martes, 18 de octubre de 2022

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EL SEÑOR DE LOS MILAGROS

La tradición del Señor de los Milagros comenzó en la segunda mitad del siglo XVI, cuando un anónimo peón del barrio limeño de Pachacamilla, lugar donde moraban los esclavos africanos que trabajaban las tierras del encomendero de Pachacámac, pintó la imagen para ornar el galpón donde se reunían sus cofrades congoleños. La imagen fue asociada a un culto nativo de protección ante los sismos, heredado del santuario precolombino de Pachacámac. Sobre la pared de adobe del pobre galpón, quedó la sencilla imagen de Cristo Crucificado, con la Virgen de pie y la Magdalena de hinojos abrazando la Cruz, pintura que se mantuvo incólume tras el terrible terremoto que el 16 de noviembre de 1655 asolara la ciudad de Lima, entonces capital del más extenso virreinato peninsular.

En 1670, el feligrés Andrés León se dedicó al cuidado de la imagen. Al poco tiempo, el lugar se convirtió en un oratorio y el Cristo pintado, que para entonces era conocido como “El Cristo de Maravillas”, empezó a recibir ofrendas de oro y plata como agradecimiento por los dones concedidos. El Conde de Lemos, 29º virrey, y el Cabildo Eclesiástico decidieron poner punto final a todo el alboroto en torno al Cristo milagroso, ordenando la destrucción de la pared. El pueblo quiso ser testigo de tal acto. Una multitud, aterrada,  se congregó a mirar como se acercaban los enviados del virrey dispuestos a demoler el muro del Crucificado. Entonces, ocurrió lo extraordinario. Los soldados que intentaron cumplir la orden fueron atacados por una fuerza sobrenatural, que los paralizó, y se precipitó luego una lluvia torrencial, algo inusitado en Lima. Ante tales acontecimientos, el virrey mandó celebrar la primera misa ante la imagen.

En 1684, Sebastián de Antunao, compró el terreno donde se hallaba el muro del Crucificado y construyó una capilla. Un nuevo sismo destruyó otra vez la ciudad de Lima, el 10 de octubre de 1687. El Cristo Moreno, objeto de creciente devoción de los creyentes, permaneció igualmente intacto. Tras de lo cual, el padre Alonso de Messía decidió sacar en procesión una réplica del Cristo de Pachacamilla pintada en lienzo. Sólo ocho personas cargaron entonces las sencillas andas de madera, sin mucho esfuerzo. Tras el espantoso cataclismo, terremoto y maremoto, del 28 de octubre de 1746, que arruinara gran parte de la urbe y destruyera por completo el puerto del Callao, portentosamente se mantuvo en pie la capilla del milagroso Crucificado.

Gobernando el Perú, el 31er virrey, don Manuel de Amat y Junient, fue levantado, hacia 1770 el más fino y unitario ejemplo de templo rococó, con decoración interior neoclásica, y en su altar mayor se ubicó, cubierto por un cristal enmarcado en plata, el muro de adobe con la imagen del Patrón Jurado de Lima:  “EL SEÑOR DE LOS MILAGROS” en cuyo loor y devoción fueran construidos la iglesia y el anexo monasterio de Las Nazarenas, por directa intervención del ilustrado virrey. Desde entonces tuvo el Patrón de Lima su propia iglesia. Las religiosas carmelitas Nazarenas, decidieron mandar pintar un lienzo de mayor tamaño y tallar unas andas más ornadas y estables, para así mantener vivo el encargo del resguardo de la imagen y el cuidado de su culto.  

En 1776 se fundó la Hermandad del Señor de los Milagros. A partir de entonces una réplica de la milagrosa imagen del Crucificado, pintada sobre lienzo, con la reproducción en el reverso de la imagen de la Virgen de la Nube, empezó a ser llevada en procesión, todos los octubres, por los fieles que vistieron desde entonces el color morado, color litúrgico de la penitencia, en hábitos y capotes, adicionando el cordón blanco de las promesas al Nazareno. Ya entonces se requería de 24 cargadores para mover al Señor tan sólo cien metros, por lo que se optó por reclutar a la mayor cantidad de devotos, de modo organizado. 

Llegarían a ser 3,500 los miembros de la hermandad, divididos como un ejército, presidido por el mayordomo general y conformado por 20 cuadrillas de cargadores (con 20 devotos cada una) y dos cuadrillas de cantoras y sahumadoras, encargadas también de elaborar las alfombras de flores y los arreglos del atrio del templo de Las Nazarenas. Tras dicho contingente femenino, seguía, como hasta hoy, todo el pueblo de Lima.

El Señor de los Milagros  recorre las calles de Lima durante el mes de octubre y excepcionalmente en alguna fecha importante del calendario litúrgico.

El color morado del hábito de sus devotos fue instaurado como distintivo, en el siglo XVIII,  por las religiosas carmelitas nazarenas, que fueran asignadas como custodias de la venerada imagen. Hoy existen hermandades del Señor de los Milagros fuera del Perú, en diversas latitudes: en  la América Latina  y del Norte (Estados Unidos, Canadá); en Europa (España, Italia; Ucrania); en Oceanía: Australia; en el Asia: el Japón etc.

 El diario pontificio L’Osservatore Romano ha calificado la procesión del Señor de los Milagros como la más grande demostración de fe católica en el mundo, pues se cuenta entre sus asistentes a más de un millón de fieles.

P. José Julio Chacón Prato, OAR.                                                      


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