domingo, 9 de octubre de 2022

// //

DOMINGO XXVIII del TIEMPO ORDINARIO (C)

Desde que éramos niños nuestros padres nos enseñaban a decir gracias siempre que alguien nos regalaba algo. No nos costaba nada pedir cosas, a veces caprichos nada más, pero nos costaba agradecer, decir gracias.

El agradecimiento, cuando es sincero, es expresión de amor y de humildad. Quien así agradece reconoce el don de la gratuidad. Hay quien agradece por educación. Está bien. Otros, arrugando el rostro, porque, al recibir un favor, se sienten humillados. Y también para ir recibiendo más favores. En este caso, el egoísmo ha suplantado al amor. Agradecer con una sonrisa en los labios, con una mirada limpia y con una actitud serena, indica que hay amor en el gesto y en las palabras. Será un amor sencillo, pequeño como el "grano de mostaza", insignificante muchas veces, pero real y auténtico.

El agradecimiento es una virtud. No está catalogada así en los catecismos, pero sí en la vida del creyente cuando es humilde y sencillo. Es una virtud preciosa. Implica acercamiento, ausencia de prejuicios, respeto y acogida. Hay en el Evangelio una oración muy hermosa que Jesús dirige al Padre para agradecerle su preferencia por los sencillos.  Dice así: Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido mejor (Mt 11, 25-26). Agradecer es, pues, una virtud evangélica. Por lo tanto, profundamente cristiana.

Es lo que ocurrió en la escena que nos narra hoy el Evangelio. Diez leprosos. Por su enfermedad, vivían, o malvivían, en barrancos y oquedades, alejados de la sociedad y marginados por ella. Como no podían ni debían acercarse a nadie, se paran a lo lejos y a gritos le dicen: Jesús, maestro, ten compasión de nosotros. Muestran una pizca de fe. Suficiente para Jesús. Quedan curados cuando van de camino a presentarse a los sacerdotes. Pero solamente uno, al sentirse curado, regresa adonde está Jesús para agradecerle el regalo de su curación. Jesús no necesita que le agradezcamos lo que de él recibimos, pero se sorprende al ver que sólo uno de ellos haya vuelto a agradecerle.

En el leproso curado y agradecido se ha producido una doble curación: la de la lepra y la de su salvación. Tu fe te ha salvado, le dice. Los otros nueve han quedado limpios, pero se han alejado de Jesús. Se han buscado sólo a sí mismos. Curados y ¿también egoístas? Seamos comprensivos con ellos y digamos que se quedaron muy contentos. No volvieron para dar gloria Dios. En palabras de Jesús, quien agradece, da gloria a Dios. Aquí radica el valor de la oración de acción de gracias.

Suele ser más frecuente en nosotros la oración de petición que la de agradecimiento o la acción de gracias. Pedimos mucho y muchas veces. Y eso está bien. El mismo Señor nos invita a ello en repetidas ocasiones. Pedid y recibiréis, porque quien pide recibe. La oración de petición, si no es egoísta (que lo podría ser) parte del reconocimiento de la propia debilidad y de una necesidad real. Y eso es humildad. (Una situación familiar difícil, una enfermedad, la falta de trabajo, y mil más).

Pero ¿qué lugar ocupa en nuestra vida cristiana la oración de la acción de gracias, de reconocer agradecidos el don o favor recibido de Dios? ¿Cuándo decimos: Gracias, Señor? Y ¿qué habría que agradecer al Señor? Cada cual verá. Entre otras cosas, la salud y la vida, el amor y la familia, el trabajo y los amigos, los hijos que van llegando o los nietos, el pan de cada día, tus talentos y capacidades... También por la enfermedad. No porque la enfermedad sea algo bueno, sino porque puede ser (y para muchos lo ha sido) un momento privilegiado de acercamiento a Dios.

Y más todavía: ¿cómo valoramos y agradecemos el don de la fe y la salvación prometida, el regalo de su Hijo, el don del Espíritu, María madre, y nuestra condición de hijos de Dios? Todo esto, y mucho más, lo hemos recibido de Dios. Todo es don gratuito de un Padre que te ama.

¡Qué bueno sería que nos tomáramos el trabajo de elaborar una lista, en doble columna, con todas las cosas buenas o malas que tenemos o que nos ocurren. Quedaríamos quizás sorprendidos al ver que lo bueno supera con creces a lo malo. Sería hasta una muy buena terapia porque nos ayudaría a mirar la vida con optimismo y nos evitaría caer muchas veces, en situaciones de depresión o desaliento permanente.

Todos conocemos ese dicho: De bien nacidos es ser agradecidos. Y nosotros somos bien nacidos por un doble motivo: por nuestro nacimiento a la vida humana y por el nuevo nacimiento a la vida cristiana, por el bautismo. ¡Qué bueno sería también que cada noche, antes de acostarnos, le dijéramos al Señor gracias. Gracias, Señor, por el día que ahora termina, por el amor de mi familia, por el trabajo, por tu presencia en mi vida y en la de la familia, porque sé que has estado junto a mí a lo largo de la jornada, por... Cada cual verá.

Solamente uno volvió para agradecerle. Y éste fue doblemente curado: en el cuerpo y en espíritu. Tu fe te ha salvado. Los otros nueve, limpios ya de la lepra, seguían enfermos en el espíritu porque no habían reconocido el don de Dios.

La Eucaristía es el acto supremo de acción de gracias a Dios. Eso mismo significa la palabra Eucaristía.

P. Teodoro Baztán Basterra. OAR.

 

0 Reactions to this post

Add Comment

Publicar un comentario