3).
Tienes bienes para muchos años; descansa, come,
bebe y pásalo bien. El rico-necio de la
parábola quería construir su
reino en la tierra sólido y duradero, pero utilizará material de desecho:
grandes cosechas, comida abundante, bebidas embriagantes, etc. Todo ello
pasajero y caduco. Y se derrumbó, con su sueño, esa misma noche. Se fue sin
nada, desposeído de todo. Lo almacenado quedó para otros, desconocidos para él.
Fue un insensato, un necio en palabras de Jesús.
Nuestro sueño es Dios. Es un sueño
apacible, deseable, reconfortante. Es un sueño que se hace realidad en su Hijo,
Cristo-con-nosotros. Él es el Reino. Y sobre él, como en roca firme,
construimos nuestra vida de creyentes. Nada más o mejor podemos ansiar o
codiciar. Él es nuestra grande y única riqueza. Como dirá San Pablo: Todo lo considero basura con tal de ganar a
Cristo (Fil 3, 8). Es una riqueza que llevaremos con nosotros al traspasar
la frontera de la muerte y llegar a la vida para siempre.
San Pablo, que está viviendo la
experiencia gozosa de Cristo resucitado, exhorta a los fieles de Tesalónica, y
a nosotros, diciendo: Buscad los bienes de allá arriba donde
Cristo está sentado a la derecha de Dios: aspirad a los bienes de arriba, no a
los de la tierra. Sus palabras nos ayudan a relativizar el uso de los
bienes de este mundo: dinero, posesiones, "grandes cosechas"... Y en
su Carta a los Gálatas nos añade: Acordaos
de los pobres (Ga 2, 10). Es decir, tened presentes siempre a los pobres,
compartid con ellos lo que tenéis, para que ellos puedan vivir dignamente.
Seamos ricos para
Dios, y pobres, como Jesús, para enriquecer a quienes necesitan pan y amor.
San Agustín:
¿Quién
tiene aquí abundancia? Nadie. ¿En qué consiste la abundancia del hombre? Cuanto
más tienen, más necesitan; los deseos los arruinan, las codicias los disipan,
los temores los atormentan, la tristeza los consume (In ps. 29 ,2, 17).
P. Teodoro Baztán
Basterra, OAR.
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